Publicado el : 11 de agosto 2009 – 1:01 de la tarde | Por Redacción InformaRN

Se reparten panfletos y los funcionarios del departamento de Planificación Familiar visitan los hogares. Todo para estimular a los padres a tener un segundo hijo.

Marije Vlaskamp

Grandes ciudades como Pekín o Shangai están haciendo enormes esfuerzos para aumentar las cifras de nacimientos.

Esto no significa que China vaya a abandonar su tradicional política del hijo único. Esta campaña de promoción tiene por objeto una planeada ola de nacimientos para combatir el envejecimiento de la población en las grandes ciudades.

En 2050, un 25 por ciento de los chinos será anciano y esto augura problemas, por el cuidado que requieren los mayores y la falta de jóvenes en fábricas y servicios. Cuando a fines de los años setenta China implementó la política de natalidad más estricta del mundo, los demógrafos previeron de inmediato una “ola de canas” para el siglo XXI, que ahora se está cumpliendo.

Se puede pero no se quiere
En el curso de los años se han introducido categorías de excepción. Las personas separadas que se casan de nuevo pueden tener un hijo sin importar si ya tuvieron otro en su matrimonio anterior. Y aquellos que crecieron como hijos únicos y forman una nueva familia, pueden igualmente tener un segundo hijo.

La teoría está clara, pero las autoridades enfrentan un problema no previsto: un 59 por ciento de los padres con derecho a un segundo hijo, prefieren no traerlo al mundo. En una encuesta publicada esta semana por el diario Dongfang Daily, en Shanghai, la mayoría de los consultados dice que prefiere no ampliar su familia por motivos económicos. Otros simplemente declaran que no tienen ganas de tener otro hijo.

Individualismo
Por ejemplo el matrimonio formado por Wang Yin y Zhao Yong. Ambos se sienten casi sobrepasados con la crianza de su pequeño de cinco años. “Mi hijo es incansable y bastante revoltoso. Ni siquiera me puedo imaginar lo que sería tener otro”, dice Wang. Ella es dueña de casa, él trabaja en planificación matrimonial. Ambos son hijos únicos y en términos financieros podrían enfrentar sin problemas la crianza de un segundo hijo, pero no quieren hacerlo. Wang y Zhao son representantes de una clase media urbana, joven e individualista. “Hemos elegido por una familia pequeña para tener tiempo para la vida personal y familiar. Cuando mi hijo me pregunta si alguna vez tendrá un hermano o hermana, le respondo que será cuando se porte bien y tenga edad para cuidar al que nazca”, dice la madre riendo.

La ciudad no es el campo
El envejecimiento de la población no es el único problema en China. Las autoridades están también preocupadas por el contraste entre los chinos con más educación, que tienen muy pocos hijos, y las familias numerosas de los campesinos sin mayor formación. Los inmigrantes que llegan del campo buscan seguridad en una familia numerosa en la que ojalá todos los hijos sean hombres para que se mantenga el nombre original.

Estas familias de inmigrantes viven a menudo lejos de su residencia oficial, donde se realizan los controles periódicos de menstruación y el test anual de embarazo, y la distancia facilita que las mujeres den a luz de manera clandestina. Según el diario China Daily, el 65 por ciento de los embarazos ilegales se produce en mujeres originarias del campo.

Un hijo a cualquier precio
El señor Liu, padre de cinco hijas y un hijo, dice que un niño en la familia es algo que no tiene precio. “Pagué hasta lo que no tenía en multas por violar la norma del hijo único, pero no acepté nunca quedarme sin un hijo hombre”. Liu es gerente de una fábrica de muebles, originario de un distrito campesino donde se permite un segundo hijo en caso que el primero sea de sexo femenino, pero cinco niñas excede toda regla. Las multas – un porcentaje del ingreso medio anual – no impiden a hombres de origen campesino como Liu tener familias más grandes de lo permitido.

En las ciudades la situación es distinta, con un control de las familias mucho más estricto. Hasta los años noventa era el Estado el que decidía quién y cuándo se podía tener hijos. La señora Li, del Departamento de Planificación Familiar de Pekín, explica que en esos años “era nuestra responsabilidad personal controlar la natalidad para asegurar el progreso del país”. Además, su trabajo era mucho más sencillo, dado que todos los chinos trabajaban en fábricas o instancias estatales, donde era muy difícil escapar a los regulares exámenes.

Soledad
La señora Li ha visto la transformación de su país a partir de las reformas económicas. Ahora los ciudadanos no obedecen de manera automática los llamados de los planificadores familiares. Li teme que el individualismo de la primera generación de adultos provenientes de las familias de un solo hijo sea demasiado grande como para que se produzca una ola de nacimientos. No obstante, sigue adelante difundiendo el mismo consejo: “¡Tengan un segundo hijo, ahora que todavía pueden!”. En los años cincuenta, cuando no existía la política demográfica del hijo único, los padres de Li eligieron libremente tener un solo hijo, hija en este caso. Se trataba de padres intelectuales, que consideraban que la baja natalidad beneficiaría la economía china. “Pero la verdad es que me sentía muy sola”, suspira la señora Li.

Fuente: radio nederland

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