Vie, 27/11/2009 – 00:00

Por: Patricia Espinoza
Psicóloga*

Antes del nacimiento de una criatura, los padres ya adoptan actitudes distintas sobre el sexo del niño(a). A menudo, en la familia, especulamos sobre el sexo del nuevo miembro y podemos indicar, hasta por la forma de llevar la panza, qué podrá ser, si varón o mujer. Sobre eso, muchos comienzan a hacer planes, desde buscar un nombre hasta tal vez planificar qué deberá estudiar.

En el momento del nacimiento, el anuncio del sexo del bebé desencadena una serie de eventos que, de una u otra manera, marcarán una diferenciación entre hombres y mujeres. Por ejemplo, ropa celeste para el niño y rosada para la niña.

Inclusive muchas madres y padres reaccionarán de diferente manera según el sexo del o la recién nacida. Por ejemplo, si es una niña y llora, le prestarán mayor atención y la tratarán con mayor delicadeza y hasta se permitirán hablarle dulcemente. Si es niño, le dejarán llorar por más tiempo y no necesariamente lo tratarán con tanta delicadeza, al menos no el padre, que considerará estar “mal acostumbrándolo” y que lo que tiene que aprender es, desde ya, a formarse como un verdadero hombre.

Allí comenzamos a entender que los roles se establecieron por el sexo biológico con el que hemos nacido, y las formas de educarnos y socializarnos también. Por ejemplo, se espera que las niñas sean más dulces, menos violentas, más delicadas. Y que los varones sean, por el contrario, más rudos, menos sensibles y más fuertes. Entonces, los roles sexuales comienzan a establecerse desde que nacemos y estas ideas sobre lo que debemos ser se seguirán reforzando por nuestros propios padres y sus prejuicios o ideas de lo que significa ser un hombre o una mujer.

Por todo esto, la imagen que nos vamos formando de nosotros mismos será a partir de lo que nos van transmitiendo en casa, en los medios de comunicación, en la escuela y, en general, en todos esos espacios en los que nos desenvolveremos, reforzando de manera negativa estos roles y estereotipos que nos llevan a no mirarnos de forma integral.

Trato de imaginar un país donde no existan estas diferencias y pueda verse por igual a hombres y mujeres. Donde no se forme un pre-concepto de lo que debiéramos ser y/o hacer por el sexo con el que hemos nacido, sino más bien que se nos permita ir construyéndonos de acuerdo a lo que sentimos. Donde entendamos que, de seguir perpetuando estereotipos, la discriminación y la desigualdad entre los géneros seguirán existiendo.

Clínica del Hombre del INPPARES
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Fuente: La República

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