Por: Jorge Tudela

Versión extendida de artículo publicado en Radar 5 de Coherencia Perú

 

En 1976, Muhammad Yunus, ex director del Departamento de Economía de la Universidad de Chittagong, en Bangladesh, comenzó una investigación sobre la posibilidad de ofrecer servicios financieros de manera formal a los pobres. Su idea era que las personas ya poseemos habilidades innatas de sobrevivencia y empresariado pero, en el caso de los pobres, carecen de los recursos para poner en práctica sus habilidades de generar dinero. Ellos, decía, ya saben sobrevivir, no necesitamos perder el tiempo enseñándoles cómo hacerlo: solo hay que facilitarles acceso al crédito para que pongan en marcha las ideas que ya poseen (Yunus y Jolis (2003). Banker to the Poor: Micro-Lending and the Battle against World Poverty). Es así que nacieron las Microfinancieras y hoy Muhammad Yunus es reconocido mundialmente por ser el precursor de esta gran innovación.

Sin embargo, es importante reconocer la diferencia entre sobrevivir y  hacer funcionar una empresa de la nada. En el 2005, varios investigadores de J-PAL, del MIT, realizaron una investigación en Hyderabad, India, para observar qué ocurre cuando llega una microfinanciera por primera vez a una comunidad. ¿Funciona el microcrédito de la misma manera para todos?

Los resultados fueron sorprendentes: observaron que no habían tantos emprendedores, y que el motivo más frecuente para pedir un préstamo era el pagar otras deudas, no abrir nuevos negocios. Esto, resolvieron, tiene que ver con los diferentes tipos de personas y las distintas maneras que ellos tienen para responder al aumento del acceso al crédito. En una investigación posterior, hallaron que a las personas con “mentalidad para los negocios” les fue mejor, pues las que ya eran empresarias tendían a invertir el dinero del microcrédito en sus propios negocios y no en gastos adicionales. Por otro lado, las personas que no eran empresarias simplemente aumentaban gasto en consumo. Con esto, demostraron que “no todo el mundo nace para ser empresario”.

No quiero poner en duda la importancia de las microfinanzas para el desarrollo, ni el ingenio de Yunus  pero sí resaltar que, así como este, hay muchos casos en quelas cosas que suenan bien no siempre funcionan en algunos contextos y, en oportunidades, son un fracaso. Casi tres mil millones de personas, alrededor de la mitad de la población mundial, viven con US$ 2.5 al día y se han gastado billones de dólares en programas para la reducción de pobreza. Lo importante, por esto, escontar con evaluaciones rigurosas que revelen si lo que estamos haciendo funciona e indiquen si los recursos están siendo utilizados de la mejor manera. Así, si un programa de política pública funciona de manera sistemática, se puede replicar a gran escala y, si no, pues se modifica o deshecha.

Para conocer el impacto de alguna política pública sobre su población beneficiaria, se deben identificar las relaciones de causa-efecto entre lo que produce la política y las variables de interés sobre las cuales están definidos los objetivos del programa. Pero, ¿cómo atribuirle a la política pública una relación causal pura, sin interferencia de otros factores? Es necesario aislar de los efectos observados todos aquellos factores externos a la política pública y que de todas maneras hubiesen ocurrido sin su ejecución. La vida de las personas sigue con o sin ella y cambia de diferentes maneras (desde cosas tan sencillas como que cambia el clima y la gente, hasta el efecto del crecimiento económico o alguna otra política), por lo que no basta solamente con comparar cómo estaban antes de ella y el después. No olvidar que cuando sube la marea todos los barcos flotan.

La literatura nos dice que la mejor forma para realizar una evaluación rigurosa es a través de los experimentos controlados aleatorios. La metodología de evaluación experimental consiste en la selección al azar, dentro de un universo de individuos elegibles, tanto de los beneficiarios de la política pública (grupo de tratamiento) como de los que no van a participar en ella (grupo de control). Visto de otra manera, es como lanzar una moneda al aire y asignar, de esa forma, quiénes participan y quiénes no. Este proceso crea dos grupos estadísticamente idénticos entre sí: uno que participa en el programa y otro que, cumpliendo todas las condiciones para participar, no lo hace. Así, se reparte entre ambos grupos el posible efecto que pudieran tener sobre los resultados las variables referidas a la evolución normal de la vida de las personas y sus características, eliminándose ente ellas al momento de hacer la evaluación

Con esto, no sólo se evaluará el “antes y el después”, sino que se responderá efectivamente a la pregunta “¿cómo cambió la vida de la gente con el programa en comparación a cómo habría cambiado sin él?” En suma, nos dicen si la política pública fue exitosa o no con respecto a sus objetivos, atribuyéndole solamente a ella los efectos observados. En el Perú, se están dando importantes avances en evaluaciones rigurosas para políticas públicas, en especial desde lugares como el MIDIS, GRADE, el CISEPA de la PUCP y el CIUP de la Universidad del Pacífico.

No basta con creer que lo que estamos haciendo o diciendo funciona en políticas públicas: esto debe ser probado y corroborado. Así, por un lado, no caeremos en cuentos, ni ideológicos ni de políticos, tratando de generar réditos y, por el otro, se gastarán eficientemente los recursos del Estado en programas que sí funcionan. Muchas cosas que suenan lógicas y directas pueden, puestas a prueba en la realidad, no funcionar como se esperaban.

 

Tomado de: www.enfoquederecho.com

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