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He decidido enfrentar a mis náufragos,
al eterno itinerante en que me he convertido
y no he podido.

Cualquier diminuto triangulo de misterio es capaz de absorberme
en un eterno ir y venir sin bermudas o con ellas; y cualquier diminuto triangulo
tiene la inmensa facultad de esquivar saltando
cualquier chispa de destino
que haya podido quedar percudida en mi existencia.

El naufragio no es una desdicha sino un don,
una muestra de que el horizonte ha decidido jugar con la vida de uno
apuñalándola con sus olas
y abatiéndolo con el viento de su aliento
siempre tan dulce y salado a la vez,
siempre tan suyo y tan ajeno.

El mar es un Dios incomprensible, un Dios tenue
pero que aun se ve al ponerse el sol
cuando se regenera de nuevo la piel
cuando se componen de nuevo las entrañas.

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