Publicado el : 12 Enero 2010 – 10:20 de la mañana
| Por Ignacio Ramonet

La llegada al poder, en Venezuela, del Presidente Hugo Chávez el 2 de febrero de 1999 coincidió con un acontecimiento militar traumático para EE.UU.: la clausura de su principal instalación militar en la región, la base Howard, situada en Panamá, cerrada en noviembre de 1999 en virtud de los Tratados Torrijos-Carter (1977).

Las tropas de Howard fueron reconcentradas en Puerto Rico. Pero ahí, un masivo movimiento de protesta obligó al Pentágono a retirarse y a cerrar la gigantesca base de Roosevelt Roads, trasladando a sus efectivos a Texas y Florida, y el Cuartel General del Comando Sur (SouthCom ) a Miami.

En sustitución, el Pentágono eligió cuatro localidades estratégicamente situadas para controlar la región: Manta en Ecuador, Comalapa en El Salvador y las islas de Aruba y Curazao (de soberanía holandesa). A sus – por decirlo así – ‘tradicionales’ misiones de espionaje, añadió a estas bases nuevos cometidos oficiales (vigilar el narcotráfico y combatir la inmigración clandestina hacia Estados Unidos), y otras tareas encubiertas: luchar contra los insurgentes colombianos; controlar los flujos de petróleo y minerales, los recursos en agua dulce y la biodiversidad. Pero desde el principio sus principales objetivos fueron: vigilar a Venezuela y desestabilizar a la Revolución Bolivariana.

Después de los atentados del 11 de septiembre del 2001, el Secretario norteamericano de Defensa, Donald Rumsfeld, definió una nueva doctrina militar para enfrentar al “terrorismo internacional”. Modificó la estrategia de despliegue exterior, fundada en la existencia de enormes bases dotadas de personal muy abundante. Y decidió reemplazar esas megabases por un número mucho más elevado de Foreign Operating Location (FOL, Sitio Operacional Preposicionado) y de Cooperative Security Locations (CSL, Sitio Compartido de Seguridad) con poco personal militar pero equipados con tecnologías ultramodernas de detección, rádares de última generación, gigantescas antenas satelitales, aviones espías (Orion C-130 y Awacs), drones (avión no tripulado) de vigilancia, etc.

Resultado: en poco tiempo, la cantidad de instalaciones militares estadounidenses en el extranjero se multiplicó alcanzando la insólita suma de 865 bases de tipo FOL o CSL desplegadas en 46 países . Jamás en la historia, una potencia multiplicó de tal modo sus puestos militares de control para implantarse a través del planeta.

En América Latina, el redespliegue de bases va a permitir que la de Manta (Ecuador) colabore en el fallido golpe de Estado del 11 de abril de 2002 contra el Presidente Chávez de Venezuela. A partir de entonces, una campaña mediática dirigida por Washington empieza a difundir falsas informaciones sobre la pretendida presencia en ese país de células de organizaciones como Hamás, Hezbollah y hasta Al-Qaeda que dispondrían de “campos de entrenamiento en la isla de Margarita “.

Con el pretexto de vigilar tales movimientos, y en represalia contra el gobierno de Caracas que ha puesto fin, en mayo de 2004, a medio siglo de presencia militar estadounidense en Venezuela, el Pentágono renueva, en 2005, un contrato con el Gobierno de los Países Bajos para ampliar el uso de sus bases militares en las islas de Aruba y Curazao, situadas muy cerca de las costas venezolanas, y donde últimamente se habrían incrementado las visitas de buques de guerra estadounidenses .

Lo cual ha sido recientemente denunciado por el Presidente Chávez: “Es bueno que Europa sepa que el imperio norteamericano está armando hasta los dientes, llenando de aviones de guerra y de barcos de guerra las islas de Aruba y Curazao. Estoy acusando al Reino de los Países Bajos, que es miembro de la Unión Europea, – y quisiera ver qué dice la Unión Europea sobre esto – de estar preparando, junto al imperio yanqui, una agresión contra Venezuela .”

En 2006, se empieza a hablar en Caracas de “socialismo del siglo XXI”, nace la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA) y Hugo Chávez es reelegido presidente. Washington reacciona imponiendo un embargo sobre la venta de armas a Venezuela, bajo el pretexto de que Caracas “no colabora suficientemente en la guerra contra el terrorismo”. Los aviones F-16 de las Fuerzas Aéreas venezolanas se quedan sin piezas de recambio. Ante esa situación, las autoridades venezolanas establecen un acuerdo con Rusia para dotar a su fuerza aérea de aviones Sukhoi. Washington denuncia un presunto “rearmamento masivo” de Venezuela, omitiendo recordar que los principales presupuestos militares de América Latina son los de Brasil, Colombia y Chile. Y que, cada año, Colombia recibe, en el marco del Plan Colombia, una ayuda militar estadounidense de 630 millones de dólares (unos 420 millones de euros).

A partir de ahí, las cosas se aceleran. El 1° de marzo de 2008, ayudadas por la base de Manta, las fuerzas colombianas atacan un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) situado en el interior del territorio de Ecuador. Quito, en represalia, decide no renovar el acuerdo sobre la base de Manta que vence en noviembre del 2009. Washington responde, el mes siguiente, con la reactivación de la IV Flota (desactivada en 1948, hace sesenta años…) cuya misión es vigilar la costa atlántica de América del Sur. Un mes más tarde, los Estados sudamericanos, reunidos en Brasilia, replican creando la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), y, en marzo del 2009, el Consejo de Defensa Sudamericano.

Unas semanas después, el embajador de Estados Unidos en Bogotá anuncia que la base de Manta será relocalizada en Palanquero, Colombia. En junio, con el apoyo de la base estadounidense de Soto Cano, se produce el golpe de Estado en Honduras contra el Presidente Manuel Zelaya quien había conseguido integrar a su país en el ALBA. En agosto, el Pentágono anuncia que dispondrá de siete nuevas bases militares en Colombia. Y en octubre, el presidente conservador de Panamá, Ricardo Martinelli, admite que ha cedido a Estados Unidos el uso de cuatro nuevas bases militares.

Por último, Colombia decidió, el pasado 20 de diciembre, desplegar en sus departamentos fronterizos con Venezuela siete nuevas brigadas (seis batallones de aviación y uno de fuerzas especiales, en total unos 1.000 hombres), y construir una nueva base militar en la península de la Guajira, frontera con el estado venezolano Zulia.

De ese modo, Venezuela y la Revolución Bolivariana se ven rodeadas por nada menos que trece bases estadounidenses, situadas en Colombia, Panamá, Aruba y Curazao, así como por los portaaviones y navíos de guerra de la IV Flota. El Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, parece haber dejado manos libres al Pentágono. Todo indica que se prepara una agresión. ¿Consentirán los pueblos que, en América Latina, se cometa un nuevo crimen contra la democracia?

Las opiniones de nuestros columnistas reflejan sus particulares puntos de vista acerca de los temas que abordan, y no reflejan necesariamente la opinión de Radio Nederland.

Fuente: radio Nederland

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