El violador Assange

DICE EL GOBIERNO BRITÁNICO QUE Julian Assange no está siendo perseguido por delitos políticos sino por un delito común, por una agresión sexual en Suecia, donde se acostó dos veces con dos mujeres que aceptaron dormir con él, las cuales querían acostarse una sola vez y no dos veces, y no sin condón sino con condón.

No digo que Assange no haya actuado mal en esta guerra de sábanas (en caso de ser verdad lo que se dice), pero no me parece que un delito de esta naturaleza merezca la amenaza de irrumpir en la Embajada ecuatoriana en Londres. ¿Para qué lo harían? ¿Por qué tanto celo ante un delito sexual? ¿Para proteger la seguridad de las secretarias de la Embajada, amenazadas por el peligroso sátiro? Al parecer las autoridades ecuatorianas en Londres no están angustiadas por los ímpetus reproductivos de Assange. Y tengo la impresión de que las británicas tampoco.

Julian Assange

Que Ecuador esté protegiendo a un violador de mujeres es mentira. Que Gran Bretaña y Suecia estén pidiendo que se les entregue un violador, es mentira. Y no sólo es mentira, es ridículo y hasta el más ingenuo se da cuenta de que a Assange lo quieren tener en sus manos la justicia británica, sueca y norteamericana por las filtraciones de Wikileaks y no porque le guste hacer el amor sin preservativo. Y lo que Suecia quiere hacer con él, muy probablemente, es enviarlo a Estados Unidos, según normas de extradición expeditas de este país. Lo del delito sexual es un pretexto; incluso más que un pretexto, un montaje, pues Ecuador le ha dicho a Suecia que puede interrogar a Assange en la Embajada y que lo entregan si no lo extraditan. Lo que Estados Unidos quisiera es darle un castigo ejemplar al hombre que consiguió filtrar miles de secretos de su servicio diplomático. Es un mensaje al mundo: para que no se les ocurra volver a meterse con sus secretos de Estado.

No debemos olvidar lo que fue Wikileaks: un grupo de hackers independientes ahora desmantelado por la persecución, el miedo y la falta de plata. Wikileaks, de hecho, ya no existe: inducidos por los gobiernos occidentales, PayPal, Visa, MasterCard, Amazon, etc. han suspendido la posibilidad de que los simpatizantes la financien; también les han cerrado el acceso a numerosos portales y programas en internet; se han redactado leyes que prohíben publicar el contenido de sus archivos filtrados; han amedrentado a sus activistas y, sobre todo, han tratado a uno de sus principales aliados como si fuera un terrorista de Bin Laden. El soldado Bradley Manning (el hombre que habría filtrado buena parte de los cables del Departamento de Estado a Wikileaks), un ciudadano americano, lleva más de 800 días aislado y sin juicio, durmiendo desnudo y sin poder ver a nadie, como un prisionero de Guantánamo. Esto es una advertencia para los miembros de Wikileaks: así los trataríamos si cayeran en nuestras manos.

Los objetivos de Wikileaks eran y siguen siendo loables: denunciar la corrupción por parte de gobiernos autoritarios y los horrores cometidos por Occidente en sus “guerras humanitarias”. En esta actividad, por ejemplo, filtraron documentos de negociados sucios entre trasnacionales y el gobierno de Kenia; publicaron videos de graves violaciones a los derechos humanos durante la invasión a Irak; publicaron cables sobre torturas en Egipto. Muchos actos reprobables no se conocerían si no fuera por las filtraciones de Manning. Y Manning las filtró porque creía que esta verdad se debía conocer.

Es cierto que el régimen ecuatoriano no es un ejemplo en la protección de la libertad de prensa. Correa usa este episodio para lavarse una cara que no tiene limpia. Pero así esté actuando por cálculo e interés, el resultado es bueno pues el activista australiano merece protección. Assange no es un violador sexual; es un violador de los secretos más sucios de los gobiernos y de los secretos más corruptos de las empresas. Es por eso que lo persiguen, no por haber hecho el amor dos veces y sin condón.■

Texto del artículo «Assange, ¿el violador de qué?» Escrito por ©HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, publicado en ELESPECTADOR.COM
Editado por FRANCISCO CÓRDOVA SÁNCHEZ

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