Publicado en el periódico Puntoedu el 18 de agosto del 2008, edición 119.

La tecnología nos viene abriendo, desde hace algún tiempo atrás, a un mundo de posibilidades inimaginables. Las diferentes alternativas u opciones que existen actualmente en el mercado tecnológico son muy variadas y económicas; esto se debe principalmente a dos razones; a la necesidad y exigencia de la gente; y a la competencia existente entre empresas dedicadas a esta actividad –desarrollo de tecnologías– por ser la primera en llegar a ese consumidor “hambriento” por usar ese novedoso producto y hacerlo parte de su vida. Todos estamos casi obligados o destinados a hacerlo de forma directa o indirecta, consciente o inconsciente. Todo está en la rapidez y simplicidad con la que las máquinas trabajan; esto hace que cada vez seamos más los “adictos” que nos unimos y confabulamos sin querer para que ella avance horizontalmente hacia nosotros y nos conquiste.

Por el trabajo que tengo en Estudios Generales Letras puedo decir que esta situación no es ajena al campus universitario. Somos, por la necesidad y actividad que tenemos, dependientes –unos más que otros, por supuesto– de la tecnología. El problema radica fundamentalmente cuando la tomamos como único bastón para la realización de nuestras actividades. Por ejemplo, el año pasado hubo un día que, desde las 9 a. m. hasta la 1:30 p. m. aproximadamente, se cortó la energía eléctrica en algunas facultades, entre ellas la mía. Esto ocasionó que administrativamente paremos parcialmente nuestras labores. Asimismo, en las aulas, los alumnos que tenían exposiciones fueron los más perjudicados; muchos de ellos pedían a sus profesores suspender sus exposiciones programadas con el argumento de que todo el material para la exposición lo tenían en el cd, memoria usb o internet. Todos sabemos que una presentación audiovisual motiva a que el espectador esté más interesado en el tema que el expositor propone; en el caso de los alumnos supone, además, una mejor nota. Sin embargo, existen situaciones intempestivas –como la del ejemplo– que obligan al emisor a recurrir al dispositivo de almacenamiento jamás inventado, todavía, que es el cerebro y que al parecer es un recurso no muy explotado. Por ello, tratando de contribuir a que haya menos alumnos dependientes de la tecnología –uso adecuado del recurso tecnológico y complementario a lo que ya saben– propongo a los profesores y jefes de práctica hacer por lo menos una exposición, de las muchas que programan en el semestre, sin la asistencia tecnológica y, en las demás exposiciones, otorgar puntaje adicional a quienes hagan el menor uso de equipos audiovisuales. Esto significará que los alumnos estén más preparados y conscientes de los retos y obstáculos que conlleva ser un profesional competitivo en este mundo globalizado y tecnológico.

La tecnología orientada a los equipos inalámbricos –principalmente la de los teléfonos celulares– tiene igual propósito; pero a la vez distinto. Estos aparatos supuestamente fueron diseñados solo para transmitir la voz; pero, por lo reducido y práctico que son estos teléfonos, la gente quiso llevar además dentro de él, la radio, las fotos, los videos, la televisión, la internet y hasta ver la cara de la persona con la que habla, y lo logró. Todas estas innovaciones no tuvieran nada que ver en este artículo, si no fuera por el uso excesivo que reciben estos por parte de nosotros, los usuarios. Estos complementos que al principio fueron –para algunas personas– favorables, son ahora un problema. Por ejemplo, esas personas no pueden vivir sin su teléfono celular, ni sin enviar e-mails, revisan constantemente si tienen mensajes nuevos; paralelamente, buscan a sus amigos en el messenger y chequean si hay algún nuevo contacto para añadirlo a su lista de hi5; juegan en línea; navegan por las páginas web dedicadas al entretenimiento y llaman desmesuradamente a sus amigos, gastando en todos estos servicios considerables sumas de dinero. Estas personas no tienen límites y su grado de ansiedad es alto frente a un equipo inalámbrico, son compulsivas con ellas mismas y gastan sin medida en nuevos equipos. En este punto, sugiero al Servicio Psicopedagógico que realice campañas de prevención y control para frenar de algún modo este problema. La consecuencia final del uso exagerado de la tecnología inalámbrica es que cada día las personas somos más impersonales: preferimos escuchar música por los audífonos antes de conversar con nuestros amigos, preferimos mandarle un e-mail al compañero que está al costado antes que decírselo personalmente, preferimos saludarnos por teléfono antes que ir a la otra oficina y darnos un apretón de manos…

Las avalanchas tecnológicas nos vuelven consumidores dependientes con voluntad o sin ella. Los “aparatitos”, en su mayoría inalámbricos, disponibles en el mercado muchas veces exceden nuestras necesidades. Esto nos obliga a buscarle nuevos usos a esa tecnología que nos sobra y, con ella, encontramos nuevos problemas; por un lado, asociados a la competencia: si mi amigo tiene algo nuevo yo tengo algo mejor; y, por otro, ligados a lo económico: el costo de adquisición; y a la seguridad: a mayor costo mayor cuidado y desconfianza. Por último, tarde o temprano regresamos al mercado en busca de más tecnología iniciando así un círculo vicioso, convirtiéndonos, en muchos casos, en un tecnoadicto.

Sabemos que no hay tecnología mala, sino, mal aplicada. El uso responsable de los equipos tecnológicos puede hacer que estos sean mucho más eficientes sin que afecten nuestra salud y ritmo de vida.

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