La Revolución Silenciosa de lo Íntimo

Escrito por Julián Fernández de Quero

La importancia de la Modernidad como salto cualitativo en el devenir de la especie humana y la evolutiva liberación de sus cadenas naturales nunca será suficientemente subrayada, por muchos ríos de tinta que se hayan utilizado para intentar describirla. Casi todo se ha dicho de los cambios sociales, tecnológicos y políticos que supuso la revolución industrial, la revolución política y la cultural. Algo menos se ha escrito acerca del potencial revolucionario que implicó el reconocimiento social de la individualidad y sus posteriores consecuencias, la democratización de las relaciones sociales y el movimiento de liberación de la mujer. Esta última, con su labor callada y constante en el ámbito de lo personal y de los derechos, ha sido llamada “la revolución silenciosa”, porque, a diferencia de otras, no ha usado la violencia para imponerse, no ha tomado Bastillas ni asaltado Palacios de Invierno, no ha derramado sangre, salvo la suya propia (¡cuántas mujeres han muerto generosamente en la defensa de sus derechos!) pero, sin grandes alborotos y estallidos sociales, está consiguiendo más que ninguna: Cambiar las relaciones personales, troquelar las actitudes individuales, fomentar otra cultura más igualitaria, libre y justa, convertir en real su lema de “lo personal es político”.

El feminismo ha cambiado la forma de entender las relaciones personales, la sexualidad, el amor , es decir, aquello que afecta directamente a todas las personas, creando un tipo de relaciones íntimas que desborda su estricto marco privado para transformar las instituciones sociales y políticas. Alguien que, en tiempos recientes, ha analizado y profundizado en estos cambios, es Anthony Giddens, en su libro “La transformación de la intimidad” (Editorial Cátedra, 2006).

Para analizar los fenómenos de la intimidad, el autor establece una frontera entre las épocas premodernas y las modernas, con cambios que se van consolidando a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX, y pone nombre al producto de dichos cambios: sexualidad plástica, amor confluente, pura relación, proceso reflexivo del yo. ¿Cuáles eran las características de estos fenómenos en las épocas premodernas?:

– La individualidad no existía socialmente: El individuo era reconocido socialmente en tanto que miembro de un clan familiar, de un linaje o estirpe. El individuo no era sujeto de derechos, la mujer y la infancia no eran reconocidas como plenamente humanas y el grupo (bien fuera el consanguíneo, el linaje o la clase social) era el que detentaba el poder.

– La sexualidad se entendía como sexo biológico, innato, pulsión instintiva ligada indisolublemente a la reproducción. El patriarcado impone el sexo como prerrogativa del varón, convirtiendo el pene en falo, es decir, en órgano con poder, la pulsión copulatoria en modelo social sexual y rebaja a la mujer a mero objeto de deseo o de reproducción. José Antonio Marina (Palabras de Amor , Ed. Temas de Hoy, 2009) cita a Demóstenes para demostrar la funcionalidad con la que el patriarcado griego manipulaba a las mujeres: “Las cortesanas existen para el placer, las concubinas para los cuidados cotidianos, las esposas para tener una descendencia legítima y una fiel guardiana del hogar”. Por su parte, Giddens considera que “La sexualidad masculina aparecía sin problemas en el contexto de las circunstancias sociales “separadas y desiguales” que prevalecían hasta hace poco”. Su naturaleza quedaba encubierta por una serie de influencias sociales que han sido o están siendo minadas. Se incluyen las siguientes:

– El dominio de los hombres en la esfera pública.
– El doble modelo.
– La separación de las mujeres en dos bandos: puras (casables) e impuras (prostitutas, rameras y brujas)
– La definición de la diferencia sexual como establecida por Dios, la Naturaleza y la biología.
– La problematización de las mujeres como seres difíciles de entender e irracionales en sus deseos y acciones.
– La división sexual del trabajo.”.

– El amor se vive como amor pasión, es decir, el enamoramiento como fenómeno natural, inscrito en el “cortejo animal”, una respuesta irracional y refleja que domina la voluntad e incapacita para el ejercicio de la razón. Ante el estímulo generado por la atractividad erótica de la hembra, el macho focalizada su atención en ella de manera obsesiva (“efecto tunel”) y desarrolla todos los comportamientos necesarios para conseguir la satisfacción de la pulsión, es decir, la cópula reproductora, a partir de la cual, el interés sexual desaparece hasta el siguiente estímulo. Giddens constata que “El amor apasionado está marcado por una urgencia que lo sitúa aparte de las rutinas de la vida cotidiana, con las que tiende a entrar en conflicto. La implicación emocional con el otro es penetrante -tan fuerte que puede conducir al individuo o a los dos individuos a ignorar sus obligaciones ordinarias- En el nivel de las relaciones personales, el amor pasión es específicamente desorganizador, en un sentido similar al carisma, desarraiga al individuo de lo mundano y genera un caldo de cultivo de opciones radicales así como de sacrificios. Por esta causa, enfocado desde este punto de vista del orden social y del deber, es peligroso. Resulta muy sorprendente que el amor pasión no haya sido reconocido en ningún lugar ni como necesario ni como suficiente para el matrimonio y en la mayor parte de las culturas ha sido considerado como subversivo.”

– Las relaciones de pareja se organizan en forma de matrimonio, una institución social que une intereses de dos familias a través del enlace de sus hijos e hijas. Las funciones del matrimonio son exclusivamente generativas y familiares. Se trata de perpetuar el linaje familiar, de aumentar la riqueza o el poder mediante la alianza entre familias o, en familias pobres, aumentar la capacidad productiva agrícola con más brazos para el trabajo. La sexualidad y los afectos se viven al margen del matrimonio, principalmente por los varones, que buscan sus desahogos sexuales y sus arrebatos sentimentales en las esclavas, siervas de la gleba, cortesanas, concubinas y amantes. El amor pasión no se puede conciliar con la severidad normativa que preside las relaciones dentro del hogar.

El acceso a la Modernidad en estos ámbitos, como en otros, se realiza de manera gradual y evolutiva. Hay una primera etapa elitista, pues el ochenta o noventa por ciento de la población era analfabeta e inculta y los cambios se iban generando a partir de las creaciones e inventos del desarrollo científico y tecnológico y del pensamiento ilustrado. Pero, las creaciones tenían una proyección tan universal que, desbordando el marco restrictivo de la clase social, se expandían e impregnaban a toda la sociedad. Veamos como afectan estos cambios al ámbito de la intimidad:

– El factor principal es el reconocimiento de la individualidad. En palabras de Giddens “el individuo se hace “propietario” de sí mismo y de sus actos”. La consideración de la persona como “sujeto de derechos” reconocida en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de la Revolución Francesa, en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y en posteriores constituciones, coloca al individuo en la base de la sociedad y de su organización. El individuo adquiere el poder de liberarse de las normas tradicionales e inventar otras nuevas. La individualidad confiere al sujeto la capacidad de iniciar, como dice Giddens, “un proceso reflexivo del yo” que rompe los límites restrictivos de los clasificadores sociales (raza, nacionalidad, género, clase social) naturalizados por la tradición, dándole la libertad de construir su propia identidad, su estilo de vida y su proyecto biográfico. Las resistencias a estos cambios por parte de las fuerzas conservadoras y tradicionales, ralentizan y dificultan el proceso, sobre todo en esta primera etapa de la Modernidad, pero la democratización de la sociedad es imparable y surgen los movimientos sociales de liberación, entre ellos, el de las mujeres, que reclaman libertad e igualdad sobre la base de la individualidad.

– La sexualidad, como capacidad para el placer y componente de la felicidad, independizada de la reproducción y de las generaciones, adquiere su consideración social. Según Giddens, “la sexualidad es un constructo social, que opera en campos de poder y no meramente como un abanico de impulsos biológicos que o se liberan o no se liberan.” El concepto de “sexualidad”, con significado diferente del sexo premoderno, se inventa en el siglo XIX, según Michel Foucault. A ello contribuye la tendencia a reducir el tamaño de la familia y la expansión de la contracepción femenina. Como afirma Giddens, “La sexualidad surgió como una parte de una diferenciación progresiva del sexo, respecto de las exigencias de la reproducción. Con la elaboración ulterior de las tecnologías reproductivas, esta diferenciación se ha hecho completa. La sexualidad es al fin plenamente autónoma. La creación de una “sexualidad plástica” separada de su integración ancestral con la reproducción, el parentesco y las generaciones, fue la condición previa de la revolución sexual de las pasadas décadas. La “revolución sexual “de los pasados treinta o cuarenta años no es justamente, ni siquiera primordialmente, un avance en la permisividad sexual neutral en lo que concierne a los papeles sociales de cada sexo. Implica dos elementos básicos: Uno es la revolución en la autonomía sexual femenina –producida básicamente en esta época, pero con antecedentes en el siglo pasado- Sus consecuencias para la sexualidad masculina son profundas, por eso se puede decir que es en gran parte una revolución inacabada. El segundo elemento es el florecimiento de la homosexualidad masculina y femenina”.

– El amor pasión premoderno deja paso al “amor romántico”, basado menos en las pulsiones instintivas del “cortejo animal” y más en el proceso reflexivo del yo. Giddens afirma “Durante el siglo XIX, la formación de los lazos matrimoniales, para la mayor parte de los grupos de población, llegó a basarse sobre consideraciones diferentes de los juicios de valor económico. Las nociones del amor romántico, que tenían su arraigo principalmente en grupos burgueses, se difundieron por todo el orden social. “Tener un romance” se convirtió en sinónimo de cortejar, las novelas (etimológicamente, romance) fueron la primera forma de literatura de masas”. La difusión de los ideales del amor romántico fue un factor tendente a desligar el lazo marital de otros lazos de parentesco y a darles una significación especial. Esposos y esposas comenzaron a ser vistos como colaboradores de una empresa emocional conjunta, esta tarea era más importante que sus obligaciones hacia los hijos. En el amor romántico, los afectos y lazos, el elemento sublime del amor, tienden a predominar sobre el ardor sexual. El amor rompe con la sexualidad a la vez que la incluye. La “virtud” asume un nuevo sentido para ambos sexos, y ya no significa sólo inocencia, sino cualidades del carácter que seleccionan a la otra persona como “especial”. El amor romántico fue esencialmente un amor feminizado. Como ha hecho ver Francesca Cancian, antes de finales del siglo XVIII, si se hablaba de amor era exactamente en relación con el matrimonio, era un amor de camaradería, unido a la responsabilidad mutua de esposos y esposas, para gestionar el patrimonio o la hacienda rural. Con la división de esferas (el trabajo se hace externo al núcleo familiar) el fomento del amor se hizo tarea predominante de la mujer, las ideas sobre el amor romántico estaban claramente amalgamadas con la subordinación de las mujeres al hogar y con su relativa separación del mundo exterior. Pero el desarrollo de tales ideas fue también una expresión del poder de las mujeres, una aserción contradictoria de autonomía frente a la privación”.

– Las relaciones de pareja en la modernidad comienzan a dejar de ser “cosas de familia” para convertirse en la libre y voluntaria decisión de dos personas por unir sus vidas. El matrimonio se convierte en una novela (romance), una historia de dos, cuyo argumento (proyecto) elaboran dos individuos a partir de la decisión común de llevarlo a cabo, sin que las familias puedan intervenir en su realización. Sobre todo, para las mujeres, como dice Giddens, “La paradoja es que el matrimonio es utilizado como medio de lograr una autonomía. El amor romántico es una apuesta contra el futuro, una orientación para controlar el tiempo futuro por parte de las mujeres, que se hicieron especialistas en asuntos de intimidad (tal y como este concepto se entiende en la actualidad) . Ha habido una casi inevitable conexión entre amor y matrimonio, para muchas mujeres, en los primeros periodos de la evolución moderna. Si el complejo del amor romántico ha sido desarrollado y también más tarde se ha disuelto en alguna parte, ha sido principalmente por las mujeres. ¿Qué ha sucedido con los hombres? Me creo justificado al ofrecer una interpretación de la transmutación del amor romántico que excluye en gran medida al hombre. Los hombres actúan pasivamente en la transición que se está realizando. En cierto sentido, han sido pasivos a partir de finales del siglo XVIII. En la cultura occidental, al menos, éste es el primer periodo en el que los hombres se encuentra a sí mismos “siendo” hombres, es decir, poseyendo una “masculinidad” problemática. Los hombres, al igual que las mujeres, se enamoran y, que se sepa, así ha sido siempre. También han sido influidos en los dos últimos siglos, por el desarrollo de los ideales del amor romántico, aunque en forma diferente que las mujeres. Los hombres que han aceptado estas nociones de amor han sido vistos por parte de la mayoría como “románticos” , en una acepción particular del término. Son, por así decirlo, unos pavisosos, que ha sucumbido al poder femenino. Estos hombres han eliminado la división entre las mujeres sin macha y las impuras, tan central en la sexualidad masculina”. Es decir, que esta primera etapa de la modernidad, las relaciones predominantes siguen estando bajo el yugo del patriarcado, de la cultura de los géneros y de la división de los roles. Las mujeres, en su afán de autonomía, son las que asumen el papel revolucionario de transformar la intimidad, subvirtiendo el papel familiar de dichas relaciones para convertirlas en fruto de la individualidad reflexiva y sentimental. Como dice José Antonio Marina, “la sentimentalización de las relaciones sexuales es una conquista que debemos a las mujeres”. Mientras tanto, los hombres siguen jugando su papel de poder en el ámbito público, y sólo evolucionan cuando se someten a regañadientes a las exigencias femeninas en la intimidad.

La segunda mitad del siglo XX, conoce la mayor expansión y refuerzo de los cambios alumbrados por la modernidad. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada por la Naciones Unidas en 1948, confiere carácter universal al reconocimiento de la individualidad y su logro más relevante en el ámbito de la política, que es la democratización de la organización de la sociedad. Las luchas del movimiento feminista alcanzan sus mayores logros en la conquista de la igualdad y la equidad. La nuevas generaciones, se forman con las mismas aspiraciones y proyectos de vida para conseguir la felicidad, sin distinciones entre hombres y mujeres, aunque la secular resistencia de las tradiciones y del conservadurismo siga manteniendo prejuicios y condicionamientos para impedir la plena autonomía de las mujeres y su igualación total. Una aliada de excepcional importancia ha sido la ciencia. El desarrollo científico en el campo de la anticoncepción y de la reproducción artificial ha permitido separar radicalmente la sexualidad de la reproducción, convirtiendo la función sexual en un ingrediente más para el logro del bienestar y la felicidad. La sexología y la educación sexual y afectiva posibilita establecer relaciones de pareja desde el conocimiento y la racionalidad, en un encuentro entre sujetos iguales y libres. En esta segunda etapa de la modernidad, la evolución en el campo de la intimidad ha generado nuevos fenómenos que necesitan ser conceptualizados para diferenciarlos de sus antecedentes y es lo que hace Anthony Giddens en su obra ya mencionada:

– Cada vez más, el individuo se siente sujeto de derechos desde su nacimiento (La Declaración Universal de los Derechos Humanos, referida a las personas adultas, se ha completado con la Convención de los Derechos de la Infancia) y se rebela contra las múltiples influencias externas que intentan limitar su capacidad de decidir por sí mismo. Como dice Giddens, “Rasgos fundamentales de una sociedad de elevada reflexividad son el carácter “abierto” de la autoidentidad y la naturaleza reflexiva del cuerpo. Para las mujeres que luchan por lograr una liberación de los papeles asignados a cada sexo, la pregunta “¿Quién soy yo?” –que Betty Friedan describió como “el problema que no tiene nombre”- emerge a la superficie con intensidad particular. Lo que los psicólogos anglosajones llaman el yo es hoy para cada uno un proyecto reflexivo: una interrogación más o menos continua de pasado, presente y futuro. Es un proyecto llevado adelante en medio de una profusión de recursos reflexivos, terapia y manuales de autoayuda de todos los tipos, programas de televisión y artículos de revista.”.

– Giddens acuña el término “sexualidad plástica” para referirse a las formas nuevas de vivir la sexualidad. “Se realizan ahora más ensayos sexuales del matrimonio, como muestra Rubin, por parte de hombres y mujeres, de lo que era normal en generaciones anteriores. Las mujeres esperan recibir, así como proporcionar, placer sexual. Muchas han llegado a considerar una vida sexual plena como un requisito clave para un matrimonio satisfactorio. La proporción de mujeres casadas durante más de cinco años que han mantenido aventuras sexuales extramaritales es hoy virtualmente la misma que la de los hombres. La doble moral existe todavía, pero las mujeres ya no toleran la opinión de que, mientras los hombres necesitan variedad y probablemente emprenden aventuras extramaritales, ellas deban comportarse de otra forma. La “sexualidad” hoy ha sido descubierta, se ha hecho abierta y accesible al desarrollo de diversos estilos de vida. Es algo que “tenemos” o cultivamos, no ya una condición natural que un individuo acepta como un asunto de negocios preestablecido. De algún modo, las funciones sexuales son un rasgo maleable de la identidad personal, un punto de primera conexión entre el cuerpo, la auto-identidad y las normas sociales. La sexualidad plástica, si se desarrolla plenamente, implica una actitud neutral hacia el pene. Las mujeres del informe Hite dan un mentís a la idea de que la erotización del cuerpo femenino culmina a expensas de la sensación genital. Las dos, de hecho, van juntas. Algo que es enteramente compatible con la influencia de la sexualidad plástica. En las relaciones homosexuales, tanto el hombre como la mujer, pueden contemplar la sexualidad completamente aparte de la reproducción. La sexualidad de las lesbianas se organiza necesariamente casi enteramente en función de las implicaciones de la pura relación. La sexualidad plástica puede convertirse en una esfera que ya no contiene el detritus de las compulsiones externas, sino que en su lugar aparece como una forma entre otras de autoexploración y de construcción moral”.

– Después del amor romántico, aparece otra forma de amor que Giddens llama “amor confluente” para designar los afectos que surgen entre personas que se relacionan de sujeto a sujeto, con plena conciencia de su autonomía y de su igualdad. “El amor confluente presupone la igualdad en el dar y recibir emocional, cuanto más estrechamente se aproxima un amor particular al prototipo de la relación pura. El amor sólo se desarrolla aquí hasta el grado en que cada uno de los miembros de la pareja esté preparado para revelar preocupaciones y necesidades hacia el otro. El amor confluente introduce por primera vez el “ars erótica” en el núcleo de la relación conyugal y logra la meta de la realización de un placer sexual recíproco, un elemento clave en la cuestión de si la relación se consolida o disuelve. El cultivo de las habilidades sexuales, la capacidad de dar y experimentar la satisfacción sexual , por parte de ambos sexos, se organiza reflexivamente por la vía multitudinaria de las fuentes de información, consejo y formación sexual. El amor confluente se desarrolla como un ideal en una sociedad en la que casi cada uno tiene la posibilidad de quedar sexualmente satisfecho y presupone la desaparición del cisma entre mujeres “respetables” y las que de alguna forma quedan fuera del ámbito de la vida social ortodoxa. A la inversa del amor romántico, el amor confluente no es necesariamente monógamo, en el sentido de exclusividad sexual. Lo que la pura relación implica es la aceptación -por parte de cada miembro de la pareja hasta nuevo aviso- de que cada uno obtiene suficientes beneficios de la relación como para que merezca la pena continuarla. La exclusividad sexual tiene aquí un papel en la relación, en el grado en que los emparejados lo juzguen deseable o esencial.”.

– Las relaciones íntimas superan los niveles de codependencia y compulsividad adictiva de las relaciones románticas, para convertirse en lo que Giddens llama “la pura relación”, es decir, “significando una relación emocional estrecha con otro. Una pura relación no tiene nada que ver con la pureza sexual y se trata de un concepto delimitador, más que de una mera descripción. Se refiere a una situación en la que una relación social se establece por iniciativa propia, asumiendo lo que se puede derivar para cada persona de una asociación sostenida con otra y que se prosigue sólo en la medida en que se juzga por ambas partes que ésta asociación produce la suficiente satisfacción para cada individuo. El amor se liga con la sexualidad por medio de la pura relación. El matrimonio ha evolucionado -para muchos, aunque no para todos- crecientemente hacia la forma de una pura relación, cosa que acarrea muchas consecuencias. La pura relación forma parte de una reestructuración genérica de la intimidad. Emerge en otros contextos de la sexualidad, junto al matrimonio heterosexual, en algunas de su formas referidas es paralelo al desarrollo de la sexualidad plástica. El complejo del amor romántico contribuyó a abrir un camino a la formación de las puras relaciones en el terreno de la sexualidad, pero ahora se ha visto debilitado por ciertas influencias que ayudó a crear. Hay una contradicción estructural en la pura relación, centrada en el compromiso, que reconocen muchas de las encuestadas por Hite. Para establecer un compromiso y desarrollar una historia compartida, un individuo debe entregarse al otro. Es decir, ella debe dar, de palabra y de obra, cierto tipo de garantías de que la relación se pueda mantener durante un periodo indefinido. No obstante, una relación actual no es -como lo era en el matrimonio- una “condición natural” cuya durabilidad se pudiera asumir como garantizada, salvo en ciertas circunstancias extremas. Un rasgo de la pura relación es que puede terminar, más o menos, a voluntad, por cualquiera de los miembros de la pareja y en un momento preciso. Para que una relación tenga posibilidades de perdurar, es necesario el compromiso que surge de la confianza. En la pura relación, la confianza no tiene soportes externos y debe desarrollarse sobre la base de la intimidad. La confianza es fiarse del otro y también creer en la capacidad de los lazos mutuos para resistir futuros traumas. Confiar en el otro es también apostar por la capacidad del individuo de actuar con integridad. La tendencia de las relaciones sexuales a ser diádicas (que no quiere decir monogámicas) es probablemente, en cierta medida, un resultado del deseo inconsciente de recapitular este sentimiento de exclusividad que el niño disfruta con su madre. Aunque el carácter diádico de las relaciones sexuales tiende también a reforzarse por la naturaleza de la confianza que se presupone. Porque la confianza, cuando hablamos de las personas, no es una cualidad capaz de expansión indefinida. La exclusividad no es garantía de confianza, pero sí es, sin embargo, un estímulo importante para ella. La intimidad significa la manifestación de las emociones y actos que el individuo no puede hacer patente ante la mirada pública. Es fácil ver como la automanifestación que la intimidad presupone puede producir codependencia si no va pareja con la preservación de la autonomía”.

Proceso reflexivo del yo, sexualidad plástica, amor confluente, pura relación, forman un marco conceptual que permite nombrar y analizar las nuevas realidades de la transformación de la intimidad y los fenómenos asociados a ella. Nombran realidades problemáticas, influidas por múltiples factores externos e internos, que las refuerzan o limitan, pero que nos da una visión de conjunto diversa y plural, dialécticamente conflictiva, y a la que contribuciones como la de Anthony Giddens ayudan a clarificar. En este magma social variopinto, algunas tendencias van emergiendo como sustanciales: La democratización supera el marco de lo político y demanda expandirse a las relaciones personales. Son los individuos los que aspiran a ser libres, iguales y fraternos y cada vez menos se conforman con vivir bajo reglas sociales que les constriñen y limitan. Es la revolución silenciosa de lo íntimo, cuya vanguardia ha sido y sigue siendo, la voluntad de las mujeres por emanciparse.

Fuente: AHIGE

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