En el nombre del Padre, del hijo y del esposo…
en turno: resignificaciones teóricas de la paternidad y de la triada de género masculina que la acompañan1

Fernando Huerta Rojas

Dice Victoria Sau que, en el lenguaje familiar, el padre es el individuo del sexo masculino que se supone es el progenitor de uno o más hijos e hijas de una o más mujeres que así lo hayan querido afirmar. En este sentido, es un acto de fe, el primero de la humanidad. Sólo por la fe, el hombre cree que es el PADRE del que la mujer le presenta como suyo o suya. Es en cierta medida una verdad revelada en la que el hombre necesita creer para su propia autoafirmación.

Plantea que conocida, con el tiempo –aunque mal conocida hasta nuestros días–, la aportación biológica del hombre en la procreación, y ensoberbecido por ella, decidió no seguir siendo el PADRE al azar, sino producir a conciencia las hijas y los hijos que quisiera y que el esfuerzo económico y el choque –defensa y/o ataque– entre grupos requería.

Sobre esta base, considera que biológicamente no hay equivalencia –ni simetría- entre PADRE y madre. La mujer concibe, gesta y pare. El hombre contribuye a la concepción. El gameto masculino es necesario, pero no suficiente para que ésta se produzca. Mientras una mujer dedica nueve meses de su vida a la formación de un hijo o una hija, un hombre puede contribuir a la formación de mucho más (poligamia masculina procreativa). En la actualidad, el fenómeno va más lejos todavía: el semen separado de su medio natural –el cuerpo del hombre– puede ser conservado y distribuido entre múltiples mujeres que concebirán por medio de un gameto de aquel, sin que medie el acto sexual.

Sau apunta que, en el psiquismo, las diferencias vuelven a ser importantes. La mujer siente que va a ser madre y, como ser humana que es, reflexiona sobre ello. El padre sabe que va a serlo sólo si la mujer quiere comunicárselo, pues de otro modo ningún síntoma, signo o señal van a indicárselo: el hombre puede reflexionar sobre su paternidad sólo a través y por medio de la palabra de la mujer.

En este sentido, la figura del PADRE se constituye como una reacción del hombre al conocimiento de su capacidad generadora y al reconocimiento de su relativa o poca importancia, que como tal reconoce y ubica en la cultura y la sociedad. Desde este orden cultural de género, surge el PADRE social, que ni se reduce al PADRE biológico ni se queda en el padre proveedor que trabaja para las hijas y los hijos de las mujeres, sin que ello comprenda, a corto plazo, reembolsarse el producto, en su forma de ganancia, derivado de la inversión significada en el acto de proveer. La palabra PADRE empieza su existencia cuando los hombres dejan de tener descendencia al azar y empiezan a regular en beneficio suyo el tabú del incesto, con el invento del matrimonio como primera estructura masculina de la urdimbre de una sociedad nueva, basada en la distribución de mujeres y la apropiación de las hijas y los hijos.

Éstas y éstos, son una invención histórica en la que el PADRE, como en todo negocio, se supone que ha de salir ganando siempre. Pero, las ganancias del hombre, en tanto PADRE, han ido disminuyendo a través de los tiempos. De ser dueño de la vida de su descendencia, de su destino absoluto que podía utilizar como quería, ha tenido que enfrentar un desplazamiento a otras figuras paternas, como son algunas instituciones y personas, emanadas de la actuación del propio PADRE, pero que acabaron haciéndose superiores a él, subsumiéndolo u otorgándole un simple papel delgado. A este orden de cosas se le llama PATERNIDAD.

De ahí que la PATERNIDAD sea considerada una institución masculina que emana del pacto social entre los hombres y en virtud de la cual todos y cada un de ellos pueden, teóricamente, hacerse con los hijos y las hijas de las mujeres –simultáneas o sucesivas– que hayan adquirido por matrimonio, y también con los de las mujeres no casadas que, habiendo señalado a un hombre como genitor, éste crea y/o quiera aceptar su palabra y reconocer como suya a la criatura.

Victoria Sau resalta que la PATERNIDAD es una institución que cubre a todas y todos los seres humanos, socialmente hablando, ya que nadie que no tenga padre que le reconozca como hija o hijo puede ser aceptado por la sociedad. La descendencia que no cae bajo el ámbito de la PATERNIDAD, en cualquiera de sus formas, es eliminada de manera real y simbólica, y políticamente no es sujeta de derechos jurídicos.

Por ello, la PATERNIDAD, en tanto institución, representa a la totalidad de los padres, defiende sus derechos y alivia, a veces, sus cargas creando nuevas instituciones que asumen tareas, en principio, propias de los padres reales: hospitales, escuelas, reformatorios, clubes deportivos.

PATERNIDAD es, pues, la ley de los padres, la que dice en cada sociedad y en cada momento cómo van a ser reguladas las relaciones de estos con sus hijas, hijos y parejas: decide sus destinos, proyectos, rumbos, acciones, actividades, relaciones, espacios.

Desde este enfoque, marco y contextualizo, el libro Ser padres, esposos e hijos: prácticas y valoraciones de varones mexicanos, coordinado por Juan Guillermo Figueroa, Lucero Jiménez y Olivia Tena, quienes abordan uno de los ejes centrales de la condición genérica de los hombres: la paternidad, cuyos fundamentos históricos, ideológicos, morales, míticos, políticos, sociales, cotidianos y simbólicos han servido de base a una de las triadas monolíticas y sólidas de los pactos patriarcales: el padre, el hijo y el espíritu santo.

En este sentido, este libro se propone abordar la complejidad de la paternidad desde la experiencia de vida de un grupo de hombres constituidos en la triada de padres, hijos y esposos, lo cual es desarrollado, de forma amplia y diversa, en los trabajos de diez investigadoras e investigadores que documentan detalladamente la experiencia de hombres de diferentes clases sociales, condiciones conyugales, familias y hogares, escolaridades, profesiones, trabajos, posiciones políticas, religiones y lugares de origen en proceso de vivirse como padres en la institución de la paternidad.

De ahí que el libro haya sido estructurado en tres partes, en las cuales se abordan y desarrollan las formas como los hombres de las investigaciones asumen, por condición de género, los mandatos y los atributos que los constituyen como padres en la práctica de la paternidad. La primera se refiere a lo que es ser padre y las valoraciones cambiantes de sus concepciones, creencias y prácticas, que experimentan estos hombres. La segunda trata los aspectos relacionados con la sexualidad y la reproducción intra y extramarital que viven los hombres con los cuales se ha trabajado. La tercera comprende las experiencias de la paternidad en entornos particulares, con relación a la valoración prospectiva y retrospectiva de la paternidad, las vivencias en torno a las diferencias de crianza de las hijas y los hijos y la práctica de la paternidad experimentada con hijas e hijos que viven con algún problema de discapacidad.

Si bien, en algunos libros el orden de los capítulos sí afecta la lectura final, en este, por la forma de ser concebido y desarrollada la problemática de la paternidad y de los padres, me parece que brinda la posibilidad de iniciarlo de acuerdo a los intereses diversos de quienes lo leerán. Desde mi lectura y mirada, la segunda parte brinda un horizonte cultural de la sexualidad masculina desde el cual es posible aprehender las concepciones, las creencias, las prácticas, las experiencias, las actuaciones, los imaginarios, el sentido y las significaciones que tienen los hombres con relación a la asunción genérica de los mandatos masculinos que delinean, hegemónicamente, la condición genérica de los hombres. Esto, desde mi perspectiva, permite una articulación con las otras dos partes del libro.

En la segunda parte, Liliana Bellato Gil, Daniel Hernández Rosete, Lucero Jiménez Guzmán y Juan Manuel Contreras Urbina describen y analizan las prácticas, concepciones, creencias, significados, representaciones y simbolizaciones de la sexualidad de hombres y mujeres pertenecientes a grupos sociales indígenas (San Miguel del Progreso, Edomex) y urbanos (ciudad de México), viviendo en diferentes tipos de unión o en desunión, con hijas e hijos, y edades, escolaridades, profesiones, trabajos, religiones, lugares de origen diversos.

De forma antropológicamente amena, nos llevan por las desigualdades y diferencias genéricas y socioculturales de las experiencias de las y los sujetos sociales con respecto a la iniciación sexual. Puntualizan, cómo, en el caso de las mujeres mazahuas, la actividad sexual y, en la mayoría de los casos, el inevitable paso al matrimonio, comprende una pérdida de libertades, acotado por la llegada de la descendencia y la correspondiente maternidad. Aunado a ello, y como parte del signo dominante de género en la vida matrimonial, está el constante temor a ser abandonadas y violentadas. Por ello, señalan que, desde las concepciones, creencias y prácticas de la cultura e ideología dominantes de género, la virginidad, como icono, virtud, pureza y castidad de la sexualidad femenina, es el sello de garantía que permite a las mujeres, social y culturalmente, ser y estar bien con el logro de un buen matrimonio. De esta forma, el deseo sexual de ellas se diluye en función de uno de los mandatos de género, impuestos, a cumplir: la procreación y su respectiva maternidad.

Nos detallan cómo el poder de dominio masculino es empleado como privilegio para que los hombres gocen de una práctica sexual prematrimonial, la cual se realiza masculinamente, es decir, bajo el desafío del imaginario y la subjetividad de la certeza de la aventura que, desde las mentalidades de los hombres, no requiere el uso de ningún método de protección anticonceptivo (como el condón, por ejemplo). Esta práctica de la obviedad sexual aventurera implicó, para varios de los hombres de las investigaciones, lo que personalmente denomino los matrimonios sietemesinos: llenos de deseo sexual, pero ausentes de afectos sólidos, productos de relaciones afectivas sólidas y más estructuradas. Eso les hace sentirse atados, por lo que la sexualidad aparece como liminar con la paternidad: el sentido procreativo, sustituye al deseo erótico, lo cual genera responsabilidades que no están tan dispuestos a asumir.

Las investigadoras y los investigadores plantean que la interiorización cultural de género es un proceso de simulacro en el que asumen, significan y representan sus aproximaciones al modelo hegemónico y dominante de masculinidad. Éste les brinda, desde el eje constitutivo de su sexualidad, la permisibilidad, sancionada y aceptada, de la práctica de la infidelidad. Para un grupo de hombres de clase social media y media alta, con profesiones ligadas a las ciencias sociales y las humanidades, la vida democrática se da en el plano de la paternidad, la familia, la cordialidad de las relaciones de pareja; sin embargo, en el ámbito de la sexualidad de estas relaciones, la misoginia y el sexismo del engaño permanece como lo hegemónico de la condición genérica de los hombres. Para la mayoría de los hombres entrevistados, la infidelidad es el resultado de encuentros casuales que no se desaprovechan, porque llegan sin buscarlos.

En la primera y tercera partes del libro, Alejandra Salguero Velásquez, Olga Lorena Rojas, Ma. Ángeles Haces Velasco, Olivia Tena, Laura Torres Velásquez y Patricia Ortega Silva exponen lo que representa la valoración y experiencia de la paternidad en la vida de los hombres: para estos la paternidad es contrastante, contradictoria, democrática, conservadora, experiencial, negativa, transformadora, afectiva, tanto distante como cercana, procreativa, llena de responsabilidades, gratas y no, de búsqueda de cambios y alternativas a los modelos de paternidad de sus padres.

Para estos hombres el ser padre comprende compromisos laborales intensos, de larga duración, a partir de los cuales obtienen una insuficiente, mediana o adecuada riqueza para proveer a las hijas, los hijos y la familia. Eso es considerado, desde una perspectiva económica, una inversión, cuyos dividendos se esperan recuperar con el crecimiento, maduración y, eso se desea y se apuesta, recompensa de la descendencia.

Desde este escenario, los padres establecen relaciones con sus hijas e hijos desde la lógica de una normalidad física y natural; sin embargo, para otros esto no es así y han enfrentado los avatares, las dificultades, los prejuicios, la tabúes, la solidaridad, el desarrollo de habilidades, la rehabilitación, la generación de afectos con hijas e hijos que tienen alguna discapacidad.

Las resignificaciones teóricas de la divina trinidad genérica del padre, del hijo y del esposo, sus representaciones culturales, los abordajes teórico-metodológicos, así como los planteamientos sobre los caminos políticos que contribuyan a deconstruir y desmontar las concepciones, creencias y prácticas hegemónicas del orden de género masculino de cómo deben ser los hombres, en general, y los de la investigación, en particular, cruzan este libro. Esto nos sitúa en uno de lo temas y problemas centrales de la condición genérica de los hombres: en la atención político-académica que merece la paternidad como institución política que emana de los pactos entre los hombres, para que deje de ser una triada que oprime, subordina, obliga, proyecta imágenes de temor y desconocimiento que cubre con su manto de la ley de los padres. He ahí uno de los retos y compromisos de este libro.

1 Comentario al libro Ser padres, esposos e hijos: prácticas y valoraciones de varones mexicanos. Juan Guillermo Figueroa, Lucero Jiménez y Olivia Tena (Coordinadores). México. El Colegio de México, México 2007.

Fuente: http://www.estudiosmasculinidades.buap.mx/

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