19.04.10 – BRASIL

Frei Betto *

Adital –
En esta cultura machista que nos anega apenas destacan las figuras heroicas de mujeres comprometidas en la Conjura Minera liderada por Tiradentes. Mujeres que asumieron el coraje de apoyar a los hombres que amaban, comprometidos con la principal conspiración de nuestra historia: la que pretendió liberar al Brasil del dominio portugués.

Mujeres que padecieron el dolor de ver a sus compañeros presos, torturados, desterrados, sus bienes confiscados, su infamia proclamada por sucesivas generaciones, sin la esperanza de que en el futuro pudieran volver a abrazarlos. Sólo una de ellas lo consiguió.

Tomás Antonio Gonzaga, un cuarentón, se apasionó por María Dorotea Joaquina de Seixas, 23 años más joven que él. Eternizada bajo el seudónimo poético de “Marilia de Dirceu”, los apasionados poemas habrían sido escritos antes de que el autor se enamorase de ella. Según Tarquinio J.B. de Oliveira, la verdadera “Marilia” es María Joaquina Anselma de Figueiredo, una viuda enriquecida, amante de Luis da Cunha Menezes.

Las desavenencias de alcoba entre el gobernador y el exoidor de Vila Rica habrían dado lugar a que éste redactase, bajo autoría anónima, las “Cartas chilenas”, en las cuales desprestigia a Menezes, llamado por el apodo de “Fanfarrón minesio”. Gonzaga, trasladado a Bahía, se valió del noviazgo con María Dorotea para prolongar su permanencia en Vila Rica y de ese modo encubrir su militancia en la conjura. La delación de Silverio dos Reis impidió que se casaran. El poeta, desterrado a Mozambique, constituyó allí una familia. María Dorotea falleció en Minas Gerais a los 85 años.

Bárbara Heliodora, mujer de Alvarenga Peixoto, habría evitado que su marido, una vez preso, pasase de conspirador a delator. Al ordenarse el secuestro de todos los bienes de los conspiradores, ella consiguió demostrar que estaba casada en separación de bienes y así mantener la posesión de lo que le pertenecía.

En mis tiempos de escolar los alumnos recitaban emocionados el poema que Peixoto, encarcelado en Rio de Janeiro, le dedicó: “Bárbara bella / del Norte estrella / que mi destino / sabes guiar. / De ti ausente / triste solamente / paso las horas / suspirando. / Por entre las piedras / de incultos matorrales / se me cansa la vista / de buscarte…”

El romanticismo creó el mito de que Bárbara Heliodora habría enloquecido al ver a su marido condenado al destierro en África. Las fuentes históricas atestiguan que supo manejar su patrimonio y educar a sus hijos José, Juan y Tristán, internos en el colegio de Itaverava.

Otra mujer que merece atención especial es Ignacia Gertrudis, a quien Tiradentes recurrió, en Rio, cuando le llegó la noticia de que lo perseguía el virrey. Viuda de Francisco da Silva Braga, portero de la Casa de la Moneda, vivía con su única hija, de 29 años, a la que Tiradentes había curado de una llaga cancerosa. Para evitar maledicencias por alojar al líder conspirador en casa de una viuda y de una moza soltera, llamó a su sobrino, el padre Ignacio Nogueira de Lima, y le encargó que buscara a su compadre, el joyero Domingo Fernandes da Cruz, que escondió a Tiradentes. Allí fue capturado.

Quitéria Rita era hija de Chica da Silva con el comerciante en diamantes Juan Fernandes de Oliveira. Chica había nacido esclava en la hacienda del padre del cura Rolim; era por tanto su hermana de crianza. El cura y Quiteria se amancebaron, aunque no vivieran bajo el mismo techo. Antes de ser apresado, Rolim cuidó de internar a Quitéria y a las hijas en el Asilo de Macaúbas (que sigo activo todavía hoy). Rolim pasó trece años encarcelado en Portugal. En 1805, a sus 58 años, regresó al Brasil y fue a tocar la puerta del Asilo, de donde rescató a Quitéria y a los hijos, instalándose en Diamantina. Cual fiel Penélope, ella nunca perdió la esperanza de volver a ver a su amado.

Hipólita Teixeira, rica y culta, se casó con el coronel Francisco Antonio de Oliveira Lopes. Preso el marido, y desterrado a África, ella vio todos sus bienes embargados. Pero contraatacó, en carta al vizconde Barbacena, gobernador de Minas, la delación de Joaquín Silverio dos Reis. Y también redactó y esparció avisos clandestinos dando noticias a los conjurados de que Tiradentes había sido apresado en Rio el 10 de mayo de 1789.

Historia es sustantivo femenino. A pesar de todo, en ella las mujeres suelen figurar como mera adjetivación de héroes masculinos. Es hora de que volvamos a los tiempos en que los hebreos resaltaban la actuación valiente de mujeres, hasta el punto de que la Biblia incluye tres libros con sus nombres: Rut, Judit y Ester. Sin contar la erótica del “Cantar de los cantares” y la gloriosa madre de siete hermanos mártires descrita en el 2º libro de los Macabeos.

Cualquier persona mínimamente ilustrada quizá sepa citar los nombres de los doce apóstoles de Jesús. ¿Pero quién se acuerda de que, en el grupo de discípulos, participaban también mujeres cuyos nombres están reseñados en el evangelio de Lucas (8,1): María Magdalena, Juana, Susana “y otras más”?

[Autor de la novela “Un hombre llamado Jesús”, entre otros libros. http://www.freibetto.org
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Traducción de J.L.Burguet]

* Escritor y asesor de movimentos sociais

Fuente: Adital

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