El tipo de crímenes que se cometen en un país pueden ser tan reveladores sobre el mismo como sus cifras de ingreso per cápita. El crimen, como lo propugna el antropólogo Jaris Mujica, puede ser una excelente medida para conocer a una sociedad. Después de todo, al menos en sociedades que, como las latinoamericanas, no producen normalmente a los psicópatas-asesinos en serie que fascinan a Hollywood, la mayoría de crímenes son cometidos por personas que, como dice Jaris, son más bien “comunes y corrientes”. De donde se sigue que la mayoría de los crímenes que se producen en nuestras sociedades no son más que el producto de la exacerbación de relaciones sociales que ya estaban ahí, y eran “normales”, antes del crimen.

¿Qué quiere decir esto? Pues que, por ejemplo, si el año pasado se cometieron (contando solo los pocos casos denunciados, claro) 175 feminicidios en el Perú, el 70% perpetrados por las parejas de las víctimas; y si hasta 2008 el 91% de las violaciones cometidas fueron sufridas por mujeres, también en un aberrante número de casos a manos de sus parejas; y si según cifras del mismo año cada hora que pasa nueve peruanas son víctimas de violencia familiar a manos de hombre que el 64% de los casos está “en estado ecuánime”; eso significa que seguimos viviendo en una sociedad profundamente machista en la que la mujer es entendida en el fondo como una propiedad del marido/conviviente y abusada habitualmente por un hombre que sigue construyéndose a partir del modelo tradicional de la masculinidad como agresividad salpicada de patanería, y que, cruel ironía, permanece ejerciendo su atractivo, por cultura y por atavismo, sobre ella.

Detrás de esto, naturalmente, no hay ciencia china: todos llevamos dentro el impulso de abusar del otro para lograr lo que queremos (aunque eso sea solo satisfacción para el ego) y ahí donde no hay ni civilización (esto es, respeto por el otro) ni ley, salen perdiendo invariablemente los más débiles. Es decir, las mujeres y los niños, que cuando la cosa se pone primitiva lo que acaba haciendo la diferencia es quien puede pegar más fuerte.

Es curioso, en un contexto así, cómo los medios hablan de “olas de crímenes”, cuando se dan los asesinatos y secuestros que llegan a ellos. En el Perú tenemos una de las tasas de homicidios más bajas, por lejos, del continente. Nuestra verdadera ola de crímenes es mucho más doméstica, literalmente: se da al interior de las casas y entre las familias, donde tantísimas veces no llegan ni civilización ni ley. Ahí, y no tras fantasmas sensacionalistas, es donde debe ir la acción estatal contra el delito común: detrás de las puertas y hasta las mentalidades de quienes, como verdugos y sufridas cómplices, protagonizan día a día el ambiente de cotidiana denigración y violencia, en el que se forman, generación tras generación, buena parte de los sucesivos futuros del Perú.

Publicado en Perú.21, el miércoles 10 de marzo de 2010

Fuente: Instotuto Bartolomé de las Casas

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