Por Elvira Hernández Carballido

Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.

Hace unas semanas Alejandra Guzmán fue operada porque en ese afán de cumplir con el estereotipo patriarcal de belleza femenina, ella permitió que se le inyectara un líquido que prometía embellecerla.

¿Por qué una mujer que ha triunfado en la música pop cree que su talento no basta para ser admirable? ¿Por qué una mujer es capaz de someterse a cualquier tratamiento extraño y absurdo en pos de un cuerpo perfecto? ¿por qué una mujer fuerte pierde el control de su vida al arriesgarla por un sueño de belleza femenina que termina en una pesadilla?

En pleno siglo XXI las mujeres no hemos podido escapar a ese concepto normativo que hacía sinónimo las palabras mujer y belleza. Con doctorado y sin doctorado, solteras o viudas, jóvenes o maduras compramos la crema que promete desaparecer la celulitis, borrar las arrugas o suavizar la piel por siempre. Un hombre de bata blanca o una mujer dueña de una estética selecta pueden convencernos que un tratamiento milagroso y por ello caro nos transformará en una de esas imágenes de calendario erótico, bello y admirable para las miradas masculinas.

Hasta la fecha en esta sociedad moderna un requisito para ser aceptada y hasta amada estaba representado en el hecho de tener una apariencia perfecta. Se continúa destacando un ideal estético que promete la aceptación de los hombres y la envidia de las otras. Una mujer hermosa se sigue presentando como una garantía admiración ante los ojos varoniles. Por lo tanto, artículos de revistas femeninas o publicidad sexista presentan textos exclusivos para lograr ese ideal: rostro angelical y sin arrugas, las cejas perfectamente delineadas, los ojos artísticamente coloreados, el tono sutil de las mejillas, la boca de un intenso color rojo, el cuerpo de formas acentuadas, los lunares bien distribuidos y la perfección de la piel.

La mujer bien arreglada es presentada como esa persona que tiene su lugar seguro en los salones de baile o en los desfiles de moda, donde será contemplada mientras aunque permanezca inmóvil para no desarreglarse, aunque permanezca callada para no distraer, aunque no diga lo que piensa para que permita escuchar los aplausos que provoca con su paso distinguido pero lento, que la retrasa en su sueños y en su dignidad.

La presentación personal de las mujeres sigue siendo un tema común en los medios de comunicación y ha sido elevado como una de las principales cualidades femeninas, algo imprescindible para ser considerada mujer y para destacar en la sociedad.

La belleza construida en una sociedad patriarcal representa un instrumento de superación, realización y aceptación por eso no importan los sacrificios ni los riesgos, ser bella es presentado como sinónimo de aceptación. Ofrecer un espacio constante a esta visión sin duda determina en las vidas femeninas perseguir ese ideal de belleza contra y pese a todo, incluso arriesgando la vida propia. La insistencia en orientar para lucir está latente en todos los medios de comunicación pero también en nuestra vida cotidiana, en la casa y hasta en nuestros espacios laborales. El hábito de experimentar ante el espejo hasta encontrar o lograr la imagen idealizada, sigue determinando el interés por realizarse únicamente en la apariencia y de volverse consumista de todos los remedios tanto naturales como artificiales que se enumeran como milagrosos para transformar la fealdad en por lo menos una buena presentación.

En los medios de comunicación la sentencia de que no es compatible ser mujer y ser fea, sigue garantizando rechazo, indiferencia y soledad. Ante esta triste realidad anunciada, las mujeres preferimos arreglarnos, seguir al pie de la letra los consejos publicados y buscar su mejor apariencia para ser aceptadas.

La insistencia, a veces hasta diaria, de la transformación de este cuerpo femenino para ser aceptadas como verdaderas mujeres lleva la idea de que es necesario no solamente ser mujer sino parecerlo. Por lo tanto se nos sigue condenando a ser un cuerpo y éste sólo puede poseer belleza.

¿Cómo romper con este estereotipo de belleza femenina? ¿Hasta que pone en riesgo la vida como le pasó a Alejandra Guzmán?

Estoy convencida que lograremos romper con esos mitos de la belleza femenina cuando, como dijo Rosario Castellanos, nos atrevamos a realizar la “hazaña de convertirse en lo que se es que exige no únicamente el descubrimiento de los rasgos esenciales bajo el acicate de la pasión, de la insatisfacción o del hastío sino sobre todo el rechazo de esas falsas imágenes que los falsos espejos ofrecen a la mujer en las cerradas galerías donde su vida transcurre”.

Fuente: Mujeresnet

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