La gestión de Yehude Simon

No concordamos* con quienes dicen que Yehude Simon quedó descalificado desde el momento que aceptó ser el Premier de un Gobierno presidido por alguien como Alan García. No podría ser esta nuestra posición, desde el momento en que estuvimos entre quienes creyeron que había que votar por García, por ser el mal menor frente a Humala, a pesar de las cuentas pendientes que arrastraba de su primer Gobierno en derechos humanos, corrupción y gobernabilidad.

Si se podía y había que votar por él, por qué sorprendernos de que haya quienes crean también —cuestión de gustos y estilos— que se puede y debe colaborar con él.

Tampoco nos parece mal que una de las motivaciones de Simon para aceptar el cargo sea visiblemente su ambición política. Todo aquel que está en política quiere llegar y estar en el poder, y mientras más alto, mejor. Entonces, lo raro de Simon no es que quiera ser presidente (por algo se suele decir que allí donde hay tres políticos peruanos, dos no solo quieren ser presidente sino que están seguros de que lo serán), sino que lo diga explícita y reiteradamente, lo que puede caer pesado pero también ser visto como un gesto de sinceridad inusual.

Sin embargo, sí nos ubicamos entre quienes a estas alturas tienen una posición crítica de su gestión como Presidente del Consejo de Ministros. Posición contraria que ha ido de menos a más, porque comenzamos dándole, a pesar de todo, el beneficio de la duda, y deseando que le vaya lo mejor posible dentro de las circunstancias, sin «pedir peras al olmo», tanto por él como por lo que creemos que le conviene al país.

Desde el primer momento estuvo claro que, con la jugada audaz de nombrar a Simon, García pretendía utilizar la buena imagen que él había logrado proyectar como Presidente Regional, tanto para superar la crisis generada a partir del escándalo de los ‘petroaudios’ como para dar la apariencia de un cambio en la línea de gobierno.

A García y al Gobierno en general les convenía no seguir siendo vistos tan de ultraderecha, fujimoristas, pasivos frente a la corrupción externa e interna, antiderechos humanos, intolerantes, ineficientes, etcétera. Y el nombramiento de Simon, dado el perfil que él había logrado proyectar, los podía ayudar en ello.

El desafío de Simon consistía, por tanto, no solo en ser consciente de eso, como de hecho lo era, dada su habilidad y experiencia política, sino, además, en no dejarse solo utilizar y lograr más bien salirse del libreto, sacándole la vuelta a las intenciones de García. ¿Cómo así? Tomándole la palabra al Presidente, pero no solo en apariencia, sino también realmente, lo que suponía tener la capacidad de concretar por lo menos algunos cambios importantes en la perspectiva de sus convicciones y su perfil.

Y eso es lo que creemos que a estas alturas está claro que Simon no ha hecho. No podemos identificar ninguna medida importante promovida por él que marque un antes y un después en la línea del Gobierno desde que él entró.

Simon ha declarado en varias oportunidades que hay que tomar en cuenta que este no es su gobierno, y que en el Consejo de Ministros y en todas las instancias de poder hay personas que tienen una mentalidad opuesta al tipo de medidas que se le reclaman y que él quisiera adoptar.

De acuerdo. Pero ese era el punto de partida. Él sabía perfectamente a qué tipo de gobierno entraba.

Y si entró era porque creía que aun en esas circunstancias, por más difícil que fuera, tenía un mínimo espacio para hacer algo distinto, porque si no, ¿para qué entrar? ¿Para más de lo mismo?

Lo segundo que nos parece criticable de la gestión de Simon es que ha cedido en temas que debieron ser, para una persona como él, no negociables. El principal: derechos humanos.

Es cierto que ha convocado públicamente, por lo menos en dos oportunidades, a instituciones de la sociedad civil consideradas «caviares», sin importarle el qué dirán de Giampietri, los fujimoristas, la prensa bamba (Correo, Expreso y La Razón) y hasta el mismo García.

Pero ninguna de estas reuniones se ha traducido en medidas concretas a favor de los temas tratados, en los que supuestamente había concordancia.

También es cierto que en algunas medidas contrarias a los derechos humanos Simon terminó entrando en razón, y puede que haya tenido incluso el mérito de haber sido él quien convenciera a García u otros sectores oficialistas de la conveniencia de retroceder.■

* Ernesto de la Jara. «Balance Crítico». Artículo publicado en ideele. Nº 191/2009

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