EL ARTE DE LA FUGA*
Por Jeremías Gamboa
Con ánimo de amar
Hace mucho tiempo tengo más libros de los que puedo leer. Cuando alguien me pregunta por qué compro uno que no leeré, le digo que sé que en algún momento de mi vida, no sé cuál, me será imperativo leerlo. Que hay un momento en que la circunstancia vital por la que pasas te lleva mágicamente a un libro que te aguarda en algún estante de tu biblioteca y que te revelará aquello que necesitas saber en ese preciso momento de tu vida. Eso me está pasando con Sueños de amor y encuentros decisivos. El poder de la pasión romántica, libro de la psiquiatra y psicoanalista norteamericana Ethel Person editado por el Fondo Editorial de la PUCP. Hace un año, cuando dejé de trabajar para la editorial, me llevé un ejemplar como un objeto valioso, pero una serie de circunstancias personales, casi todas de carácter pasional, me impidieron leerlo con tranquilidad. Ahora, una nueva serie de circunstancias me han devuelto a él pero en estado de equilibrio, dispuesto a encontrar en sus páginas las luces para iluminar algunos aspectos que han permanecido en las sombras.
El libro de Person es revelador. Cubre un lamentable vacío de conocimiento, producto de la creencia de muchos intelectuales de que el amor no es un asunto razonable en tanto es convulso, impredecible y contradictorio, un tópico ajeno a las luces de la Razón y por ende campo de trabajo de poetas y artistas, pero no personas dedicadas a las humanidades o a las ciencias sociales. No resulta extraño, por eso, que, al abordarlo, Person se ampare en novelas, poemas, películas y biografías de músicos, poetas y actores de cine. Han sido siempre los artistas quienes han lidiado valientemente con el tema y quienes han construido la imagen temible de todas sus facetas, distorsiones y secuelas; quienes nos han mostrado el rol determinante y muchas veces monstruoso que ha tenido siempre sobre nuestros actos y nuestro destino.
“El amor es un crimen en defensa propia”, dice en uno de los versos de Nocturama, su último libro, el poeta Diego Otero. “Quien te ama te hace daño”, canta en un tema de desamor Charly García. ¿Por qué entonces insistimos en amar a pesar de la edad que tenemos y de experimentar las experiencias más dolorosas en el amor? ¿Por qué pese a saber que nos espera turbulencia, incertidumbre y ansiedad, nos volvemos a arrojar en la pasión con deseos contradictorios de sometimiento y liberación? ¿No es mejor vivir en paz, lejos de culpas, traiciones, decepciones, infidelidades? Ethel Person dirá que no, que mientras queramos crecer, trascendernos, madurar y ser mejores personas estaremos dispuestos a entrar, casi siempre muertos de miedo, a ese reino de la intensidad y la incertidumbre.
Porque a fin de cuentas, pese a la angustia que podemos sentir al estar sujetos a una persona, intuimos que hay algo positivo, enriquecedor, en lo que una nueva relación nos reserva. Para la visión psicoanalítica de Person el amor es el “lugar” para el aprendizaje de uno mismo. Es en el amor adulto, cuando creemos que esa persona “es” la que nos define y que el pasado ha tenido sentido solo para encontrarla, que se manifiesta un deseo sano de expandir ese núcleo nuestro que los psicoanalistas denominan self: En una relación de amor intensa, firme, escenificamos la relación que tuvimos con nuestros padres y podemos corregir o remediar grietas —rechazos, ausencias, decepciones— que se dieron con ellos y que aún nos definen. A la vez podemos separarnos con más autoridad de nuestros progenitores y por ello madurar, entenderlos desde una horizontalidad. No es extraño por eso que nuestras parejas compartan a veces un patrón común o algunos de los rasgos de quienes nos concibieron y criaron. O nosotros algunas características de sus padres.
El buen amor es una batalla de asuntos personales que se cruzan. Pero en ese conflicto, parece decir Person, jamás se pierde. Hace poco, en una película de Michelangelo Antonioli, La noche, vi a una joven pareja que atraviesa lo que es a todas luces su bancarrota matrimonial. Él es novelista y ella nada muy preciso. Todo parece haber muerto entre ambos, aunque los dos se niegan a mirar de frente esa terrible verdad. En un momento ella le lee a él una carta que, aterrorizado ante la posibilidad de que todo ello se acabara, escribió en la época en todo era luz para ambos. Él no puede reconocer lo que puso en el papel. En el nuevo escenario la carta parece el fuego remoto de lo que es ahora es una cueva vacía llena de cenizas. Sin embargo yo sentí que ambos eran afortunados, que vivir en todas sus etapas una relación larga como aquélla solo podía ser un privilegio, y que crear ese fuego y verlo apagarse juntos era para cada uno de ellos una experiencia sustancial en su desarrollo como seres humanos. De eso se trata: nunca dejar de aprender, agradecer de corazón a quienes crearon esa luz junto a nosotros, y la vieron extinguirse después de habernos enseñado tanto y de aprender tantas cosas de nosotros también.
* Publicado en la revista Caras 19/06/09