Dicen
que los mimos no gritan igual;
que cuando los obligan a hacer gárgaras con su existencia
la garganta les arde
por todo lo que les obligaron callar;
y se tragan gotas de sangre
por cada una de las veces
que prefirieron el silencio.
Los mimos mueren porque se quedaron callados;
no porque el grito los haya ahogado
sino porque lo único de lo que se alimentan
es de las gotas de sangre
que se derraman de sus propios cuerpos
desangrándolos de a pocos.
Y hasta darse por muertos
ven todo en blanco y negro;
incluso las películas,
que son, por supuesto, mudas.
No tengo qué decirles constantes agonizantes;
no tengo cómo pronunciar palabras que no sean
en su núcleo más puro un grito.
No se cómo hablarles
y si me alejo de ustedes es por eso,
porque no se qué le dices a alguien que sólo sabe callar.
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