02.12.09 – MUNDO

P. Gregorio Iriarte o.m.i. *

Adital –
Un artículo polémico pero profundamente liberador.

Ya el Concilio Vaticano II nos había advertido que una de las causas del ateísmo y la indiferencia religiosa que percibimos actualmente en nuestra sociedad recae principalmente en los propios creyentes ya que, con los defectos de su vida religiosa han velado, más que revelado, el genuino rostro de Dios. (GS.19).

¿Cuál el rostro o la imagen de Dios que se revela a través de las prácticas religiosas de muchos de nuestros fieles cristianos?

¿Nos muestran, acaso, al Dios del amor, del perdón, de la misericordia, de la gratuidad, de la compasión…? Aunque esos atributos de Dios están presentes, de algún modo, en el subconsciente de nuestro pueblo cristiano, sin embargo, no son esos atributos los que prevalecen. Muy al contrario, la imagen que predomina es la de un Dios enojado por nuestros pecados,… un Dios severo, justiciero y cansado de aguantar los pecados del mundo. Es la imagen del Dios que castiga en este y en el otro mundo, el Dios enemigo del cuerpo, del placer, de la sexualidad… Gran número de las prácticas religiosas, aún en personas de notable formación religiosa y verdadera piedad, tienen como finalidad la de aplacar la “ira” Dios, que lo ven como ofendido permanentemente por tantos pecados.

Como podemos percibir, la imagen del Dios del temor prevalece sobre la imagen del Dios del amor. El Dios de la justicia se sobrepone, en la conciencia de muchos cristianos, al Dios de la misericordia!!!!

De ahí que el miedo a la muerte y, sobre todo, el miedo al juicio final sea una constante en su vida religiosa.

Es muy común, dentro de ese marcado pesimismo que predomina en tantas personas piadosas, el pensar que la sentencia que se dictará en ese juicio personal será dentro del marco de una estricta justicia divina Se piensa, partiendo de esa “religión del miedo y del terror” que la mayoría de nosotros seremos destinados a sufrir penas temporales en el Purgatorio, mientras otros serán condenados al Infierno para sufrir horribles tormentos por toda la eternidad.

Quiere decir que para estas personas la idea que tienen de Dios no parte del mensaje que Jesús vino a revelarnos: no es el Dios “amigo de publicanos y pecadores”, el Dios de las parábolas de la misericordia, el Dios que por amor al mundo se encarnó y murió en la Cruz…. No es el Dios que con su resurrección nos liberó, venciendo a la muerte y al pecado en todos nosotros y garantizándonos, con sus méritos, nuestra eterna salvación.

Lo que más llama la atención es que esa falsa imagen de Dios, justiciero y decepcionado con la conducta humana, no les cree problemas de fe a la mayoría de nuestros cristianos. Siguen creyendo, con la mejor buena voluntad, en un Dios que no es el Dios de Jesús, y que, por lo tanto, no es el Dios de los cristianos. No llegan a percibir la total contradicción que hay entre esa imagen de un Dios que castiga sin conmiseración y el Dios que es “amor y bondad por esencia “, entre el Dios que condena al infierno y el Dios que es pura misericordia y compasión.

Lo sorprendente es que creen, a la vez, en un Dios infinitamente bueno y en un Dios vengativo y mal humorado; en un Dios lleno de bondad y de poder pero que necesita ser aplacado con penitencias, sacrificios y limosnas!!!!

Es aún más desconcertante el que gran número de predicadores y catequistas presenten al pueblo cristiano esa imagen totalmente deformada de Dios, con la idea equivocada que cuanto más miedo se meta, la gente ha de ser mejor. No toman en cuenta que con ello tergiversan y traicionan lo más profundo del mensaje evangélico.

Con relación a esa creencia tan arraigada de que Dios castiga con penas temporales o eternas, el Papa Benedicto XVI ha escrito con gran precisión y claridad: “Dios es amor totalmente gratuito, fiel, radical, universal y eterno. Dios en su eternidad no hace más que dos cosas: amar y perdonar”.

En el amor a Dios y al prójimo encontramos la síntesis de toda la Ley (Mt 22, 34-40).

Jesús vino a mostrarnos a Dios como Padre-maternal; un Dios que es misericordioso y compasivo…que hace salir el sol sobre justos y pecadores… que nos quiere a todos, principalmente a los más pequeños y débiles…que es amigo de publicanos, de pecadores y de pecadoras…. Él es el Dios que quiere establecer una alianza de amor en el mundo entero.
Por lo tanto, el miedo a un Dios que nos amenaza con castigos no tiene razón de ser. Sin embargo, hemos escuchado muchas oraciones y muchos cantos religiosos que pretenden aplacar a ese Dios enojado. Recuerdo, sobre todo, aquel conocido canto popular: “Perdona a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo, perdónale Señor. No estés eternamente enojado, perdónale Señor.”

Parecería, según esta canción, que el enojo de Dios con el mundo pecador es una característica permanente en Él…. No obstante, aún venerables presbíteros e ilustrados catequistas lo entonan con gran entusiasmo y aparente convencimiento.

No es difícil comprobar que esa imagen terriblemente deformada de Dios está vinculada, no solo a prácticas piadosas de la religión popular, sino que se nutre de una equivocada teología y de una catequesis oficial.

Es evidente que no es fácil para cada uno de nosotros el superar totalmente esa falsa “teología del terror y del castigo divino” que nos han inculcado desde la infancia. La imagen del Dios severo que se enoja y que nos sanciona por todo lo malo que hacemos y que pensamos, la tenemos metida en lo más profundo de nuestro subconsciente. Tanto en el hogar, como en la catequesis y en gran número de sermones y de pláticas espirituales nos lo han inculcado y repetido infinidad de veces.

El amor de Dios y el amor humano.

Quizás la causa principal que genera ese grave error teológico esté en que proyectamos sobre Dios nuestros propios sentimientos, reacciones y tremendas limitaciones. Comparamos, instintivamente, al amor de Dios con nuestras propias expresiones de amor, siempre tan limitadas e inconsistentes.

La diferencia entre el amor humano y el amor de Dios es insondable y su distancia es infinita. Es cierto que existe una remota analogía entre ambos amores pero eso nos debe llevar al error de asimilar y a cotejar el amor de Dios con nuestras experiencias del amor humano.

Si intentamos comparar el uno con el otro percibimos que esas diferencias son insondables:

El amor de Dios es pura gratuidad y el nuestro suele ser, sobre todo, conveniencia…. Nosotros amamos a quien nos ama y Dios ama a todos por igual… Perdonamos en algunas ocasiones, pero Dios perdona siempre y a todos…. Dios nos ama sin exigirnos respuesta alguna. No se resiente ante nuestra indiferencia o infidelidad. No disminuye ante nuestro rechazo y nunca nos castiga por nuestras infidelidades…. Nuestro amor siempre es personalizado… el de Dios es universal…. Nosotros preferimos a las personas mejores… el amor de Dios privilegia a los pobres, a los pecadores y a los más necesitados….

El amor es la clave para entender el mensaje de la Biblia. Es su principio unificador. No se puede ser cristiano sin amar a Dios y al prójimo.

Es lo que nos dice el Apóstol Juan en su Primera Epístola:

“El amor viene de Dios”… “Quien no ama no ha conocido a Dios, ya que Dios es amor”…”En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados”…. “Nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene”… “Dios es amor: quien conserva el amor permanece con Dios y Dios con él”… “En el amor no cabe el temor, antes bien, el amor desaloja al temor, porque el temor se refiere al castigo y quien teme no ha alcanzado un amor perfecto”… “El mandato que nos dio es que quien ama a Dios ame también su hermano.” (Ep.I Juan 4, 7-2l).

* Teólogo, analista social e pol

Fuente: Adital

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