El ideal de neutralidad académica y la labor del psicólogo político

El ideal de neutralidad académica

Durante las reuniones de los miembros del Grupo de Psicología Política de la PUCP se manifestaron, en distinta intensidad y de manera simultánea, las coincidencias y discrepancias con respecto a las valoraciones de diversos hechos psicosociales y políticos. Es motivador encontrar un espacio donde confluyan similares intereses académicos e interpretaciones de la realidad social. Pero es también alentador observar diferencias en las valoraciones de las conductas de los actores políticos y de los resultados de estas conductas. Puede tomarse como la reproducción, en un ambiente académico, de la democracia tantas veces mencionada en las ciencias sociales. Pero esta práctica es, así mismo, imprescindible para garantizar que este equipo se consolide como una fuente válida de conocimiento.

Quien realiza trabajo de investigación académica suele desear, como es comprensible, que sus hallazgos sirvan como insumo para analizar la parcela de realidad de la que se ocupa y contribuya en la elección de los rumbos de acción más adecuados. Al tratar de ser consecuente con el método científico admitirá que presenta valoraciones y juicios previos y será autocrítico con respecto al método de investigación empleado y a la interpretación de sus resultados. Al ser las estructuras valorativas inherentes al ser humano, la búsqueda de un conocimiento “neutral” es una utopía. Y sin embargo es fundamental que este ideal nos guíe. Probablemente con mayor razón en sociedades como la nuestra. Sobre todo si el interés del investigador en cuestión está orientado hacia la Psicología Política.

Nuestro país presenta una baja comprensión del pensamiento y el método científicos. En relación a ello, observamos también que no es fácil hacer conocer hallazgos referidos a las ciencias sociales. Pero en caso de que se halle una vía de comunicación para difundirlos, se presentan otros inconvenientes. Si el conocimiento que un investigador desea transmitir se relaciona con la política, su mensaje podría tratar de ser invalidado por aquellos que se sientan afectados por sus implicancias. Por tanto, para que el trabajo realizado por este grupo tenga un impacto más allá del entorno universitario interesado en Psicología Política, no solo se debe mantener la vigilancia de los sesgos valorativos del investigador, sino que este esfuerzo debe traducirse en una comunicación no susceptible de ser tachada como discurso politizado.

En 1994 Philip Tetlock escribió en la revista Political Psychology un artículo titulado “¿Psicología Política o Psicología politizada?: ¿Está el infierno científico pavimentado con buenas intenciones morales?”. Aconsejaba que el investigador no confundiese su papel académico con el de un ciudadano comprometido con una causa, partidarizado o defensor de una ideología específica. Esto implica que el académico luche para “hacer dormir” (en tanto ejecute el rol de investigador) las evaluaciones morales asociadas al ideal que, como ciudadano interesado en política, posee sobre la sociedad.

La implementación de este consejo es tarea difícil pues los valores, antes de ser “puestos entre paréntesis” (empleando la terminología de Husserl, raíz de los trabajos cualitativos) ya jugaron un papel en la confección del diseño de investigación. Así encontramos que los académicos tienen motivos personales para especializarse en un sub-campo dado, para emplear a ciertas teorías y modelos explicativos como herramientas de trabajo; y para incluir en su estudio a grupos poblacionales y fenómenos específicos. Es solo un primer paso, pero de gran valor, el reconocimiento previo de que estas decisiones han sido influidas por la situación económica y socio cultural del investigador, y por su historia personal. Esta acción fortalecerá el trabajo científico en tanto se mantenga la conciencia de nuestra condición de seres situados históricamente.

Expresándolo de otra manera, nos servirá considerar siempre que nuestros juicios de valor podrán ser tomados por otros agentes sociales como malas adaptaciones a la “realidad” e incluso como planteamientos inmorales.

Tetlock propuso otras acciones para no cruzar la fina línea que distingue al científico de la Psicología Política del activista político moralmente bien intencionado. Todas ellas suponen ser tan rigurosos con los supuestos iniciales, las argumentaciones y los análisis propios como con aquellos sostenidos desde otras posiciones ideológicas. Así mismo, se recomienda emplear herramientas de investigación que permitan contrastes estadísticos de hipótesis: cuantificar lo cualitativo y el empleo de diseños experimentales para analizar con detalle las causas de las opiniones públicas.

No es nuestra intención abrir en este momento otro frente de reflexión dedicado a la relación entre lo cualitativo y lo cuantitativo en la Psicología Política, así que en la presente ocasión nos hemos conformado con mencionar los consejos de Tetlock al respecto.

Pedro La Barrera Sánchez
Miembro del Grupo de Psicología Política de la PUCP
22 de mayo de 2012.

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