Publicado el : 22 Enero 2010 –
10:41 de la mañana
| Por Redacción InformaRN
Testimonio de un nutricionista que coopera en un equipo formado por 20 especialistas en emergencias de Acción contra el Hambre en Puerto Príncipe.

Óscar Serrano*

Otro día acabo escribiendo a medianoche en estas jornadas del tipo del verano en el Círculo Polar.

Hoy se cumple una semana desde el terremoto que me trajo aquí junto a un millar de trabajadores humanitarios y muchos más soldados, y 6 días desde que dejé mi casita en la rivera del Jiloca para volar aquí.

La situación mejora, sí, pero muy lentamente. Los problemas para la llegada de las miles de toneladas de material que esperan en aeropuertos de República Dominicana no llegan a resolverse del todo, y, por tanto, la ayuda llega a gotas. La dificultad para las comunicaciones, las pérdidas humanas y materiales de las agencias y ONG´s que estaban ya presentes, no favorecen tampoco la mejoría de la situación. Faltan vehículos, personal cualificado y muchas cosas más, pero nada de eso mina el ánimo de tantos que hacen esfuerzos sobrehumanos para que el trabajo funcione.

Ahora mismo 10 compañeros míos están pegados a sus ordenadores aunque la jornada empezó a las 6 de la mañana. Y esa misma imagen se repite en cada oficina, en cada base de las ONG y agencias de la ONU.

El problema es que también se repiten las imágenes de la desesperación del pueblo haitiano. Esta tarde, mi compañera Marta, de Agua y Saneamiento, pasó por una situación muy peligrosa. Al salir del almacén principal de la comida que sigue llegando, y que está perfectamente protegido por dentro, ha encontrado miles de personas que se acercan allí para suplicar o exigir, según sea su visión de la situación, comida y agua. Sin mirar nada, la gente empezó a saltar sobre el coche desde todos los ángulos, de manera que ha debido pararse en medio de la multitud. Por suerte, un camión cargado de comida para distribuir salía detrás de ella, por lo que la han dejado para saltar encima de camión y ha podido salir de allí.

Hoy pasé el día haciendo pruebas de reclutamiento a los enfermeros que necesitamos para nuestro proyecto de protección de los menores de un año y sus madres. Las he tenido que hacer en la calle, sentado en los bordillos o las gradas del estadio de fútbol, que sirve de refugio a un millar de personas, pues nosotros tampoco tenemos una sala o mesas para recibirlos. Esas personas tienen una gran necesidad de explicar su situación, de contar su experiencia. Están sentadas apoyando los folios en sus rodillas, como les he recomendado, intentando abstraerse por un momento de todo lo que les pasa; y uno no puede sino quedar impresionado de la fuerza de estas personas que intentan seguir hacia delante aun con dificultad. Pascal aún no ha sacado a su madre de las ruinas de su casa; Amandine es la única superviviente de toda su familia; Patrice llega cojeando, y así todos y cada uno de los postulantes. Una mujer, al terminar su cuestionario, me ha pedido que “corrigiese con Compasión”. Me parte el corazón, pero he tenido que responderle que la compasión se quedaba entre ella y yo, pero no para un examen escrito ni para mi misión de contratar enfermeros preparados o al menos capaces de serlo en el curso acelerado que les daremos a partir del jueves. Aquí no puedo ser piadoso, necesito ser estricto por la salud de nuestros beneficiarios y por pura justicia y respeto hacia el proceso de contratación. Ha entendido y me ha abrazado.

Pero hoy he presenciado dos escenas bastante intensas. La primera ha sido una pila de cadáveres en medio de la calle, colocada allí por los equipos de rescate, a la espera de que alguien venga a recogerlos. No tengo fotos porque esas personas merecen el mayor respeto que podamos darles. El gesto desolado de mi conductor al verlos me hace notar que están también ellos al límite de su resistencia mental. Obviamente, imaginar que su esposa Claire tiene ese aspecto, aunque él no la puede ver, pues aún está “en casa” no le ayuda mucho.

La segunda escena ha sido la llegada al campamento de Sainte Marie de una furgoneta de una supuesta ONG de cuyo nombre no quiero acordarme. Cuando, desde las puertas posteriores del vehículo se empezó a lanzar ropa usada a la multitud, ésta inmediatamente comenzó a gritar y pelearse por agarrar alguna cosa. Ha sido una situación que me ha hecho pasar vergüenza ajena. Parece que todo vale en estas situaciones, incluso trabajar sin ninguna planificación ni criterio, llevando, sin ninguna necesidad, a los más desesperados a comportarse como bestias; reduciendo a escombros también los restos de dignidad que les queda, para luego marcharse orgullosos de estar ayudando al pueblo haitiano y dejar constancia de ello en un informe. Las víctimas no sólo necesitan agua, comida y ropa, también están ávidas de respeto. Y a veces no lo encuentran bajo la bandera de “lo que sea pero cuanto antes”. Acción contra el Hambre hace un llamamiento para la asistencia humanitaria responsable tanto desde aquí como hacia allá, a las personas e instituciones que desde casa desean e intentan ayudar dentro de sus posibilidades.

Si no fuese porque se me cierran los ojos, continuaría escribiendo, pero mejor os reservo algunas emociones para mañana, cuando empiezo la jornada con 20 entrevistas personales a quienes hicieron los mejores exámenes escritos, y de inmediato el curso de formación. Sin duda, me lleva más tiempo que montar una tienda en la calle y contratar al más despierto para acomodar a las mamás, pero necesitamos (y queremos) los mejores enfermeros y sicólogos que podamos encontrar. Todo ello bien vale 2 días de espera a cambio de varios meses de buen trabajo, del que todos ellos puedan sentirse satisfechos y en paz.

Buenas noches a todos.

* Óscar Serrano, Nutricionista del Equipo de Emergencias de Acción contra el Hambre.

Las opiniones de nuestros columnistas reflejan sus particulares puntos de vista acerca de los temas que abordan, mas no necesariamente la opinión de Radio Nederland.

Fuente: radio Nederland

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