Nosotrxs, otra vez – Limiar (2021)

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No queda duda que el cine, como herramienta recopilatoria y producto permanente, está intrínsecamente ligado a las prácticas de la memoria, su construcción, resignificación y cuestionamiento. Filmamos los momentos más importantes de nuestra vida. Usamos la cámara como tercero objetivo frente a eventos familiares, despedidas y demás eventos y transiciones. Uno podría pensar que, una vez que algo queda inmortalizado en la pantalla, ello queda fijado de cierta forma —cierto ángulo, cierto plano— lo que impone la forma en que lo recordaremos. Pero aquí la primera disputa. Así como un recuerdo se moldea ante una nueva subjetividad —una revelación, una decepción o una pérdida— lo que se filma puede cobrar diversos significados, contrapuestos y hasta contradictorios entre sí, una vez que lo vemos de forma crisálida, novedosa. Por supuesto, es un proceso que puede pasar desapercibido si no prestamos atención. Pero está allí. Es cuestión de volver a ponerle play.

En el caso de Limiar, de Corací Ruiz, el cine sirve para confrontar pasado y presente, para reencontrarse con una identidad silenciada y aparentemente lejana, a la par que se evoca una nueva identidad, todavía en construcción. La directora filma su vida tal y como fue, o como lo recuerda: con imágenes de archivo, escenas de videocasete y una narración bastante vívida, llena de detalles. Se narra a sí misma como una activista de izquierdas, apasionada por la nueva ola feminista y la llegada de un gobierno progresista a Brasil. No podemos evitar hacer la comparación con The Edge of Democracy (2019), de Petra Costa, film que también lidiaba con la tensión política brasileña contrapuesta con la historia (y crisis) de una familia. En este caso, Ruiz no se preocupa tanto por el exterior político como sí por lo que sucede en su hogar: Noah, su hije adolescente, es transgénero. “Nacido” niña, ahora se identifica como persona no binaria, (luego de asumirse masculino), en lo que implica un proceso de autodescubrimiento constante, que hace y deshace los acuerdos que elle y el resto han asumido sobre su identidad, afectos e historia. Ruiz filma cada etapa esta transición, retrocediendo al pasado cuando se debe, pero también inquiriendo sobre el futuro.

El film reconoce el evidente dilema moral desde el que parte. ¿Es legítimo que Ruiz se apropie de una historia que no es suya, que haga a Noah su protagonista, con todo lo que eso implica? ¿Acaso el cine no se volvería una herramienta impositiva, forzando al personaje principal a ceder su intimidad ante la cámara, a dar respuestas que elle misme desconoce? No nos convence. A fin de cuentas, y como Ruiz parece demostrar, esta historia se narra de a dos: es una historia sin las usuales jerarquías realizador – protagonista; un documental que, lejos de cuestionar con insistencia, escucha y dialoga con el sujeto que estudia.

A partir desde el autorrelato, Ruiz se sabe protagonista: se muestra vulnerable frente a la cámara y tras de ella. Reconoce, a través del voice over, que lidiar con la transición de Noah no es sencillo, menos para ella. Al verse vulnerable, se aleja de una posición de poder y desconfianza. Además, a diferencia de otros filmes de no ficción, cuando toca filmar a Noah, lo hace con un tipo especial de cuidado, con genuina empatía (o su intento) por el otro. Hace las preguntas correctas, eso sí, pero deja que Noah responda a su ritmo, sin intromisión alguna: no hay música, no hay juegos de cámara ni cortes abruptos. Noah es quien es frente a la pantalla. A veces se tarda en contestar, a veces responde de forma escueta, a veces parece contradecirse. Ruiz no se esfuerza por construir una versión enteramente coherente de Noah y su transición: la realidad, mucho más fragmentada y caótica, se parece al mismo mandato de género, (al menos el moderno), mucho más dialogante y, por lo mismo, flexible.

  

¿Por qué nos atrae la historia? Quizás por lo inusual de su premisa: una madre que, lejos de buscar razones ad extra para justificar la transexualidad de su hije, va al interior, discute abiertamente con elle, de tú a tú, reconociendo su propia limitación en el proceso. Quizás sorprenda el enfoque. narrativo: una historia bastante sutil, sin depender demasiado en la cronología o los datos concretos, que no incluye muchos personajes, que funciona casi como un home made movie que se ha realizado para el disfrute de la familia y que nosotros hemos decidido invadir. Ese grado de intimidad impresiona, porque, como concede Ruiz, no es nada fácil utilizar a la familia como sujeto del cine. Existe, entonces, un constante reconocimiento meta-textual, en la medida en que Limiar concede y discute las limitaciones del cine documental, a lar que replica, casi a modo de espejo, la misma odisea de su protagonista. El film va adquiriendo sentido y orden sobre la marcha, igual que la identidad de Noah.

Definitivamente, mucho tiene que ver la elección del protagonista. Las películas que tratan lo queer desde la infancia se han limitado a ópticas muy concretas (e insuficientes), historias filmadas en países industrializados y con mayor apoyo a la comunidad queer —pensemos, si no, en filmes como Tomboy (2011) ambientada en Francia y Girl (2018) en Bélgica— y que naturalmente excluyen la mirada más interseccional de lo que implica ser trans, sobre todo en espacios que aún son de guerra identitaria Ruiz nos advierte, igual que lo hacía Petra Costa, de la activa conformación entre los sectores ultraconservadores brasileños y los movimientos progresistas, cada uno en una calle local enfrentándose al otro. ¿Es ese el contexto propicio para ser trans y empezar a cuestionar el mandato del cuerpo? Ruiz se debate entre darle mayor libertad a Noah -lo que implica procedimientos nuevos sobre su cuerpo- y asumir una posición más restrictiva, quizás más propia de una maternidad tradicional, para evitar que Noah tome una decisión de la que pueda arrepentirse.

  

Ante todo, Ruiz reconoce que Noah, a pesar de todo, todavía no tiene claro su futuro. La búsqueda de una identidad propia y un género individual —en oposición al género impuesto— parece persuadirnos de su complejidad y, por tanto, que su “cierre” podría nunca darse. Noah no pasa por un proceso lineal: se identifica como masculino, luego no binario y luego decide asumir (quizás consumar) su género a través de un procedimiento médico y demás adaptaciones corporales. En el rostro de Noah se perciben distintas emociones: la felicidad casi ingenua al anunciar su transición, las mordidas de labio que evocan la confusión frente a los cambios, la mirada gacha frente a la gelidez e impersonalidad de la cámara. Mientras más tomas, más fácil es componer el puzle, pero, a la vez, más difícil es definir (al menos escuetamente) la perspectiva de Noah ante lo que le sucede.

La alegoría en el film proviene del arte. Noah construye un mundo paralelo a través del dibujo y la pintura, como indagando en la ficción de distintos cuerpos que bien podrían ser el suyo. Ruiz filma en primer plano las obras de Noah, con diferentes significados. Así como los trabajos de Noah, su identidad puede concebirse como un dibujo sin terminar y que no tiene por qué terminarse: siempre pueden añadirse capas de color y nuevas formas. Por otro lado, el escapismo que permiten estos dibujos (que sueñan con otro mundo) demuestran que el cine de no ficción -en sus evidentes limitaciones- necesita de la fantasía.

  

Al final, Ruiz y Noah parecen llegar a un acuerdo: Noah se someterá al procedimiento y, en el epílogo, parece responder bastante bien a este.  Por supuesto, este film debe terminar aquí cuando Noah comienza una nueva odisea mucho más propia, mucho más individual y que, a diferencia de la anterior, no tiene a Ruiz como coprotagonista. En ese caso, al ser un viaje solitario (y mucho más personal), no debería ser filmado. Sabemos que, por todo lo que ha delineado Ruiz a lo largo del film, su transición será un proceso inconcluso y combativo, al menos en Brasil. Eso no es necesariamente fatalista. Aquí la principal reflexión en torno a la memoria: Limiar hace que los años no se sientan como años, que la transición no sea lineal ni definitiva, pero, en su evocación de pasado y presente, establece un continuo de experiencias que, reunidas todas en el montaje, celebran la liminalidad por lo que es. Noah puede que siempre se siga buscando, que siempre recuerde (y en conflicto) quien era, y lo contraste con quien es. Pero eso parece estar bien. El viaje es bueno en sí mismo.

Puntuación: 5 / Votos: 1

Acerca del autor

Anselmi

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