Enrique se tumbó en su cama, y no recordaba ni cómo escribir, así que imaginó que ya sabía escribir, y hágase la escritura dijo… -una evocación de la culturización religiosa- pero no se hizo. -¿Cómo no sabía de historia?- se dijo, porque el que sabe algo de historia, la real, tiene la ventaja de no estar condenado a repetirla, sobre todo, sus desaciertos.
-Entonces iré al ordenador y allí evocaré como se escribe-, vio las redes sociales.
Era un sueño de Enrique, pero en seguida se preguntó ¿Y si la historia que me cuentan no es la real?, ¿Qué historia es real?, ¿Se puede hablar de una historia verdadera sin que el historiador por medio del lente de sus sentidos y su sociedad (a veces también suciedad) hagan de la historia escrita la muerte de la verdadera historia?
Es imposible ganar algo, sin que se sacrifique algo de similar valor – se dijo, ensimismado, Enrique- , como los antiguos mitos de la alquimia, para ganar algo se tiene que sacrificar algo del mismo valor.
-En ese momento Enrique quiso ser historiador y escribió:-
Con el nacimiento del lenguaje, emerge el diálogo, pero muere lo real.
Con el subsiguiente nacimiento del teatro, se nace en poder aprehender el lenguaje, el discurso y los gestos, pero muere la realidad.
Con el nacimiento de la escritura, se gana en razonamiento comprensivo, pero muere el diálogo.
Con el parto del cine y la Televisión se gana opio, pero se aborta lo real.
Ahora los sueños ninformáticos son la historia.
Con el nacer de la ninformática* (sic) se gana tiempo y ahorra esfuerzo, pero fenece el diálogo y las relaciones sociales; se está en la irrealidad, un lugar en donde la mentira, a veces (toquemos madera) parasita a la realidad histórica: Lo Imaginas y si lo Imaginas creyéndotela, entonces es cierto.
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