Les dejo el saludo que escribi para Amnistia Internacional por sus 50 años:
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Cada vez que pienso en Amnistía Internacional vuelvo a más de cuatro años atrás y vuelvo a ver la escena de “El Jardinero Fiel” en que vi por primera vez la revista de Amnistía. Aún no sé por qué esa escena, por qué esa película o por qué en ese momento y a estas alturas estoy casi convencida de que ese motivo, cualquiera que sea, ha configurado parte de mi historia y en tanto el por qué quizás ya no importa, lo que importa es lo que viene después.
Quizás Amnistía llego a mí de una forma muy poco convencional, interrumpió mi vida en fracciones de segundo, tanto así que cuando vi la escena en que Justin levanta esa revista y le pregunta a Tessa si era allí donde trabaja, no tuve tiempo de ver exactamente de qué se trataba y tuve que comprar la película para poner pausa en esa escena y darme cuenta de que se trataba de Amnistía internacional. Desde entonces me acostumbré a entrar a la biblioteca virtual a verme a mí misma hundiéndome en esa avalancha de información. Vivía en Cusco a solo 15 minutos de situaciones de desigualdad y creo que de algún modo pretendía comprender de qué hablaba cada uno de esos documentos para comprender lo complejo de la sociedad, lo agrio de la injusticia y para llenar el vacío que te dejan las dudas y la tristeza.
Fue por Amnistía que me sentí acompañada de la forma humana más primitiva existente; me sentí acompañada en la indignación, en la rabia del descontento, en el dolor del silencio; pero también me sentí acompañada en la esperanza, en el grito y en la sola y tacita unión del admitir no soy la única que pensó esto ni la única que quiso figurar las soluciones posibles; y definitivamente no soy la única que se paro aquí frente a vacios insolutos de dolor y no supo qué hacer.
El siguiente paso fue prácticamente producto de la inercia. Ya en Lima visite la oficina y todavía recuerdo a Soledad mostrándome la ficha de miembro y hoy tengo la satisfacción de decir que mi primera firma de valor, de ciudadana mayor de edad, esa se la di a Amnistía Internacional.
Tengo 21 años y no sé que es no ser parte de Amnistía; no sé que es no pensar en derechos humanos y felizmente he olvidado sin ningún tipo de melancolía el sentimiento de ahogar el grito. No tengo tampoco ningún temor de afirmar que me incomoda que nos tilden de gente de determinada corriente política o que nos etiqueten de caviares como si los derechos humanos fueran asuntos de izquierda o derecha, como si alguien que lucha por los derechos humanos fuera alguien que se llena la boca de cosas sin ningún tipo de conciencia de aquello por lo que lucha. Los derechos humanos no son una reserva ni un espectro, a los derechos humanos los vemos, los podemos tocar y por sobre todo, los podemos defender.
A mi Amnistía me hizo ciudadana, me hizo reconocer esos derechos que no dejaran nunca de ser esenciales y me dejo ser libre, libre de ser quien soy, libre de creer en lo que creo y libre de luchar por ello.
Amnistía me condujo además a muchas de las personas más valiosas que conozco, me dejo descubrir con ellas muchas capacidades que no imagine reconocer en mi misma y me dejo disfrutar con esas personas de momentos geniales.
Pese a todo esto yo sueño con el día en que Amnistía se quede sin trabajo, quisiera ver el sol sobre un día en que no haga falta velar por el respeto a los derechos humanos y su cumplimiento se de de forma natural, como siempre debió ser; pero sé que entre tanto nos queda mucho por hacer.
Este es mi homenaje de 50 años a la organización que hizo gran parte de quien soy hoy, mi deseo de que ojala nos quedemos sin trabajo; hagamos juntos todo lo posible porque no sean muchos años más.
Brindemos hoy por la libertad y la siguiente vez que el miedo nos paralice… actuemos.
Salud, con el corazón abierto… ¡Salud por la libertad!