Ronald Colman

Traducción por Luis Eduardo Bastías A.

¿SERÁ CIERTO QUE MIENTRAS MÁS PRODUCIMOS MEJOR ESTAMOS?

Ronald Colman sugiere una medición del progreso más humana y sustentable que el simple crecimiento económico, una que realmente refleje lo que valemos en la vida
Hay un consenso notable, consenso que cruza todas las fronteras políticas, acerca de los principios que constituyen una sociedad decente.

Se valora un medio ambiente limpio. Se desea vivir en una sociedad pacífica y segura. Necesitamos salud física, comunidades fuertes y tiempo libre para la relajación y el desarrollo de nuestro potencial. Se desea seguridad económica y menos pobreza. Una sociedad avanzada en estos principios proveería un buen marco para la práctica espiritual y nos alentaría a ser más sabios, más libres y más caritativos.

Por supuesto, ningún partido político oficialmente favorece una mayor inseguridad, un medio ambiente contaminado o más tensiones, crímenes, pobreza e iniquidad. ¿Por qué entonces tenemos políticas que promueven estos mismos resultados? ¿Por qué somos incapaces de crear el tipo de sociedad que genuinamente queremos para habitar en el nuevo milenio? ¿Por qué somos incapaces de ordenar nuestras políticas públicas de acuerdo con nuestros valores comunes y necesidades humanas? Una razón importante es que hemos estado recibiendo un mensaje inadecuado de nuestros actuales indicadores de progreso, en particular del indicador económico más observado, el producto interno bruto (PIB). Todos nosotros -políticos, economistas, periodistas y el público general- hemos sido embaucados con la prosperidad y el bienestar a través de esta ecuación del crecimiento económico. Por cierto, no hay probablemente un mito más persuasivo y peligroso en nuestra sociedad que la suposición materialista del PIB de que “más es mejor”.

Observemos el lenguaje que usamos. Cuando nuestra economía está creciendo rápidamente se le denomina “robusta”, “dinámica” y “saludable”. Cuando la gente gasta más dinero, la “confianza del consumidor” es “fuerte”. Por contraste, un crecimiento “débil” o “anémico” nos señala que estamos en “recesión” o en una “depresión económica”. Un aumento en las ventas de automóviles señala una “recuperación floreciente”. Mientras más producimos, vendemos y gastamos, más crece el PIB y, por implicación, estamos mejor.

Esta no fue la intención de aquellos que crearon el PIB. Simon Kuznets, su arquitecto principal, advirtió hace cuarenta años: “El bienestar de una nación puede escasamente ser inferido a partir de una medición del ingreso nacional”. Nuestras estadísticas de crecimiento nunca se pensaron para emplearlas como una medida de progreso, tal como lo hacemos hoy en día.

NO TODO CRECIMIENTO ES IGUAL

No todo crecimiento es igual. En efecto, actividades que degradan nuestra calidad de vida, tales como el crimen, la contaminación y la adicción por las apuestas, todas hacen crecer a la economía. Uno de los sectores con crecimiento más rápido de la economía de los Estados Unidos de Norteamérica es el carcelario, que creció a una tasa anual de 6,2% al año durante los años 90. El sólo juicio de O. J. Simpson agregó doscientos millones de dólares a la economía de los Estados Unidos de Norteamérica y la explosión de Oklahoma, así como la masacre de Littleton, pusieron en movimiento a la exitosa industria de los seguros de los Estados Unidos de Norteamérica, que actualmente agrega cuarenta mil millones de dólares al año a la economía, gracias al aumento de sus ventas a establecimientos educacionales. ¿Es este nuestro modelo de una economía “robusta” y “saludable”? El negocio de las apuestas, de cincuenta mil millones de dólares al año, es otra industria de rápido crecimiento.

El divorcio suma veinte mil millones de dólares en un año a la economía de los Estados Unidos de Norteamérica y los accidentes automovilísticos otros cincuenta y siete mil millones. Las ventas de una conocida marca de un fármaco antidepresivo se han cuadruplicado desde 1990 para alcanzar más de 3 mil millones de dólares. La obesidad contribuye al crecimiento económico por múltiples vías, comenzando con el valor del exceso de comida consumida y de la publicidad requerida para poder venderla. Luego la industria de dietéticos y de adelgazantes agregan treinta y dos mil millones de dólares al año a la economía de los Estados Unidos de Norteamérica y los problemas de salud asociados a la obesidad otros cincuenta mil millones.

Similarmente, la contaminación tóxica, la enfermedad, la tensión psicológica y la guerra, todas hacen crecer a la economía. El Exxon Valdez contribuyó mucho más a la economía de los Estados Unidos de Norteamérica al derramar su petróleo que si lo hubiera transportado con seguridad hasta el puerto de destino, debido a todos los costos de limpieza, cobertura legal y de prensa, agregada a las estadísticas del crecimiento. La guerra de la ex Yugoslavia estimuló las economías de los países de la OTAN al monto de sesenta millones de dólares cada día y la economía de los Estados Unidos de Norteamérica se beneficiará incluso más al reconstruir lo que fue destruido.

Medir el progreso por la suma total de la actividad económica sería como si un carabinero se pusiera a fiscalizar toda la actividad que observa. La mujer que pasea a su perro, el ladrón que roba un automóvil, el niño que juega en la esquina – todos serían registrados por igual. Similarmente, nuestra estadística de crecimiento no hace distinción entre la actividad económica que contribuye a nuestro bienestar y aquella que le causa daño. El crecimiento es simplemente un incremento cuantitativo en la escala física de la economía y no nos dice nada acerca del verdadero bienestar y progreso.

Irónicamente, mientras nos encontramos tan ocupados contabilizando todo aquello en lo que gastamos dinero, no le asignamos ningún valor a aquellas actividades vitales que son gratuitas y que realmente contribuyen a nuestro bienestar. Los trabajos de voluntariado, la actividad de algunas sociedades caritativas, no se considera o toma en cuenta en nuestra medición del progreso ya que no se produce intercambio de dinero. Y, aunque el trabajo hogareño y la crianza de niños son más esenciales para la calidad de vida que mucho del trabajo que se hace en oficinas, fábricas y negocios, no se consideran al calcular el PIB. En efecto, en los Estados Unidos de Norteamérica se valora la industria próspera del cuidado infantil pero no se toma en cuenta el cuidado infantil gratuito y de esta forma no nos percatamos que los padres están pasando un menor tiempo con sus niños que nunca antes. ¿Es este un signo de progreso?

¿ESTAMOS MEJOR GRACIAS AL CRECIMIENTO DE LA ECONOMÍA?

¿Están mejor los ciudadanos de los Estados Unidos de Norteamérica como resultado de décadas de crecimiento económico continuo? Ciertamente muchos de ellos tienen casas más grandes y más automóviles. ¿Son más felices? Una encuesta recientemente efectuada en USA comprobó que el 72 % de los USA tienen más posesiones que sus padres pero sólo el 47% expresó que eran más felices que sus padres.

Al mismo tiempo, estamos más inseguros y experimentamos cada vez menos paz; la posibilidad de ser víctima de un crimen se ha triplicado con respecto a nuestros padres una generación atrás. Estamos más tensos y escasos de tiempo, nuestros trabajos son más inestables. Nuestros niveles de endeudamiento son más altos y los ingresos reales estás disminuyendo para la mayoría. La pobreza infantil aumenta y la brecha entre ricos y pobres se está ampliando. Los economistas predicen que, por primera vez desde la Revolución Industrial, la próxima generación va a estar peor que la actual.

Más peligroso aún, el crecimiento oculto ha socavado nuestros recursos naturales, ha producido contaminación masiva, destruido la flora y la fauna a una tasa sin precedentes, y modificado el clima en una forma que actualmente atemoriza al planeta. Mientras más rápidamente agotamos nuestros recursos naturales y mientras más combustibles fósiles quemamos, la economía crece más rápido y, por lo tanto, pensamos que estamos mejor. Dado que no le asignamos ningún valor a nuestro capital natural, de hecho contabilizamos su consumo como un beneficio, esto es como si el dueño de una fábrica que vendiera toda su maquinaria contabilizara esto como una ganancia.

VALEMOS LO QUE MEDIMOS

Aquello que medimos y contamos nos habla en forma muy literal de lo que valemos como sociedad. Si una profesora le dice a sus estudiantes que leer un artículo es muy importante pero no incide en la nota final, el mensaje verdadero es que el artículo no tiene interés y los estudiantes dedicarán su esmero al examen final que “cuenta” para algo.

Similarmente lo que nosotros no medimos en nuestro mecanismo central de contabilidad será efectivamente eludido en la arena política. Podemos pagar piadoso homenaje público a la calidad ambiental y a los valores sociales y espirituales; pero, si contabilizamos su degradación como un progreso en nuestras medidas de crecimiento, continuaremos enviando señales distractoras a los legisladores y al público en general, entorpeciendo cualquier remedio efectivo y distorsionando las realidades políticas. Mientras no explicitemos el valor de nuestro tiempo libre, del trabajo voluntario, el valor del tiempo de paternidad con los hijos y la riqueza de los recursos naturales, nunca recibirán la atención adecuada en la agenda de las políticas públicas.

La obsesión con los crecimientos y su confusión con el desarrollo genuino nos ha guiado por una vía peligrosa y autodestructiva. Difícilmente legaremos a nuestros hijos una herencia mejor mientras no acabemos con el mito de que “más” inherentemente significa “mejor”, mientras no cesemos de establecer nuestro bienestar y prosperidad por medio de cuán rápido la economía está creciendo y mientras no dejemos de mal emplear el PIB como nuestra principal medida de progreso.

Justo antes de ser asesinado hace treinta años Robert Kennedy lo señaló de esta forma:
“El Producto Nacional Bruto incluye la polución del aire, la publicidad de los cigarrillos y las ambulancias que retiran los restos mortales de nuestras carreteras. Considera cerraduras especiales para nuestras puertas y cárceles para las personas que las violan. El PNB incluye la destrucción del bosque nativo y la muerte de los lagos. Crece con la producción de napalm, misiles y cabezas nucleares.

Y si el PNB incluye todo esto, hay mucho que no incluye. No incorpora la salud de nuestras familias, la calidad de su educación, la dicha de sus juegos. Es indiferente ante la decencia de nuestras fábricas y la seguridad de nuestras calles. No incluye la belleza de nuestra poesía o la solidez de nuestros matrimonios, o la inteligencia de nuestro debate público, o la integridad de nuestros personeros públicos. Mide todo, para ser breve, excepto lo que hace que la vida valga la pena”.

UNA ALTERNATIVA MEJOR PARA MEDIR EL PROGRESO

Lo que se necesita urgentemente son medidas de bienestar, prosperidad y progreso que explícitamente valoren los logros no materiales que son la verdadera base de nuestras riquezas, incluyendo la solidez de nuestras comunidades, nuestro tiempo libre, la calidad de nuestro medio ambiente, la salud de nuestros recursos naturales y nuestra preocupación por los demás. Los medios para obtenerlas existen.

De hecho, en los últimos veinte años se ha hecho un progreso tremendo en la contabilidad de recursos naturales, indicadores sociales, estudios de la utilización del tiempo, medidas de calidad ambiental y otros medios de establecer el bienestar y la calidad de vida. Somos capaces de medir nuestro progreso en una forma que está de acuerdo con nuestros valores compartidos y que nos permitiría saber si nos estamos desplazando hacia la sociedad que queremos crear.

Tras el desarrollo por parte de tres investigadores de California de un Indicador de Progreso Genuino (IPG) en 1995, que incorpora veintiséis variables sociales, económicas y ambientales; cuatrocientos economistas influyentes, incluyendo ganadores del Nobel, declararon conjuntamente: “Ya que el PIB mide solamente la cantidad de actividad comercial, sin considerar los costos sociales y ecológicos involucrados, es a la vez inadecuado y engañoso como medida de prosperidad real. Los políticos, economistas, periodistas y las agencias internacionales deben abandonar el uso del PIB como una medida de progreso y reconocer públicamente sus inconvenientes. Se necesitan urgentemente nuevos indicadores de progreso para guiar a nuestra sociedad. El IPG (Indicador de Progreso Genuino) es un importante paso en esta dirección.”

En Canadá, GPI Atlantic, un grupo de investigación sin fines de lucro, está desarrollando actualmente un Índice de Progreso Genuino (IPG) para la provincia de Nueva Escocia que el instituto de estadística de Canadá ha designado como un proyecto piloto para el país. Se ha diseñado como una herramienta política práctica que es fácil de mantener y replicar, que puede medir con precisión el desarrollo sustentable y proporcionar mucha de la información necesitada para las decisiones políticas acerca de temas que actualmente permanecen ocultos por nuestras estadísticas económicas.

El IPG asigna valor explícitamente a nuestros recursos naturales, incluyendo nuestros terrenos, bosques, mares y lagos y las fuentes no renovables de energía. Valora la sustentabilidad de nuestros procesos de cosecha, hábitos de consumo y sistemas de transporte. Mide y valora nuestro trabajo no remunerado – voluntario y doméstico – y considera el crimen, la contaminación, las emisiones de gases de invernadero, los accidentes de tránsito y otras pérdidas como costos económicos, no como ganancias como ocurre actualmente.

El índice sube si nuestra sociedad se está haciendo más igualitaria, si tenemos más tiempo libre y si nuestra calidad de vida mejora. Incorpora nuestra salud, nuestra educación y nuestra seguridad económica. Intenta, en breve, medir aquello que hace que la vida valga la pena. Es una economía del sentido común que se corresponde con la realidad de nuestras existencias diarias, tal como las experimentamos realmente.

MIDIENDO COSTOS Y BENEFICIOS

A diferencia del PIB, el IPG distingue actividades económicas que producen beneficios de aquellas que causan daño. Por ejemplo, un aumento de la criminalidad hace crecer la economía, mientras una sociedad más pacífica en la práctica se manifiesta como un descenso del PIB. Por contraste, el IPG considera una sociedad segura y pacífica como un logro social profundo. A diferencia del PIB, tasas de criminalidad más bajas hacen que el IPG suba, y los costos asociados a la criminalidad se restan en lugar de sumarse en los indicadores de prosperidad.

El IPG considera un enfoque similar para los accidentes de tránsito, la contaminación tóxica y las emisiones de gases de invernadero, que son vistos más bien como costos que como beneficios. Como el crimen y el agotamiento de los recursos, existen áreas de la economía donde un crecimiento es claramente indeseable.

Al incorporar los costos directamente en la estructura contable de la economía, el IPG puede ayudar a los políticos a identificar inversiones que producen menores costos sociales y ambientales a la sociedad. Las apuestas y otras industrias prósperas podrían recibir menor apoyo fiscal si los costos sociales fueran considerados y las prácticas sustentables podrían ser más favorecidas.

Por ejemplo, GPI Atlantic recientemente encontró que una permutación del diez por ciento del transporte camionero a transporte ferroviario podría ahorrar a los contribuyentes de Nueva Escocia once millones de dólares en un año, una vez que los costos por emisión de gases de invernadero, accidentes de tránsito y mantención de carreteras sean incluidos. El trabajo a distancia, tan sólo dos días por semana, ahorraría dos mil doscientos dólares anualmente por empleado cuando el tiempo de transporte, combustible, estacionamiento, accidentes, contaminación atmosférica y otros costos sociales y ambientales sean incluidos.

Actualmente, el PIB contabiliza todos estos sacrificios como progreso, con lo que el trabajo a distancia y la práctica de compartir el automóvil hacen descender el crecimiento del PIB. En contraste el método contable completo de costo-beneficio del IPG redundaría en mayor apoyo a las políticas tributarias y a los incentivos subsidiarios que apoyan las alternativas de transporte masivo y otras prácticas más sustentables.

VALORANDO LOS RECURSOS NATURALES

Sin importar cuántos autos tengamos en la carretera o cuántas posesiones acumulemos, el medio ambiente no tolerará la ilusión del crecimiento. La valoración de los recursos naturales proporciona un marco contable que reconoce limitaciones inherentes a nuestras actividades económicas y valora la estabilidad y el equilibrio.
En el Índice de Progreso Genuino, los recursos naturales son considerados como inventarios de capital finito, sujetos a depreciación como capital productivo. El progreso genuino se mide por nuestra habilidad de vivir del ingreso o “servicios” generados por nuestros recursos, sin consumir el inventario de capital que es la base de la riqueza tanto nuestra como de nuestros hijos.

El IPG reconoce el rango completo de los servicios sociales y ecológicos proporcionados por los recursos. El IPG de contabilidad forestal, por ejemplo, incluye no solamente la producción de madera sino también el valor de los bosques como absorbentes de aguas lluvias, hábitat y su rol en la biodiversidad, como preventores de la erosión de los terrenos, reguladores climáticos, carbón potencial y proveedores de recreación y disfrute espiritual. Los terrenos saludables, la mantención de varias especies y los bosques multietáreos proveen numerosos beneficios económicos al incrementar la productividad de la madera, aumentando el valor económico de los productos forestales, protegiéndolos contra los incendios, enfermedades, plagas y apoyando la incipiente industria del ecoturismo.
EL TIEMPO NO ES ORO

Todos tenemos sólo veinticuatro horas en nuestro día y un tiempo de vida limitado. Cómo pasemos ese tiempo es una medida de nuestro bienestar, calidad de vida y contribución a la sociedad.

El IPG incluye indicadores del empleo del tiempo para medir y valorar el tiempo sobre un período de veinticuatro horas completo y para establecer el equilibrio entre sus usos alternativos. Medir el tiempo como tiempo, en lugar de hacerlo como dinero, también pone atajo al mito del crecimiento ilimitado.

De acuerdo con los actuales métodos contables, mientras más horas trabajamos a cambio de un sueldo, más crece el PIB y más “progresamos”. En una entrevista reciente un alto gerente de Fortune 500 señaló que trabajaba desde las seis de la mañana a las diez de la noche todos los días y que no tenía tiempo para nada más excepto para dormir.

Según las convenciones corrientes, su sueldo anual de cuatro millones de dólares lo convierte en rico. De acuerdo con el IPG, cuando medimos y valoramos el tiempo que dedicamos a la familia, a los trabajos voluntarios y el tiempo libre, el alto gerente puede estar optando por un estilo de vida indigente.

Aristóteles reconoció hace dos mil cuatrocientos años que el ocio era un prerrequisito de la contemplación, de la discusión informada, así como de la participación en la vida política y de la auténtica libertad. Es también esencial para la salud y para la relajación, para la práctica espiritual y para una calidad de vida decente. Pero la pérdida del valioso tiempo libre no es valorada en nuestras medidas usuales de progreso.

Las implicaciones políticas de valorar el tiempo son profundas. Por ejemplo, GPI Atlantic encontró que los habitantes de Nueva Escocia tienen la tasa más alta de actividad voluntaria en Canadá, proporcionando 134 millones de horas en un año, el equivalente de 81 mil trabajos, ó 1,9 miles de millones de dólares, equivalentes en servicios. Esta fuente de generosidad es completamente invisible en nuestra contabilidad convencional; al no medirse y no valorarse, el sector voluntario no ha recibido el apoyo que requiere para realizar adecuadamente su labor.

Un incremento en las horas de trabajo remunerado ha producido un 7% de declinación en las horas de servicio voluntario en los últimos años, un desplazamiento que no han percibido los políticos, pero que ha sido registrado por primera vez en el IPG. Al contabilizar sólo las transacciones monetarias, el PIB ha registrado un incremento en los horarios de trabajo remunerado simplemente como progreso.

La medición del trabajo no remunerado doméstico focaliza nuestra atención en la escasez de tiempo de los padres trabajadores que luchan por equilibrar trabajo y responsabilidades domésticas y en la necesidad de arreglos laborales que sean más amistosos con la familia, así como horarios de trabajo flexible.

El moderno lugar de trabajo no se ha ajustado aún a la realidad de que las mujeres han duplicado su tasa de participación en la fuerza de trabajo asalariado. Las madres que trabajan ponen en promedio once horas de trabajo diariamente, tanto remunerado como no remunerado, durante los días de semana, y quince horas más de trabajo no remunerado en los fines de semana. La medición del trabajo doméstico incrementa importantes aspectos de equidad monetaria: el trabajo tradicionalmente realizado por las mujeres en la casa y considerado “gratis” ha sido devaluado en la economía de mercado resultando en una iniquidad monetaria entre los géneros, en relación con el cuidado de los hijos, que perjudica a las trabajadoras cuidadoras de hijos y otros.

EQUIDAD Y CREACIÓN DE EMPLEOS

Millones de estadounidenses han sido dejados de lado por el chorreo económico en USA. La oficina del censo reporta que la iniquidad en los ingresos ha aumentado en un 18% para todos los hogares de USA desde 1968 y por sobre un 23% para las familias. El 1% más rico de los hogares estadounidenses poseen en la actualidad el 40% de la riqueza nacional, mientras que el ingreso neto de las familias de clase media ha caído permanentemente durante los años ’90 debido al aumento del endeudamiento. Tan sólo Bill Gates posee más riqueza que el 45% más bajo de los hogares de USA juntos.

¿Es esto progreso?

No hay garantía que la marea del crecimiento económico levante a todos los botes y la evidencia indica que ocurre frecuentemente lo contrario. Por esta razón, el IPG explícitamente valora los incrementos de equidad y de seguridad laboral como indicadores de progreso genuino. De hecho, el instituto de estadística de Canadá recientemente reconoció que la preocupación por la equidad es inherente en cualquier medida de desarrollo sustentable porque una vez que los límites del crecimiento son admitidos, el tema pasa a ser la distribución justa más que el incremento de la producción. Si todos en el mundo consumieran recursos al nivel de los norteamericanos, requeriríamos cuatro planetas adicionales para mantenernos.

En Norteamérica estamos condicionados a creer que la creación de trabajo es contingente al crecimiento. En lugar de ello, podríamos aprender de algunos países europeos que han creado más trabajo reduciendo y redistribuyendo la carga laboral existente. Holanda, por ejemplo, tiene una tasa del 3,4% de desempleo y también las horas de trabajo anuales más bajas de cualquier país industrializado. En ese país, el trabajo de tiempo parcial está legalmente protegido, con salarios por hora equivalentes y beneficios prorrateados. Francia ha introducido una semana de trabajo de 35 horas; Dinamarca otorga cinco semanas de vacaciones anuales; Suecia proporciona permisos paternales y educacionales que crean ofertas de trabajo. Un experimento creativo otorgó a los padres la opción de tomarse los meses de verano para estar con sus hijos, garantizándoles el reingreso a la fuerza laboral en septiembre, proporcionando, de esta, forma trabajos de verano para estudiantes universitarios y un ahorro de costos para los propios empleados.

La reducción y redistribución de las horas de trabajo puede también mejorar la calidad de vida al producir más tiempo libre. Estudios de la utilización del tiempo muestran que los daneses tienen -en promedio- 11 horas más de tiempo libre por semana que los norteamericanos.

Al considerar el subempleo y la sobrecarga laboral como costos económicos y otorgar valor explícito a la equidad y el tiempo libre, el IPG puede orientarnos a un rango de estrategias inteligentes para la creación de trabajos que no sean dependientes de un mayor crecimiento.

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