El Quinceañero de Jessy

JESSY
Lima, 2010

Tato no respondía las alertas ni los mensajes de texto. Estábamos tarde para el Quinceañero. Le había pedido a mi mamá que me deje en el Plaza Vea de San Borja. No quería que la gente de la promoción vea como mi madre se despide de mí con me besos en mi cachete. El plan era entrar al quino con Tato a las once de la noche y sentarnos cerca de la barra.

El problema era no sólo que Tato no contestaba mis alertas, sino que la perra de Jessy no me invitó a su fiesta. Jessy es la chica más popular del salón, la que baila con todos, la que anima las celebraciones. Hace algún tiempo, nosotros éramos como el huevo y la salchicha, como la leche y la papaya. Nuestra amistad era muy fuerte. Ella me contaba sobre su última aventura erótica y yo la asesoraba con creativas propuestas para que cumpla las expectativas de los feroces leones que estaban dispuestos a recorrer sus fantasías.

El celular sonó. Algunas cajeras estaban saliendo de Plaza Vea. Parece que ya no había atención.

-Aló, Nicolás –me saludó con frescura.

-Tato de mierda, ya son las diez y media, no vamos a entrar, carajo –reventé.

-Estoy atorado en el Derby. Ya llego –aseguró.

-Apúrate, huevón.

-Ojalá no estés lacra, Nicolás. La vestimenta es formal.

-Vete a la mierda.

Yo tenía puesto una camisa negra, pitillo y un par de zapatillas DC que mi viejo me trajo de Estados Unidos por Navidad. Estaba preocupado. No tenía invitación y tal vez me iban a hacer problema por la vestimenta. Comencé a transpirar. Una ola de calor acarició mi rostro. El guachimán de Plaza Vea confirmó que el supermercado ya estaba cerrado. Tenía que comprar al menos una corbata para que no se me vea tan crolo.

Mientras buscaba la tienda me ponía a pensar en por qué Jessy decidió no invitarme. Había puesto en lista hasta a Carlo Franco, el más pavo de la promoción. Estoy seguro que el problema fue intentar recrear con Jessy una de sus calurosas historias. Aquella traviesa tarde en el sótano de su condominio debió ser la excusa perfecta para pelearse conmigo. Sentía que su castigo era injusto. Todos los hombres de la promoción habían saboreado su sonrisa y yo siendo su mejor amigo había sido marginado de ese privilegio. Mi peor pecado fue empatarme con el resto de chicos. Quizá Jessy pensaba que yo era diferente. Tal vez el único hombre que la respetaba y en quien podía confiar de verdad.

No puedo creer que no haya una tienda de corbatas cerca al Plaza Vea. Ojalá algún día construyan un centro comercial en este espacio. Tiene un estacionamiento gigante por las huevas, protesté internamente. Estaba caminando hacia la avenida Javier Prado. Unos buses se paran en el semáforo. Congestionan el tránsito.

-Nicolás, sube- gritaron cerca al puente.

Tato estaba manejando el Yaris de su papá. Dribleé los autos y me subí. Tato no tenía licencia, pero sabía manejar. Él aprovechaba los sábados para robarse el carro de su viejo y tirar ‘tafin’ en los quinos. Era una buena carta de presentación entrar con él.

-Tato, ya van a ser las once. Fácil Jessy ya hizo su ingreso- reproché.

-Qué chucha, huevón- se rió Tato.

-Traje dos cosas que te van a vacilar. Saca la bolsa que está debajo de mi asiento.

Tato me trajo una corbata plateada y un Appleton. No sabía cómo adivinó que me había olvidado ponerme una corbata, pero no me provocó preguntarle nada.

-Oe, gracias por la corbata.

-Ya. Tú preocúpate por ver como entras, que yo me encargo de meter el trago- asentó con voz cómplice. Un bus de Orión nos cerró el paso. Felizmente no morimos.

-Cuándo desaparecerán esas combis de Javier Prado- reclamé.

-Cuando desaparezcan los chibolos pendejos que se colan a las fiestas- respondió.

Llegamos a la puerta del club militar de la Avenida San Luis. Una chica de vestido turquesa se acomodó la falda. Tato dijo con seguridad que era del Villa María. Yo más bien pensé que era del Fanning. Cogí mi Nextel y le mandé una alerta al pavo de Carlo Franco. Le pregunté si iba a ir a la fiesta y me dijo que estaba mal de salud. Tenía un fuerte dolor de estómago.

-Bien carajo –vibró mi cuerpo de felicidad. Ya tenía un nombre para poder ingresar.

No sé si a Jessy le guste la idea de verme en su quinceañero, pero no creo que se atreva a botarme. En el fondo sé que me tiene cariño. Somos amigos. Aunque para que le haya molestado tanto el hecho de que hayamos entrado a jugar a otra liga es porque en algún momento sintió algo más por mí. A mí no me gusta Jessy. Me divierte ser su amigo y le tengo estima. Lo demás fue un error. Para mí fue demasiado y para ella fue una nube de confusión. Quería entrar a la juerga. Quería divertirme.

-Sus nombres, jovencitos –consultó el vigilante

-Renato Ledgard Vignolo

-Carlo Franco García Pérez

-¿Familiar del presidente García?

-No, felizmente. García Pérez hay un montón – contesté. Seguro quería un indulto.

– Bonita corbata, joven. Disfruten de la fiesta.

Tato había camuflado el ron cerca a sus partes íntimas. Consideré que era una buena idea lavarlo antes de abrirlo, pero desistió. Nos acercamos a saludar a la gente. Las paredes del local retumbaban con la canción The Time de The Black Eyed Peas. Saqué un pucho y me senté cerca de la barra mientras que Tato terminaba de corresponder los piropos de las intrépidas chicas.

-¿Me invitas un cigarro? –preguntó Jessy

Sentí que la música se paralizó. El olor del cigarro me mareó. Las luces apagaron mis ojos y no podía ver a Jessy con claridad.

-¿Me invitas un cigarro? –insistió.

Tenía el humo del pucho retenido en mi cuerpo. Lo expulsé lentamente por la nariz mientras saqué la cajetilla de Lucky Strike de mi bolsillo. Jessy se sirvió uno. Notó que tenía el encendedor en el bolsillo de la camisa. Lo sacó y encendió su cigarro.

-Sabía que ibas a venir, Carlo Franco García Pérez.

– Ya, Nico. No te pongas así. Tato me dijo que ibas a venir. Ya estás acá.

-¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué permitiste que nuestra amistad termine así? –la miré a los ojos. El barman le trajo una piña colada a Jessy y a mí un ron en las rocas. Esto no sucede generalmente en un quinceañero cualquiera. Debe haber sido un pedido especial de Jessy o del imbécil de Tato.

-Yo quiero que seamos amigos, Jessy. Me gusta ser tu confidente, pasar el tiempo juntos.

-A mí también me gusta pasar el tiempo contigo- dijo firme. Tomé un sorbo del ron. Sentí el sabor del Appleton que Tato había comprado. El silencio nos embriagó un poco.

-¿Por qué te molestaste luego de lo que pasó?- disparé. Era la pregunta que siempre quise que Jessy me responda. Parece que no era la pregunta que Jessy quería responder. Vi a Tato conversando con el barman. Se habían hecho amigos.

-Pensé que no te merecía. Tú eres perfecto. Eres responsable, divertido. Haces las cosas bien. En cambio yo…

-Tú eres una buena chica.

-Yo soy una perra, Nicolás.

-A las perras no les gusta el tipo de hombre que describes. A ellas les gustan los machos, los que se agarran a golpes, los pendejos. Y tú sabes que yo no soy así.

Tato interrumpió la conversación. Estaba algo mareado. La botella de Appleton estaba por acabarse.

-Pedido cumplido Jessy. Acá está el hombre -dijo balbuceando.

-Tato eres un vendido. –contesté desorbitado.

Después de un rato unos arlequines de Jirón Puno ingresaron a la fiesta. Su ropa estaba media desarreglada. Comenzaron a entregar globos a los invitados. Me uní al grupo de la gente de la promoción para hacer pogo. Los invitados hicieron un círculo gigante y los arlequines sacaron a bailar a las parejas al medio. Jessy estaba a mi costado conversando con sus amigas. En ese instante los payasos nos jalaron a Jessy y a mí al medio para bailar. Tato estaba atrás riéndose, observando todo. Por poco se caía al suelo. No podía controlar sus carcajadas. Me percaté que había perdido la corbata plateada que Tato me regaló. No había vuelta atrás. Había que bailar.

Las luces comenzaron a enfocar al centro del círculo. El músico Luis Enrique se había apoderado de la fiesta. Jessy y yo bailamos Yo no sé Mañana. Esa era la canción. Con toda su experiencia intuía que era buena bailando salsa. No me equivoqué. La tomé por la cintura y movió las caderas en señal de aprobación. Nos dejamos guiar por la canción. Era nuestro momento. ´´Yo no sé mañana, si estaremos juntos’’ cantaba el unísono. Tato estaba durmiendo en el sofá abrazado a la botella vacía de Appleton. Estaba borracho. No sé cómo se iría a su casa. Debería existir chofer de repuesto o taxi a pedido, pensé. Pero en ese momento no me importaba Tato, sólo me importaba que la canción nunca termine y que siga el baile con Jessy, mi amiga, mi perra.

*Imagen referencial.
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