Nuestra autora Carmen Mc Evoy reflexiona sobre los audios que están saliendo a la luz y en los que se encuentran involucrados jueces, fiscales, políticos, entre otros personajes. Este es un extracto de la columna que publicó en el Diario El Comercio el 17 de julio.

 

Ilustración: Giovanni Tazza

 

 

Por Carmen Mc Evoy

Lo que hemos visto y escuchado en los “audios de la vergüenza” escarapela el cuerpo porque nos enfrenta cara a cara a una situación que muchos sabíamos estaba ocurriendo (no por décadas sino siglos) pero sobre la cual no teníamos pruebas tan contundentes. Porque el copamiento del Poder Judicial por parte de una trama criminal que mora y se reproduce en los sótanos de la república –con la finalidad de parasitarla– viene de una larga data. A pesar de que existen jueces, fiscales y vocales probos, es la red “hegemónica” –como la define uno de sus miembros– la que impone una agenda meramente personal por no decir corrupta y desvergonzada. Una confederación de intereses personales –asociados para extraer la savia del Estado y la sociedad– es la que finalmente impide cumplir con el designio enunciado en la primera Constitución de la República: la búsqueda del bien común. En lugar de ello lo que reina es la rapacidad, la vulgaridad, la falta de respeto por el cargo y por el Perú, la cuchipanda, la búsqueda desesperada de prebendas y negociados, olvidando que la única tarea de un magistrado es impartir justicia. Es justamente por ello que durante su investidura se le otorga esa medalla simbólica con la bandera peruana que muchos se cuelgan para avalar fechoría y media.

 

“Acá no entran los mejores, acá entran los mejores amigos” es una frase de un “magistrado” peruano que contradice uno de los principios fundamentales de la república temprana: la meritocracia. Porque si uno lee con detenimiento los escritos de sus fundadores, una de las razones subjetivas de la independencia es el desprecio por la inteligencia nativa –lo dice Hipólito Unanue– de parte de una camarilla corrupta, que privilegiaba el amiguismo y el cohecho sobre el trabajo y la excelencia. Cuando Faustino Sánchez Carrión sale a defender la opción republicana, que el tucumano Bernardo Monteagudo criticaba como no apta para el Perú, el Solitario de Sayán pronunció esa frase lapidaria: en una monarquía “seríamos excelentes vasallos pero nunca ciudadanos”. En vísperas de nuestro bicentenario levantemos, una vez más, las banderas de la justicia, de la decencia, de la libertad en todas sus dimensiones y del amor por el Perú. La lucha por la institucionalización de la República del Perú, que hoy atraviesa una de sus horas más aciagas, es el mejor homenaje a quienes nos la dieron y ofrendaron su vida por ella.

 

Puedes leer la nota completa aquí.

Puntuación: 0 / Votos: 0
Injusticia Bicentenaria

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *