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¿Fujimori nunca más? Los problemas para una verdadera renovación del fujimorismo

También publicado en nuestro blog Cuestiones de la Polis de La Mula.

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Guste o no, el fujimorismo representa políticamente a un importante sector del país, aproximadamente entre un cuarto y un tercio del electorado. Es por tanto, un actor político relevante en la vida política nacional y, en cada proceso electoral, ha ido avanzando posiciones sostenidamente. De hecho, es el movimiento que más se ha esforzado en los últimos años por convertirse en una fuerza política organizada, siendo a la fecha, posiblemente, la organización política más orgánica o, mejor dicho, menos inorgánica que existe en el Perú.

Sin embargo, debido a lo nefasto que en muchos aspectos fue el gobierno autoritario de Fujimori padre, el fujimorismo es al mismo tiempo la corriente política más resistida por otro sector muy importante de ciudadanos, aproximadamente entre un tercio y la mitad del electorado. Este sector antifujimorista es mucho más diverso y disperso, no está institucionalizado en una fuerza política, pero tiene una gran capacidad de movilización ciudadana y es decisivo en los resultados electorales.

Como comentario adicional, personalmente considero que la férrea oposición contra el fujimorismo por parte de los sectores antifujimoristas ha sido uno de los factores que, paradójicamente, contribuyó a su fortalecimiento. Al respecto, en nuestro artículo “Steve Levitsky sobre los partidos políticos en Perú (III): ¿El fujimorismo se puede consolidar como partido?” (19/mar/2012), señalamos lo siguiente:

[Según Levitsky] las denuncias, investigaciones y procesos judiciales (sobre todo, el juicio a Fujimori) que surgieron con la transición democrática, fueron asumidas por los fujimoristas como una persecución política. Entonces, la defensa de Fujimori se convirtió en una lucha política, que a la larga fortaleció al movimiento, dotándola de una militancia, de una ideología y de una mística; logrando que una fuerza que había sido derrotada, desprestigiada y fragmentada, resucite con una identidad colectiva más fuerte. (…)

A mi juicio, la lectura de Levitsky sobre la situación del fujimorismo es básicamente correcta; aunque con algunas precisiones. Lo que hubo contra el fujimorismo no fue una persecución política, sino una legítima judicialización, juzgamiento y condena por delitos y crímenes cometidos por diversos agentes del gobierno de Fujimori debidamente individualizados; lo que a veces resulta inusual en procesos de transición a la democracia, en que los autócratas que ceden el poder suelen pactar o asegurarse diversas formas de impunidad para ellos y sus huestes.

Sin embargo, al margen que las condenas impuestas por el Poder Judicial hayan sido justas y legítimas, los fujimoristas fueron hábiles en victimizarse y lograr presentar los procesos judiciales como evidencia de una persecución política que en verdad nunca existió. Asimismo, sin quererlo ni desearlo, la férrea posición crítica contra el fujimorismo de diversos sectores sociales (organismos de DDHH, organizaciones de la sociedad civil, movimientos, opinión pública, “partidos” y ciudadanos en general, que en su momento constituyeron la Oposición Democrática al fujimorato), contribuyó a una polarización fujimorismo – antifujimorismo, que subsiste hasta ahora. Esto generó el contexto de conflicto e historia de lucha política necesario para que el fujimorismo se fortalezca, y genere una identidad colectiva, una militancia y una base social.

La polarización entre ambos sectores del país es muy profunda y, ciertamente, es uno de los factores que dificulta una deseable reconciliación nacional tras las aciagas décadas de los ochenta y noventa. Por ello, en la perspectiva de que en algún momento se logre esa reconciliación y, con ello, tengamos un país políticamente más integrado, es necesario que en algún momento podamos superarla.

Keiko Fujimori

En ese sentido, “Fujimori nunca más”, la potente consigna de los sectores antifujimoristas, en algún momento debiera dejar de ser el leitmotiv que moviliza a millones de peruanos. Esa frase, aunque tiene suficientes y legítimas justificaciones y fundamentos, implica también cuestionar el derecho de participación política a un importante sector del país, el sector fujimorista. Ello pasa, sin embargo, porque el fujimorismo de verdad se renueve, que de verdad deslinde con su pasado autoritario y corrupto y se transforme así en una fuerza política genuinamente comprometida con la democracia. ¿Está dispuesta Keiko Fujimori a realizar esa renovación? ¿Le es posible hacerlo?

Martín Tanaka, en su columna de La República de hace algunos días (“El fujimorismo con Keiko”, 29/MAY/2016), señala lo siguiente:

¿Qué es el fujimorismo hoy? En un extremo, no habría nada nuevo, y seguiría siendo un movimiento autoritario, antipolítico, marcado por una lógica de imposición, manipulación, violencia, corrupción. Los supuestos signos de renovación lanzados por Keiko F. no serían más que una calculada hipocresía. En el otro extremo, se afirma que Keiko no es su padre, que ha encabezado una importante renovación del fujimorismo, y que el carácter pragmático de este hace que no esté atado de antemano a ninguna línea de conducta. Así, el interés de Keiko estaría más bien en “limpiar” el apellido, que encabezaría un gobierno de base ancha, guiado por la generación de consensos amplios, y siendo implacable con la corrupción.

Tratando de responder esa pregunta, según Tanaka libre de simpatías y antipatías, el destacado politólogo considera útil mirar la trayectoria de Keiko y del fujimorismo en los últimos años. A partir de esa mirada, el propio Tanaka cree que:

(…) a Keiko le interesa erigirse en la líder indiscutida de su partido, y en esa línea, implementar la conversión del fujimorismo en un partido democrático de centro derecha con tintes populistas. Pero le costará mucho, no solo por las resistencias que genera en la sociedad, acaso sobre todo por el acoso de sus propios socios, tanto antiguos como nuevos. En esos tiras y aflojas definirá su identidad y futuro político.

Por mi parte, precisamente a partir de la misma trayectoria del fujimorismo y de la propia Keiko y, sobre todo, a partir de su desempeño en la presente campaña electoral, no puedo arribar a la misma creencia. Sí coincido en que a Keiko le interesa erigirse en la líder indiscutida del fujimorismo, como en su momento lo fue su padre; pero de lo que tengo serias dudas es que le interese convertir al fujimorismo en un partido democrático; o, en todo caso, de que tenga la capacidad política de hacerlo.

Todas las evidencias, algunas de las cuales ya reseñamos en otro post (“El ‘fujimorismo renovado’ no existe”, 23/MAY/2016), demuestran más bien que el fujimorismo de Keiko mantiene muchos de los mismos vicios del que lideró su padre; que el pretendido “fujimorismo renovado”, que ella trató de presentar desde su exposición en Harvard, no existe. El cúmulo de hechos relacionados con su entorno más íntimo y con su propia actuación política así lo demuestra. Como señalamos en dicho post:

(…) se ha hecho evidente hasta para el más despistado que ese discurso fueron solo palabras que ya el viento se llevó. Y ello no solo porque ha abandonado su discurso “caviar” de respaldo a la unión civil, al aborto terapéutico o a la CVR, sino, sobre todo, por la cantidad de personajes sumamente cuestionados de los que se ha rodeado y con quienes no ha deslindado. Destacan al respecto sus entrañables vinculaciones con Joaquín Ramírez, un oscuro personaje cuya fortuna es inexplicable, generando muy fundadas sospechas de que es un operador del narcotráfico en la política.

La importancia que tiene el oscuro personaje en el cogollo del fujimorismo, la cerrada defensa que de él han hecho todos sus principales voceros, incluyendo la propia Keiko Fujimori, repiten casi como un calco la defensa que hacía el fujimorismo albertista del siniestro Vladimiro Montesinos.Todo hace indicar, entonces, que el fujimorismo de hoy, pretendidamente renovado, es el fujimorismo corrupto de siempre.

Y es precisamente ese entorno íntimo y su incapacidad de deslindar del mismo lo que nos hace sospechar que, incluso en el caso que de verdad quisiera, Keiko no puede convertir al fujimorismo en algo diferente de lo que fue y sigue siendo: una fuerza política corrupta y autoritaria.

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