Por César Hildebrandt
Columnista

A mí me encanta cuando Mario Vargas Llosa quiere dar lecciones de ética personal y coherencia política.

Es en ese momento cuando resulta más divertido que Pantaleón, más trágico que Palomino Molero, más cimbreante que la Chunga y más suicida que aquel candidato de 1990 que hizo todo lo posible por perder en la segunda vuelta después de que “los cholos” lo despreciaran en la primera.

Hace un par de noches, en Canal N, habló de que la izquierda peruana no ha entendido hasta ahora que el muro de Berlín cayó en 1989.

Es cierto que hay muchos izquierdistas que no quieren entender, desde sus trincheras anacrónicas, que el socialismo realmente existente hasta la implosión soviética era una farsa perversa y un agravio a la idea de una democracia popular.

El problema es que para decir eso se necesita de dos cosas: amar el lugar común con gran pasión y tener alguna autoridad moral para el pronunciamiento.

Vargas Llosa ama cada día más los lugares comunes, pero carece, ahora, de autoridad moral para hablar de la izquierda, sea esta peruana, europea, asiática o –dados sus nuevos compromisos- chilena.

Viviendo una semana en la casita de Sebastián Piñera, haciendo de Anthony Hopkins en “Lo que queda del día” y chillando como fan por el candidato chileno de la derecha, el señor Vargas Llosa renunció a los cuatro vientos a su papel de “intelectual liberal” y se matriculó en el club de ganapanes que preside, entre otros, su hijo Álvaro.

Y si es cierto que la izquierda peruana está sola y es impar y no sale de su estado catatónico, también es cierto que esa rigidez cadavérica podría tener la discreta decencia que tienen los mausoleos. De los izquierdistas peruanos podría decirse, entonces, que están por ahora muertos y que el mundo, en efecto, les es hostil.

Pero hay vitalidades que no siempre honran y demostraciones de adaptabilidad al ambiente que nos aproximan a las virtudes del camaleón y a las babas del caracol. Para decirlo de una vez por todas: hay mutaciones que no expresan las funciones de la vida sino los designios de Tánatos.

Vargas Llosa, por ejemplo, detestaba a Alan García –y así lo escribió y así lo decía en cuanta conversación mencionase su nombre- por lo que García representaba en la política peruana: la avidez por el dinero, la sinvergüencería como hábito, el latrocinio como destino, la mentira como un estilo de vivir.

Y tenía razón: García es, de modo abreviado, todo eso. Y la historia lo pondrá en la hornacina inversa donde yacen los Echenique y los Piérola y los Prado.

Pero he aquí que Vargas Llosa, un ex casi profesional, se ha vuelto hoy también “ex cuestionador de Alan García”.

Y todo porque García está haciendo el gobierno que le place a los patas de la playa donde el buen Vargas Llosa huye, cada temporada, del invierno europeo.

De modo que García era un “ladrón impresentable y un bribón sin fisuras” cuando quería estatizar la banca. Y ahora que es la banca misma, la encarnación de la Bolsa, el cocinero del yate de Romero, el capitán Nemo de la ultraderecha peruana, ahora sí, entonces, García es bueno, es uno de los nuestros, una oveja negra blanqueada por los años.

Y cuando Chile está tomando decisiones soberanas, decisiones difíciles, va este “ex casi todo”, este Vargas Llosa que tan bien escribe y tan mal actúa, y dice: “¡Viva Piñera!”. Y lo dice en la casa de Piñera, donde “El Mercurio” lo descubre a solas. Y lo pifian por esa intromisión. Y gana Piñera, a pesar de la proximidad salada de Vargas Llosa, y Vargas Llosa se siente con derecho de lanzarnos una nueva retahila de lugares comunes.

Las lanza en ese principado del lugar común cavernoso que es el programa de Althaus y las repite con ese tono de dómine arequipeño que ya nadie puede admirar.

Dice que la izquierda es cero a la izquierda, que la única izquierda válida es la socialdemócrata, que sólo el resentimiento puede malquerer al capital extranjero y que sólo “la olla podrida” del nacionalismo humalista puede desear que las relaciones con Chile se tensen.

Dice eso y a las 24 horas –de puro salado- resulta que el jefe de la Fuerza Aérea de Chile, el general FACH Ricardo Ortega, el heredero de la hiena Gustavo Leigh, anuncia que se ha confirmado la compra de 18 aviones F-16 por 270 millones de dólares y añade: “Chile está preparado para pegar muy fuerte. Mejor que no se metan con Chile”.

Y como es un antropoide sincero y llano, en charretera y calzoncillo este Ortega, se permite agregar:

“Chile ha crecido. Y nosotros (los militares) tenemos que darle la seguridad para seguir creciendo. Entonces, esto (la flota recién adquirida) es un seguro”.

¿No era, don Mario Vargas Llosa, que con Piñera todo mejoraba porque para eso están las derechas, para entenderse y socorrerse y embarraganarse?

¿Llamará usted a Piñera para que le llame la atención, como presidente electo, al general Ortega?

¿O irá usted a Santiago, a la casa de su recomendado, a hablar del asunto?

¿O compartirá usted pesares con su nuevo aliado, Alan García, el presidente de la frase inmortal “¿Y si se molestan los chilenos?”

Hay quienes se niegan a aceptar que el muro de Berlín ha caído. Son piezas de museo. Pero hay otros cadáveres exquisitos siempre dispuestos a suponer que la sensatez y la cordura deben ser siempre una variante pútrida de la resignación.

Fuente: La Primera

Puntuación: 0 / Votos: 0