03.11.09 – CUBA

Daisy Rojas *

Adital –
He aceptado la responsabilidad de dialogar sobre la teología feminista porque tengo la práctica de confrontarla realidad, con principios trascendentes de la Biblia.

He aprendido a distanciar la letra fría -que sólo trasmite las costumbres de un pueblo distante geográfica y culturalmente, como es el pueblo judío-, de las cosas que son verdaderamente importantes. Estudiar las leyes, historia, cultura, inclusive, los errores humanos cometidos por los antiguos pueblos, nos aporta información a nuestro bagaje cultural, sin embargo no creo que sea ejemplo digno a ser imitado, ya que ser eminentemente patriarcal y, por tanto, someter a las mujeres a opresión salvaje y a exclusión sin límites, son sólo algunos ejemplos que recogen sin disimulo los escritos bíblicos.

Como miembro de la Iglesia Bautista “Ebenezer” de Marianao en la pastoral de género, se ha incluido el tema de masculinidad, el cual hemos trabajado por muchos años, claro, con las resistencias propias de una sociedad que heredó del capitalismo maneras peculiares de entender las relaciones de poder expresadas, entre otros ámbitos, en la familia, espacio donde por tradición se trasmiten, de generación en generación, hábitos, valores, imaginarios, y también estereotipos. Cuba es un país que no por revolucionario ha logrado liberarse totalmente de estos lastres.

En paralelo, me he vinculado a diversos espacios de articulación internacional como la Convergencia de los Movimientos de los Pueblos de las Américas (COMPA), la Marcha Mundial de Mujeres, siendo parte activa de su Comité Nacional. Como este encuentro intenta poner en diálogo nuestra base bíblica y teológica con las luchas de los movimientos sociales, siento que este testimonio está en perfecta armonía con el tema.

Durante mi vida he tenido varios encuentros importantes. Por una parte, el cristianismo, de la manera liberadora que lo siento, me provee de esperanzas y me hace inconforme y rebelde. La revolución cubana, por otra, me amplió el concepto restringido del amor que se empeña en remendar con limosnas lo que la justicia se encarga de solucionar de manera definitiva. Pero luego apareció la educación popular de la mano de Pablo Freire. Ella definitivamente me dio el método que buscaba para escuchar a las mujeres de mi comunidad.

A esto se suma, en las últimas décadas, la influencia de una mujer extraordinaria Clara Rodés, mi pastora, que me hizo evaluar las relaciones de poder que se dan en todas las esferas de la vida. Todas estas experiencias, de una u otra forma, agudizaron mi sentido crítico ante las injusticias que se ponen de manifiesto so pretexto de preconceptos teológicos, culturales, morales. Clara fue visionaria en esto pues ella misma compartió sus estudios y opiniones con la comunidad, una comunidad que no excluía a los hombres, porque según ella “la cuestión no es una lucha de géneros, sino hacer un acto de reparación, un acto de justicia”.

Toda esta mezcla de aprendizajes me condujo a discutir con Abraham por haber abandonado a Agar en el desierto, (la madre de su hijo Ismael), con su hijo en brazos, para complacer a su esposa Sara. Pero también, sufrí con Tamar, por el capricho de su hermano de poseerla a la fuerza para luego rechazarla, dejándola en medio de aquella sociedad patriarcal, abandonada a su suerte. Mis “nuevas” lecturas de la Biblia me llevaron a rebelarme ante el hecho de que la mujer sea valorada por su útero fértil, mientras aquella que es estéril, sea considerada una mujer maldita y despreciada. Procrear no puede ser el único valor que la dignifique. No justifico el hecho de que las discípulas de Jesús apenas son mencionadas en el texto sagrado, y eso nos lleva a desconocer sus nombres o que los doce apóstoles hayan sido todos varones.

Esta nueva mirada me permitió releer pasajes bíblicos que en otras ocasiones había interpretado de manera diferente, haciéndome un poco cómplice de los patriarcas y hasta disimular los errores que habían cometido con mis hermanas de aquellos tiempos.

Hacer teología feminista es partir de la experiencia de vida de las mujeres que han vivido en opresión, es ver a un Jesús solidario con ellas, dejándose tocar y bendecir por prostitutas aunque por su conducta fuera cuestionado por los hombres de su época.

La teología, desde la mirada de las mujeres, debe potenciar ese otro descubrimiento de un Dios que las acompaña, acoge y anima para la justa lucha en donde todas seamos libre. La relectura popular de la Biblia desde la experiencia feminista ha ayudado no sólo a denunciar la marginación, exclusión, y opresión de que han sido objeto las mujeres, sino que ha aportado herramientas para la lucha y la reivindicación de todas. Es, sin duda, una herramienta para empoderar a las mujeres cristianas que, en ocasiones, han estado en la retaguardia de las luchas en comparación con otros sectores.

Cuando en Cuba las mujeres se superan, rompen esquemas tradicionalistas. A raíz del triunfo revolucionario de 1959, se incorporaron al trabajo productivo, pero a las mujeres de iglesia les costó mucho más tiempo y esfuerzo enfrentarse a la jerarquía eclesial, exigir su ordenación como pastoras, ocupar responsabilidades intelectuales y de dirección y compartir aquellas, no menos importantes, labores de aseguramiento que en ciertos momentos eran tareas propias de las mujeres de iglesia. La Biblia, tal y como nos la enseñaron, no ayudaba a este proceso de cambio porque además de haber sido escrita en época patriarcal, donde las mujeres no aparecen ni en las estadísticas, durante mucho tiempo fue explicada y enseñada por los hombres, lo cual justifica su invisibilización como protagonistas.

A partir de mi experiencia personal, propongo algunos retos para el futuro.

• La teología feminista no sólo debe leerse desde la perspectiva de las mujeres, sino que sea una reflexión y una herramienta para quienes luchen por derribar todo tipo de opresión y discriminación en las relaciones de poder. Hombres y mujeres deben ocuparse de establecer nuevos tipos de relacionamiento, no sólo entre los seres humanos, sino también con toda la creación.
Que la teología feminista forme parte también de la proyección de nuestra labor educativa, sobre todo en función de nuestras niñas y niños.

• Dejar de ver la teología feminista en un marco estrecho, sólo como la lucha por las reivindicaciones de las mujeres. Ella va más allá, incluye la lucha por la justicia social.

• Derribar los mitos en torno al feminismo, sobre todo aquellos que le hacen el juego a los que ven con naturalidad la humillación, el anonimato, el sufrimiento, y la exclusión a la que hemos sido sometidas, intentando descalificar la lucha por supuestos errores del pasado.

[* Ponencia presentada en el Simposio Internacional de Movimientos Sociales y Teología en América Latina, La Paz, Bolivia, 13-17 de agosto de 2009].

* Miembro de la Iglesia Bautista “Ebenezer” de Marianao (Cuba) en la Pastoral de Género

Fuente: adital.com.br

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