Eduardo Chirinos (1960-2016)

(Lima, 4 de abril de 1960- Missoula, Estados Unidos, 17 de febrero de 2016)

Fragmentos de una alabanza inconclusa

Debe haber un poema que hable de ti,
un poema que habite algún espacio donde pueda hablarte sin cerrar los ojos,
sin llegar necesariamente a la tristeza.

Debe haber un poema que hable de ti y de mí.
Un poema intenso como el mar,
azul y reposado en las mañanas,
oscuro y erizado por las noches
irrespetuoso en el orden de las cosas, como el mar
que cobija a los peces y cobija también a las estrellas.
Deseo para ti el sencillo equilibrio del mar, su profundidad
y su silencio, su inmensidad y su belleza.

Para ti un poema transparente,
sin palabras difíciles que no puedas entender,
un poema silencioso que recuerdes sin esfuerzo
y sea tierno y frágil como la flor que no me atreví a enredar alguna vez en tu cabello.
Pero qué difícil es la flor si apenas la separamos del tallo dura apenas unas horas,
qué difícil es el mar si apenas le tocamos se marcha lentamente y vuelve al rato con inesperada furia.
No, no quiero eso para ti.
Quiero un poema que golpee tu almohada en horas de la noche,
un poema donde pueda hallarte dormida, sin memoria,
sin pasado posible que te altere.

Desde que te conozco voy en busca de ese poema,
ya es de noche. Los relojes se detienen cansados en su marcha,
la música se suspende en un hilo
donde cuelga tristemente tu recuerdo.
Ahora pienso en ti y pienso
que después de todo conocerte no ha sido tan difícil como escribir este poema.

MONÓLOGO DEL POETA Y LA MUSA

Canta odiosa di algo ayúdame no te hagas la desentendida
sé que estás allí merodeando entre mis libros arrojándome palabras de otros
burlándote de mi mal disimulada impaciencia.
Anda ven un ratito rasca mi cuello como antes mi cabeza.
Mira se me está cayendo el pelo cada vez tengo más canas ya no soy tan joven
¿pero recuerdas qué bien lo pasábamos?
Remábamos en bote trepábamos árboles apedreábamos cisnes.
Gozabas cuando te estrujaba los senos y te miraba a los ojos como un pájaro
sentimental.
Porque entonces el mundo era nuestro y hasta perdonabas mis errores
de ortografía mi pésima dicción en público.
Ah querida las cosas han cambiado.
Nuevamente han dado las doce y nada he hecho sino tropezarme con mis propias palabras.
Ellas se mantienen jóvenes saltan juegan van solitas al gimnasio.
Sólo yo he envejecido sin darme cuenta he envejecido.
Pero no
no debo permitirme el desconsuelo. No puedo aceptar que te hayas ido
no quiero seguir siendo raíz en las tinieblas repitiendo versos de Neruda que
nunca me gustaron que andan por allí diciéndome eso te pasa por creído.
Ven ven siéntate a mi lado
mira que cada vez escribo peor que la rima se me sale cuando más la evito
que la música es un miserable chirrido que no puedo cortar bien los versos
que las mangas son más largas que el cuello.
Deja entonces de escribir deja entonces de leer. Fácil muy fácil.
Nunca haré caso a tus consejos.
Ven que escucho tu respiración calentándome la sangre
ven que escucho a lo lejos tu canción.
No me importa si debo esperarte como a una falsa promesa
si debo sobornarte con la miserable gloria de un poema mal escrito.
Estás que ardes. Tienes fiebre. Tal vez estés peor que yo. Lo sé lo sé
el silencio exige un precio muy alto y no pude pagarlo.
No te preocupes no te pediré nada sólo recuerda que fuimos felices
que ardimos en los cuatro rincones del planeta que reímos hasta voltear
el mundo.
Sé que las cosas han cambiado
no soy el de antes y tú no tienes nada que ofrecerme.
Pero no importa igual ven acuéstate un ratito miénteme como antes.
No te separes nunca más de mí.


EL AMOR Y EL MAR

Un silencio antiguo, sin tiempo,
entre las ondas.
Vicente Aleixandre

1
DEBO APROXIMARME a una puerta silenciosa
y abrirla cuidadosamente.
Cuán inútil la experiencia, los años revueltos como plumas desgajadas
de un ave,
las sucias escamas que ocultan la delicada piel.
No plumas ni escamas.
No piel.
Sólo ojos brillando en medio de la noche
y un cuerpo núbil sobre la alfombra roja.
(¿Qué hace un cuerpo núbil sobre la alfombra roja?)
El viento esparce las cenizas del amor.
Dibuja apagadas estrellas, agujeros astillados,
largas salmodias donde un nombre obstruye para siempre la salida.

2
Contemplar el mar es contemplar un larguísimo reproche,
humedecer los ojos con palabras que el tiempo no destruya
y disponerse a soportar el peso amargo de los años.
Escuchar el mar es escuchar un antiquísimo lenguaje.
Su espuma es el vértigo,
la vana transparencia que enloquece de amor a los amantes.
Me has dado ojos para ver la transparencia
porque el mar es también una larguísima caricia.
Lo supe en prolongadas tardes de silencio y desarraigo,
tardes en que amor y soledad no eran solo dos palabras
sino un vasto paraje que sólo admitía tu presencia.
Para llegar a ti he tropezado muchas veces.
Noches enteras contando uno a uno tus cabellos,
besando con unción la punta de tus pies, imaginando
tu rostro en el rostro de todas las mujeres, tu voz
en cientos de bocas y labios inútiles.
Es tu voz la voz del mar, la voz que me llama desde dentro
con sus abismos y profundidades
con sus peces y sus olas y sus islas desiertas.
Es tu cuerpo
el que me llama y me resarce del error.
Para llegar a ti he tropezado muchas veces.
Noches enteras pronunciando un nombre, y era el tuyo.
Noches enteras acariciando un cuerpo, y era el tuyo.
Años desgajando con paciencia las plumas de un ave
para caminar sin rumbo hacia una puerta
sin saber que tú eras esa puerta.
El antiguo silencio que aún me habla entre las ondas.


Biografía de una noche cualquiera

Reviens-moi fanlôme de mes nuits,
revois-moi que je me trouve
César Moro

Atravesar un pasadizo a oscuras,
palpar la tibia humedad de sus paredes, su babosa suavidad
de recto laberinto. Hacia el fondo una luz Gritas
pero nadie escucha tu grito. Tiemblas,
pero nadie siente tu temblor. Tienes miedo.
Tú que nunca lo tuviste, ahora tienes miedo.
Has tropezado a ciegas con obstáculos, has encendido inútiles
antorchas, has maldecido y orado y vuelto a maldecir.
Tus dedos se aferran al hilo conductor. Ese hilo
es una larga vena en la que corre tu sangre;
estás atado al punió de partida,
pero algo más fuerte te impide volver.

(‘¡Ariadna!, tú que ideaste este ardid, dime ahora cómo salgo
de este laberinto, dime
cómo he de palpar estas paredes sin rasgarme las manos,
cómo es que hay un afuera que me atrae como al suicida el
vacío. Ariadna, tú que alimentaste amargamente mis deseos, tú
que me creaste para concebir contigo, dime
qué horrenda verdad se oculta bajo esta ciega luz. qué palabras
moverán las columnas de este palacio derruido, que voz
arrullará mi sueño cuando retorne al sueño.
No dejes, Ariadna, que se corle el hilo que me ata a tu vientre,
no permitas
que el negro dolor se apodere de tu cuerpo y me destruya.’)
Ya es de noche.
El viento mueve con furia las copas de los árboles, escuchas
sonidos inútiles y un breve jadeo índica que todo está bien,
no tienes de qué preocuparte.


PALABRAS DEL AMANTE DESVELADO

Mis manos reposan en tus senos.
Escucho con fuerza sus latidos, el fluir tibio de su sangre,
su blanca suavidad de pecho de paloma.
Luego del rumor de la batalla,
del amor con sus furias, sus rabias y sus celos,
lejos del ruido de la espuma, del gemido y del abrazo,
mis manos descansan gozosas en tus senos.
Qué sensación de música callada, de lento paraíso donde
la  tranquilidad reposa.

Ahora estás tendida a mi lado y duermes.
Toco dos brasas encendidas y aves nerviosas alzan vuelo
surcando la noche son su inesperado brillo.
¿Quién no ha deseado sentir bajos sus manos
la honda intensidad del mar?
Pero es imposible acariciar la extensa piel del agua, es imposible
querer abrazar el misterioso círculo del viento.
Tus senos me ofrecen mansas claridades.
Los he visto brillas una mañana y desde entonces
toda lluvia o agua o viento
son sólo materia fugitiva, necesaria realidad para un mundo triste
y apagado y triste otra vez.

Mis manos reposan en tus senos.
Ahora estás dormida, no lo sabes
pero escucho con fuerza tus latidos, el fluir tibio de tu sangre
tu blanca suavidad de pecho de paloma.
No lo sabes,
Pero esta noche he sentido por primera vez bajo mis manos
la hermosa intensidad del mar.



ESTAS PALABRAS

Te  regalo estas palabras.

El mar dijo en ellas lo que tenía que decir,
duplicado el cielo y el sol
siempre tan lejos de los árboles.

Te regalo
los árboles, con sus ardillas y sus hojas
que conversan en silencio.

Te regalo el silencio. Los vastísimos
silencios que recorre la luna. Te regalo
la luna, los cinemas, los espejos, los
acuarios te regalo
los cuartos del amor. Los oscuros
cuartos del amor donde se olvidan
y renacen las palabras. Te regalo
estas palabras.

(De No tengo ruiseñores en el dedo, 2006)


INTRUSO EN EL UNIVERSO

Me pertenecen los colores de un poema memorable
los ojos de las mujeres que amé.
La eterna bondad de mis amigos
También los boletos usados en el cine
O en el micro
Igual es
Cuando jode el universo
Cuando la melancolía te mata
Y el corazón explota
Pero nada de eso te asegura
Una vida decente
Y menos aún una vida decorosa
Porque el jardín y el huerto
O el parque en que posees tus recuerdos
Hace de ti un simple mortal entre los hombres
O más propiamente
Un intruso entre aquellos que olvidaron
de cuántos nombres se compone el universo.


Historia de siempre

TENGO MIEDO de comenzar un nuevo día,
de vivirlo, de lavarme la cara, de ordenar mis hojas
y arrancar los minutos interminables.
Se trata de ganarle al día como quien le gana al mar la tierra,
entonces me hago el dormido y pienso…
(¿Quién sino yo se llama Eduardo y se afeita y se ríe y no parece
que fuera la música su único aspaviento y come caramelos
y se molesta con el eterno zumbido de una mosca?)

A veces sueño que escribo.
Con frecuencia tomo nota y pierdo la cuenta abrazado con la almohada.
Tengo miedo de iniciar el día, de bañarme, de vestirme, de mirarme en el espejo.
Tengo miedo de ir a misa y que no me permitan entrar y enseñe mis papeles
y se rían y me aleje humillado.

Tengo miedo de abrir las páginas del periódico
y me dé con la noticia de mi propia defunción
y toda mi familia esté esperando y me tenga que vestir de nuevo
para obtener su visto bueno y me despidan para siempre.
Tengo miedo de que me regalen cosas.
Ayer por ejemplo me regalaron un pajarito muerto
y lo enterré tristemente en el jardín y todos se resintieron en el alma.
(¿Quién sino yo se para en la montaña con un libro bajo el brazo
y admira el mundo y  se rueda y maldice y desearía
destruir todo para comenzar de nuevo y evitar los errores cometidos?)

Tengo miedo de quitarme la pijama.
Es que la tengo pegada al cuerpo, es parte de mi piel
como las hojas escritas de mi sueño.
A veces abro la ventana  y me escapo como un loco por la calle
y todos me quieren dar alcance y me persiguen como a un perro
y sudo como un caballo.

Al responsable de mi autopsia lo han declarado incompetente
y todos aliviados guardan sus pajaritos muertos
para mejor ocasión.
(¿Quién sino yo es al que provoca remover y gritar y escupir
para que se deje de cosas y entre en comunión con el resto de la gente
y les ayude a cambiar el mundo?)

Enredado en la frazada calculo serán las once del día
y no he tomado el desayuno ni leído el periódico.
Me hago el dormido nuevamente y sueño que todos corren a cerrar el caño
y debo parecerles un irresponsable.
Tengo miedo de comenzar el nuevo día y ser el mismo,
tengo miedo de ordenar mis hojas derramadas  por el suelo y corregirlas durante horas.
Tengo miedo de ponerme mal del estómago de pura misantropía.

Allá afuera un perro se come al pajarito muerto.
Tengo miedo de levantarme de la cama y amarrarme los zapatos y peinarme.
Tengo miedo de levantarme y volverme a acostar.
Tengo miedo de que me sigan despertando,
para siempre,
hasta la consumación de los siglos.


PARA EVITAR LA MÚSICA DE LAS SIRENAS

ESBOZO PARA UNA POÉTICA DEL MAR

Has de saber ante todo
que la poesía nos conduce a desconfiar del mar.
El mar es fuente de metáforas fáciles: muerte y nacimiento conviven en sus
[aguas,
del mar nace la vida y nuestras vidas
son los ríos que van a dar en la mar / que es el morir.
Peligroso bañarse entre sus aguas y aún mojarse los pies;
el mar seduce, su canto arrulla y nos ofrece salmos de gloria,
la música de las sirenas.
Pero no es conveniente la gloria: un poeta oscuro será siempre más valioso
[que cien héroes muertos, no lo olvides.
(La historia es pródiga.
Algunos anclaron sus cuerpos en aguas tan profundas que vieron peces
[ahogados y algas transparentes,
otros salpicaron la espuma y humedecieron sus bocas sin atreverse a entrar.
Los primeros no han vuelto o han desaparecido antes que sus jóvenes
[esposas,
los segundos han vuelto y se emborrachan
o han enloquecido en las tabernas.)
Parece un refugio, es cierto. La inmensidad del cielo se refleja en su piel
[y ofrece la ilusión de un vacío cósmico;
pero es sólo un falso espejo, una galaxia con azotea y sótano,
una inútil galería de aguas.
El mar impresiona, todos lo sabemos.
Comerciantes y marinos han surcado sus aguas y explorado sus profundidades.
Los pescadores han logrado una fuente de ingreso y maldicen la marea,
los novios se acogen a su luz y gozan del amor en horas de la tarde.
Pero son los niños quienes realmente saben del mar.
Ellos refuerzan sus castillos de arena con murallas de arena
y temen el advenimiento de las aguas.
Que sea parecido tu temor, conserva siempre más cuidado:
una ojeada es peligrosa, un brevísimo baño y estarás perdido.
Egeo cedió y fue un ahogado ilustre.
Odiseo lo supo y arriesgó su vida por caer en tentación
mas tú no caigas.
Hoy día pocos recuerdan su memoria
y un poeta oscuro será siempre más valioso que cien héroes muertos,
no lo olvides.


“25 AÑOS en la vida de un hombre
son dos vidas en uno de 50”, decía mi padre.
Aún lo recuerdo.
Tendría nueve o diez años, edad en que las horas
transcurren con vaga lentitud y cada noche
es un fugaz oscurecer donde habitan los sueños.
(A veces la memoria conserva antiguos sueños
que arden como antorchas ofreciendo su lumbre,
a veces la memoria reclama nuestras manos
que hunde en el estanque buscando su huella).

Yo encontré sólo la palabra, lo demás me fue negado.
Fui torpe y tardé mucho en comprender que Jauja es superior
a la utopía, que un gran amor jamás es imposible,
que la infancia nos expulsa con orgullo y luego nos retiene.
¿Qué destino reserva la palabra a aquéllos cuya vida elige?
Difícil responder.
En soledad el niño se masturba y tiene miedo,
comprende que miedo y placer van juntos y son inseparables;
en soledad descubre la belleza y tiene miedo,
comprende que miedo y belleza van juntos y son inseparables.
Queda entonces la palabra,
hondo agujero donde el humo delata su presencia, su alto fuego
que nos toca sin quemarnos;
humo es el signo que precede a los encuentros, vaga ceniza
cuyo fruto es el poema
porque sueño y poema caminan siempre juntos.
Y son inseparables.


Habla Tiresias

FUE UN caluroso mediodía que sorprendí a Minerva
desnuda en el baño.
Contemplé extasiado su radiante belleza, su altiva
majestad emergiendo del agua.
Ella se acercó lentamente hacia mí
y posando en mis ojos sus dedos los cerró para siempre.
Ignoraba Minerva el daño que me hacía
pero a cambio puedo ver en las tinieblas
el fuego que devora el corazón del hombre.
Soy Tiresias, a quien llaman Adivino,
aquel que golpeara una noche a la Serpiente
para luego convertirse en mujer. Soy Tiresias
el vidente, a quien llaman Hijo de la Noche.
Dicen que mi mayor virtud es la prudencia.
No lo niego.
La noche me enseñó a revelar lo necesario
y callar el destino que angustia y atormenta al hombre.
¡Cuántas veces he soportado en silencio sus preguntas!
Me han llamado perverso entre perversos
me han acusado de engañar inocentes criaturas,
me han amenazado con la inútil torpeza de los puños.
Claro, mi vejez es venerable y además
¿quién se atrevería a agredir a un pobre ciego?
Una brillante espada de bronce es mi ceguera,
ella me defiende.
La clavo con fijeza donde advierto sus ojos
y ensayo una mirada compasiva, una mueca
que debe ser monstruosa como la verdad que oculto.
A veces me impaciento y caigo en la tentación de
revelarles todo lo que sé,
pero al punto me detengo.
Bastante doloroso es el destino del hombre.
Juro que nadie arrancará de mí una sola palabra.

Rituales del conocimiento y el sueño (El espejo del agua, 1987).


CANTO DE ESPERANZA

Dos dioses hay, y son Ignorancia
y Olvido

Rubén Darío

1

Más allá del intrincado laberinto de la culpa,
más allá de la plegaria que disuelve los espejos, más allá
del áspero perfume que arruina toda perfección
hay sólo una pregunta que jamás responderemos.
Con una moneda he pagado el favor de la Sibila,
he palmeado con cariño su joroba, sus temibles mejillas
moradas. Y he partido.
«Hijo mío», murmuró
pero me alejé con prontitud del escenario
cargando a mis espaldas el peso de la fatalidad y la desdicha.
(Una bandada de pájaros pasó sobre mi frente.
Creí entender que señalaban mi destino,
pero eran sólo un error.
Una trampa que no tardaría en repetirse.)

Provisto de un lápiz y un viejo astrolabio
tracé un dibujo sobre el mapa estelar,
luego alcé la mirada
y vi la constelación de Aries girando sobre cúpulas celestes
hundiendo sus pezuñas en el polvo lunar.
Es el deseo, me dije
y fecundé a la doncella que ofrecía magnolias a mi lado,
la cubrí como un hambriento animal
hasta hinchar con violencia su delicado vientre.
Todavía recuerdo su rostro azorado, sus manos crispadas
rodeando mi cuerpo.
Su dulce temblor turbando el dominio de la muerte.

2

Pasé largas noches sin comer ni dormir.
Ni el más ingrato recuerdo podía turbar mi mente
limpia como flor recién lavada por el río,
como árbol que desea decir y dice al viento
maneras que otros cristalizan en palabras.
Una bandada de pájaros pasó sobre mi frente.
Se dirigen hacia el norte o hacia el sur,
aves desoladas que reanudan un vuelo de siglos
ahora las contemplo sin pasión y sin ternura
como un viejo presagio o un aburrido fantasma.
(No es claridad lo que hiere mis ojos,
es el olvido que oscurece la memoria
y la doblega para siempre instaurando la calma.)

¿Para qué interrogar los enigmas que ofrece la noche?
Un amor que se pierde es un anhelo encontrado,
agua que golpea furiosa el cristal que la contiene
para huir a la grandeza anónima del mar.
¿Alguna vez haz visto el mar?
Nada más risible que su tosca mecánica
su insensata fábrica de signos que nadie comprende,
que a nadie le interesa comprender.
El sueño desvanece toda ilusión de realidad
por eso estamos solos
esperando sin rabia y sin resignación el vuelo de las aves,
su inútil canto de esperanza.

De Recuerda, Cuerpo


Ithaca

Cuando en el futuro te pregunten
de dónde has venido
no dudes en responder “de Ithaca”. Tú vienes
de donde todos van. Sin Penélopes
ni Argos ni Telémacos, tu viaje ha sido
plácido y largo, lo sé, aunque no tienes
ocasión ni forma de decirlo, sólo el llanto
o el ténue balbuceo: ojos enormes
para capturar el mundo
y tres o cuatro sílabas: aquellas que hemos olvidado.
Es esa nostalgia la que me mueve, por ella
he viajdo a muchos sitios, por ella
no he llegado a ninguna parte. Tú gateas
como el monarca en su reino
y ni siquiera eres esclavo de tus necesidades.
He viajado para serte.
Es primavera, pero la nieve aún cae en Ithaca
a miles de kilómetros de los desiertos del Perú.


Junto a la tumba de Salinas

Un pequeño saurio atraviesa la tumba de Salinas,
husmea el óxido que mancha la blancura del mármol
y se oculta rápidamente entre la hierba.
Entonces lo contemplo.
Qué de besos perdidos frente al mar,
qué de labios bebiendo sus gotas azules,
qué de cielos nunca hollados, fortalezas
donde el amor se rindió a los abrazos de nadie.
Nadie, Salinas, buscando entre sombras un cuerpo desnudo,
nadie en las palabras que alguna vez ardieron por nosotros.

Yo también me enamoré con tus poemas.
Ellos sabían lo que habría de ocurrirme, me leía en ellos,
pero tú plagiaste mi vida, la dignificaste, la hiciste del revés.
¿Mereces entonces el perdón?
Ahora que estás bajo un cielo verdadero,
devorado por los insectos de la tierra, pronombre
encadenado a la carne de unos besos que yo di por ti,
te ofrezco estas flores.
Acéptalas, Salinas, como un homenaje de quien quiso creer
y vivió feliz en el fecundo engaño.

DE LA PERDICIÓN POR LA POESÍA

Tantas veces me he llenado la mano de ti, y tú
fuiste como sueños poblándose, fantasmas
danzando frenéticos y ebrios en la página
hasta hacerme reír,
hasta hacerme reír,
porque nunca pude llorar en tu figura.
Porque además de un sueño
fuiste también una figura: tus ojos
para siempre borrándome, tu lengua
fugaz como ramalazo de lo eterno, tu voz
tan débil tan débil golpeando esta página
hasta rasgarla. Hasta salir de mí.

Ah, si tan sólo escuchara tu voz.

Pero nunca me dirigiste la palabra
y lo que hubiera sido un gran amor
fue sólo un beso furtivo, un abrazo en penumbra,
un silencioso dolor del cual nunca fui culpable.

No te he perdido porque nunca te tuve.
Detrás de cada palabra te oigo sollozar.
(De Amores y Desamores)


DERROTA DEL OTOÑO

Aquí no es bienvenido el otoño.
Nadie lo espera
a la orilla de ningún río melancólico
que esconda en su cauce los secretos del mundo.
El otoño reina en otras latitudes
Allá lejos, donde los ciclos se cumplen, allá lejos
donde envejecen y renuevan las metáforas.

(El sol se hunde en un verdoso charco
donde flota, solitaria, una hoja de laurel).

Pero esta tarde no ha llovido. Las hojas
se aferran a sus ramas,
heroicamente luchan contra el viento
y en la noche celebran la derrota del otoño.

No saben que las hojas que caen son las escritas
y el árbol un seco y callado poema sin estrías.                                                           (De Derrota del otoño)


(De El Libro de los Encuentros, 1988).

EL EQUILIBRISTA DE BAYARD STREET

Para Roxana y Jorge, que las han visto
Camina de puntas el Equilibrista de Bayard Street,
evita el abismo la mirada y arranca de cuajo toda pretensión,
¿de qué sirven el heroísmo, la grandeza, el entusiasmo?
Poca cosa es la vida para el Equilibrista de Bayard Street,
poca la indulgencia de llegar al otro lado y repetir cien veces
la misma operación.
Una mujer lo observa sin asombro,
tras la ventana acaricia el cabello de sus hijos
y turba con su canto los oídos del Equilibrista de Bayard Street.
Los vecinos lo ignoran, beben latas de cerveza, conversan hasta
altas horas de la noche,
¿quién repararía en tan inútil prodigio?
Sólo los niños señalan con el dedo al Equilibrista de Bayard Street;
ellos lo admiran, contienen la respiración y aplauden hasta
espantar a los gatos.
Una iglesia presbiteriana es el orgullo de Bayard Street;
fue construida a principios de siglo y tiene torre y campanario.
Fija la mirada avanza hacia la iglesia el Equilibrista de Bayard Street.
Su esposa ha preparado una pierna de pollo, ensaladas de tomates
y un plato de lentejas,
con suerte harán el amor esta noche y tendrán un instante
de feroz alegría.
Es muy joven la esposa del Equilibrista de Bayard Street;
es ella la encargada de tensar la cuerda, la que mide la distancia
entre la ventana y la torre, la que tiene rostro de heroína
de novela de amor.
A nada le teme el Equilibrista de Bayard Street,
pero hace varias noches que no duerme;
dicen que soñó que sus zapatillas colgaban de la cuerda
mientras los niños esperaban que se despanzurrara de una vez
el Equilibrista de Bayard Street.


RARITAN BLUES

Para Margarita Sánchez

Aquí no hay bulla ni miseria,
sólo un bosque de árboles mojados y cientos de ardillas
correteando vivaces o escarbando una nuez.
A lo lejos un puente
una interminable fila de automóviles retorna a sus hogares
y nubes balando ante un perro pastor y amarillo.
¿Eres tú quien camina en las riberas del Raritan?
Recuerdo un río triste y marrón donde las ratas
disputan su presa con los perros
y aburridos gallinazos espulgándose las plumas bajo el sol.
Ni bulla ni miseria.
El río fluye educado como en una tarjeta postal
y nos habla igual que hace siglos, congelándose
y descongelándose,
viendo crecer a sus orillas cabañas, iglesias, burdeles,
plantas refinadoras de petróleo.
Escucho el vasto rumor del Raritan, el silencio de los patos,
de los enormes gansos salvajes.
Han venido desde Ontario hasta New Brunswick,
con las primeras nieves volarán al sur.
Dicen que el río es la vida y el mar la muerte.
He aquí mi elegía:
un río es un río
y la muerte un asunto que no nos debe importar.

(De El Equilibrista de Bayard Street, 1998).


(De Abecedario del agua, 2000).

APOLLONMUSAGÈTE

Horizontal
diez letras
la primera
ese
la última
y griega
—Debe ser
Stravinsky
“con su ángulo facial
su calvicie
y sus anteojos”
Debe ser
Stravinsky
perdido en Delos
escuchando
los vaivenes de la espuma
el enigma
del agua
el antiguo y solitario
oleaje del mar

Nunca hubo
ningún mar
solo el llanto
de Latona
sus piernas doradas
el trágico
y oscuro
nacimiento de los dioses
Conozco a los dioses
sufren de amor como nosotros
su cólera es temible
temible su calma
su injusta claridad

¿Estás allí
Apolo Esmínteo?
veo en tus ojos
los ojos de la Sierpe
su lengua
luminosa y podrida
cantando la canción que ignoro

El Gran Ratón ha muerto
traigo conmigo su cadáver
la foto
de Vera Sudeikina
los potentes
reflectores de la Sala Pleyel
—Tienes sólo
media hora
me dijeron
las sandalias de Lifar
y no más de seis danzantes

En la playa de Delos
bajo un azul purísimo
danza Apolo
(cinco letras)
y nueve muchachas ciegas

(De Breve historia de la música, 2001).


PARA LLEGAR A MISSOULA

Hace algunos años
leí un poema de Bly sobre Missoula.

Todavía lo recuerdo.
Hablaba de un tren
(tal vez la vieja ruta del Pacífico)
en una mañana de invierno. Los durmientes
habían dejado atrás las sombras
y el cristal
surcado por la nieve
dejaba entrever el perfil de las montañas.
Era necesaria la nieve para llegar a Missoula,
para cruzar “la puerta del infierno”
como antiguamente la llamaban los colonos.

Nosotros llegamos una tarde de verano
en automóvil. Y hacía mucho sol.
¿Por qué nos perseguía el frío del poema?

Para llegar a Missoula
era necesario un tren
y una ventana escarchada y algo de nieve.

(De Escrito en Missoula, 2003).


Una vez más la rosa

una vez más sobre la rosa y una vez más un perfume de siglos invade mi casa. Rancio perfume con sabor a nombres, a símbolos que demandan la eternidad de nuestros ojos, a cuerpos cuyo hedor se disipa al menor contacto con los nombres. ¿Qué es la poesía sino el olvido de los nombres?, ¿qué es la rosa sino nuestra primera rosa, aquella que nada nos dijo porque nada sabíamos, porque éramos ciegos para todo aquello que no fuera su olor, su color, su efímera gracia adornando un jardín que pronto habríamos de poseer para mejor olvidar? Oigo de cerca y lejos a los vicarios que descreen de la inocencia. Desengaño dicen. Todo lo que puedes decir ya ha sido dicho y redicho en lenguas que jamás soñarás con aprender, en lenguas que ya no se hablarán jamás. Los oigo como oigo también a los santos inocentes. Dilo todo, dilo todo, tu palabra incendiará las anteriores, nadie recordará ese fuego que has convertido en ceniza. Lotófagos del símbolo y el verbo, ¿es posible vivir con un abismo que se abre constantemente a las espaldas? Leo una vez más sobre la rosa y leo pétalos verbales, espinas silábicas que pinchan y sangran los dedos. Leo una vez más sobre las rosas y las rosas se abren y se cierran como ojos. Como libros que son ojos, ¿es posible la contemplación de la rosa y cerrar por un instante los libros y los ojos? La rebelión de Alejandra Pizarnik fue «mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos». La rosa de Blanca Varela «infesta la poesía con su arcaico perfume». Infestación y rebelión. Deleite que anula y dignifica lo olvidos, incluso aquel que grabó para siempre la rosa en un oscuro y pertinaz alfabeto. Asesinemos entonces la rosa, devolvámosle como macabra ofrenda cada uno de sus símbolos. Digamos sin miedo y sin vergüenza la rosa, abrumémosla con viejas y nuevas palabras, cortemos la rosa prohibida del jardín de Ausonio, la rosa mística en la solapa de Dante, la humilde rosa que Darío regaló a sus hetairas. Ahoguemos sin escrúpulo las rosas, la asfixia las hará enmudecer. Así veremos la invisibilidad de lo otro
Así veremos una vez más la rosa.


El milenio está a punto de acabarse

Pero las estaciones todavía se cumplen, la tierra continúa girando y los peces abren y cierran sus bocas como hace siglos. En algún lugar de la India los tigres machos luchan entre sí por el amor de las tigres hembras y en un bosque cercano los conejos devoran las mismas plantas y raíces que alimentan la tierra. Debería hablar de la contaminación y del petróleo, debería hablar de plagas innombrables, del hambre que devasta poblaciones, de niños mutilados por nubes radiactivas. Pero estoy aquí, escribiendo este poema, midiendo sus palabras, eligiéndolas con amor y con cuidado, con cólera y con resentimiento. Entonces me miro en el espejo y sólo veo tinieblas, un vacío culpable en la página en blanco.
Escribo esto porque me siento solo. Porque las palabras me han abandonado. Porque ella no estará más.


Bisontes

Antaño los bisontes manchaban la llanura
de un claro y suave marrón.
Sus pezuñas hollaban sin miedo esta hierba.
Era su casa. Su vasto
dominio que nadie se atrevía a profanar.
Los veranos
migraban hacia el norte donde el sol se apaga.
Los inviernos hacia el sur
donde languidecen las estrellas.
Camino a Montana he visto bisontes.
Lejanos y míticos bisontes aguardando una
estampida,
un estrépito de pájaros, un canto de guerra.
Si hubo algún Dios en estas tierras
debió tener cara de bisonte.


Okapi herido de muerte

Desde hace años me persigue ese título
«Okapi herido de muerte».
Debo haberlo leído de niño.
Hojeando las páginas de un álbum,
o las figuras de un libro de animales.
Guardo conmigo la escena.
El zarpazo felino
un fondo de acacias
y el terror de la víctima
tratando de huir, inútilmente.
Raro animal el okapi.
Indeciso entre cebra y jirafa. Temeroso
y nocturno, en peligro de extinción.
Cuando fui a verlo al zoo de Berlín
se acercó desde la página remota
y me dijo en secreto:
«aún estoy herido de muerte».


El gato y la luna

When two close kindred meet,
What better than call a dance?
W. B. Yeats

El gato de mi vecina arquea su lomo
como el arco de la luna.
La luna
relame sus bigotes como gato
y llora por un platito de leche.
Mi vecina ve televisión
(pero no llora)
y se desliza furtivamente por la hierba
inventando pasitos de baile.
Micifuz o Minnaloushe
la luna
me tenderá esta noche su mano
y yo le diré (con los ojos cambiantes):
«Oh lo siento, no me gusta bailar».


Antes de dormir

Es tarde, pero quisiera decir algo.
Esa
música tardía, esos ecos que rebotan
en las piedras y crean silencios. No
no es eso exactamente:
entre eco
y eco hay una música y en ella
un ladrido, un dolor, un golpe seco.
La palabra
que alguna vez borramos
vuelve a su lugar.
Como la música
tardía, como el silencio.
Pero no es eso tampoco. Escribir:
callar: cerrar los ojos. Ecos
que rebotan en las piedras y de nuevo
el ladrido, el dolor, el golpe seco.
No sé cómo explicarlo.
Pero es tarde
y en verdad no quiero decir nada.


Arreglo de cuentas

Desde hace cuarenta años (cuarenta y siete
para ser más exactos) te sigo como el animal
a su presa. Aunque si pudieras leer te reirías:
tú has sido siempre el animal y yo la presa.
Pero entonces no me habían asignado ningún
nombre, era sólo un número de cuarto
y las cosas aquello que la luz decidía. Y esa luz
pudo apagarse (como aún hoy lo sigue haciendo).
Tú en cambio tienes nombre de prosapia, y un
apellido que disfrutan las artes más gloriosas.
La pintura por ejemplo. Viajaste a tus anchas
por mi cuerpo, intentaste destruirlo, pero no
hiciste un buen trabajo: el fastidio que me queda
es imperceptible. Ahora estamos en igualdad
de condiciones. Los tuyos siguen dando vueltas
por ahí, pero ya no me importa. No pueden
hacerme ningún daño. Preguntarás por qué
te sigo. No es tan simple. Te debo el milagro
de la música, te debo el pudor ensimismado
que algunos confunden con desdén. Te debo
el amor por el silencio y el amor por las palabras.
Ahora ya lo sabes. Te sigo porque nunca te quise.


Lo que mi padre quiere realmente de mí

1
Anoche tuve un sueño. Acompañaba a mi padre
por un camino de tierra. Los dos íbamos a caballo
y apenas cruzábamos palabras. A lo lejos se veía
la sombra de unos sauces, las luces de un pueblo
desconocido y remoto. De pronto, mi padre detuvo
su caballo y preguntó si yo sabía a dónde íbamos.
Le contesté que no. Entonces vamos bien, me dijo.
2
Los caballos del sueño sabían de memoria
el recorrido. Era cuestión de abandonar las
riendas, de dejarse llevar. Eso me causaba un
poco de aprensión, incluso un poco de miedo.
Mi padre, en cambio, parecía muy tranquilo.
Pensé, parece tranquilo porque está muerto.
3
Aquí es donde vivo, dijo como si me quitara
una venda. Fue muy poco lo que vi. Sólo un
páramo de piedras, remolinos de arenisca,
huesos de caballos amarillos. ¿Qué te parece?
No supe qué decir. Tenía sed y me dolía un
poco la garganta. Es un lugar hermoso, dijo,
pero a veces me gustaría regresar. ¿Por qué
no regresas, entonces?, pregunté. Porque es
más fácil que tú vengas me dijo. Y desapareció.

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