El “agente” es una figura que forma parte de la Teoría de la Agencia o de la Teoría principal-agente, y es entendido como la persona (natural o jurídica) que debe cumplir cierta tarea o encargo, previamente acordada, que le ha sido asignada por otra persona, que es conocida como el “principal”. La figura del “agente” es parte de estas teorías, que son de carácter privatista, empresarial industrial, y por ello tiene un énfasis con tufillo financiero, pues busca establecer los mejores mecanismos, estructuras, información para abaratar costos “de control”, “de fianza” y de “perdida residual”, en el afán de lograr un mejor control del citado agente.
Estas teorías, aplicadas a la gestión pública entienden que el ciudadano-elector-contribuyente es el “principal”, y que el político electo, el funcionario nombrado o designado es el “agente”, pues en el fondo es un mandatario de la voluntad popular (recordemos que “mandatario” no es “el que manda”, sino el que recibe un encargo de otro por medio de un contrato de mandato. Este otro es el mandante).
Matus , cuando elabora sus propuestas realiza una distinción conceptual entre agente y actores. Los actores son personas activas en la vida social, imaginativas, guiadas por motivaciones personales y sociales, capaces de tener conductas impredecibles, y ser protagonistas reflexivos e innovadores en el proceso o juego social: “Un actor es alguien que representa, que encarna un papel dentro de una trama. Un determinado individuo es un actor social cuando representa algo para la sociedad, para el grupo, la clases o el país; encarna una idea, una reivindicación, un proyecto, una promesa, una denuncia. Una clase social, una categoría social, un grupo pueden ser actores sociales” Por ello, se entiende que, según Matus, los agentes no solo son los que cumplen los mandatos, sino y sobre todo, son seres apáticos para el juego social, que pueden ser conducidos por otros.
Matus nos dice que el dinamismo y movilidad del cambio se manifiesta en el “Juego Social” gracias al actor, mientra North precisa que “por consiguiente el énfasis está marcado en la interacción entre instituciones y organismos” . De algún modo, las teorías reseñadas líneas arriba (teoría de la agencia, institucionalismo, PES) desde sus propias propuestas coinciden en que, en la interacción que surge en el “agente” en comparación con el “principal” o el “actor”, estos últimos son más dinámicos: son “lideres”.
¿Quién es un líder? ¡El que ejerce el liderazgo! Según la definición que me gusta (Harold Koontz parafraseando a Harry S. Truman) “liderazgo es la capacidad para conseguir que hombres (y mujeres) hagan lo que no les guste y que les guste”. Y agregaba: “Para nosotros, liderazgo es influencia, esto es, el arte o proceso de influir en las personas para que se esfuercen voluntaria y entusiastamente en el cumplimiento de metas grupales”. Así, cuando analizamos el discurso político efectista vemos las exigencias de que el gestor asuma un liderazgo en su organización, sin embargo, cuando analizamos el marco normativo y reglamentario que existe en las organizaciones públicas reales, se constata que, muchísimas veces, a los funcionarios públicos solo les permiten ser meros administradores, simples guardianes de la misión institucional y del mantenimiento de sus funciones organizacionales, es decir: ser responsables administrativos de la organización, sin ningún presupuesto ni apoyo para lograr cambio e innovación que se les exige pública y socialmente. Para constatar lo anterior, solo falta analizar los documentos de gestión de diversas organizaciones públicas (Yo lo hice con respecto al ROF y MOF del JNE y la AMAG, donde –sumados- trabajé casi diez años) y veremos que mientras al directivo o gerente público les pedimos públicamente que sea un líder, legalmente, reglamentariamente le pedimos que cumpla el perfil de un enfoque weberiano que privilegia al “burócrata ilustrado” que muchos consideran fracasado y en franca retirada de las administraciones públicas que se consideran modernas. Sigue leyendo