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Estrategia y táctica en la lucha por la unión civil

 

“Conmigo o contra mí”

¡Qué difícil es mantener la ecuanimidad, la ponderación y el equilibrio en un tema como la propuesta de establecer la unión civil para las personas del mismo sexo! Lo que más bien cunde es la extrema polarización e intolerancia sobre este particular, que lleva a que quienes no vemos las cosas en los extremos blanco o negro, sino con los matices propios de la complejidad que es la vida misma, terminemos siendo cuestionados por ambos bandos, al punto que para unos terminas siendo casi tan homofóbico como el cardenal de Lima y para otros casi tan inmoral como se supone sería un típico vecino de Sodoma o Gomorra.

Como bien señala el mulero Daso: “Todo comienza con la polarización. Estamos en un punto donde o estás completamente de acuerdo con un bando o perteneces al otro. ¿No podemos haber personas parcialmente de acuerdo?

Esta situación ya la había señalado antes, cuando hice notar el cargamontón que sufrió el dirigente izquierdista Marco Arana, quien luego que el congresista Carlos Bruce presentó su proyecto de ley sobre la “unión civil no matrimonial para personas del mismo sexo”, y demostrando un gran sentido de oportunidad política, expresó con meridiana claridad su postura a favor del derecho de las personas homosexuales a unirse civilmente, catalogándolo como algo fundamental, aunque –¡horror de horrores! – haciendo la atingencia sobre la necesidad de debatir si a esa unión civil (que tendría prácticamente todas las consecuencias jurídicas de un matrimonio) habría que denominarla “matrimonio” o no.

¡Para qué lo hizo! Arana recibió tan furibundos ataques de ciudadanos ubicados a la izquierda del espectro político que parecía que Arana era tan enemigo de la causa LGTB como el propio Cipriani. Es decir, lo que en una coyuntura determinada y concreta era una manera estratégica de sumarse a una causa que implica un gran avance en el reconocimiento de derechos de las personas LGTB, fue paradójicamente asumido como una traición.

Actitudes fundamentalistas e intolerantes como esa poco ayudan a una causa legítima como la unión civil y demuestran la subsistencia de un viejo vicio de cierta izquierda, ya diagnosticada por Lenin hace casi un siglo: la “enfermedad infantil del izquierdismo”, caracterizado por el dogmatismo que no acepta más que un camino recto, por la incapacidad de actuar con estrategia y flexibilidad táctica, por la inmadurez política, siendo sus síntomas las actitudes ultraizquierdistas y maximalistas.

Aparentemente, esos que casi condenaron a la hoguera a Marco Arana, se han percatado de su error estratégico (asumo que no es por inconsecuencia) y ahora apoyan con entusiasmo el proyecto de la unión civil. Ciertamente, lo estratégico es no insistir en llamar a dicho contrato “matrimonio”, ya que, como he sostenido antes, el empecinamiento en denominarla así generaría que muchos sectores que podrían apoyar esta justa reivindicación, terminen oponiéndose a la misma. Aunque no es algo totalmente seguro, es mucho más probable, viable y realista que se apruebe una ley de unión civil, que una de matrimonio igualitario.

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Matrimonios y algo más. A propósito de la polémica generada por la “Ley Bruce”

Publicado en la web de noticias Spacio Libre (18 de setiembre de 2013)

La presentación del Proyecto de Ley N.° 2647/2013-CR que plantea establecer la “unión civil no matrimonial para personas del mismo sexo”, realizada la semana pasada por el congresista Carlos Bruce, como era de esperarse, motivó la iracunda reacción de los sectores más conservadores de nuestra sociedad.

La iniciativa legislativa, en esencia, propone otorgar a las parejas homosexuales diversos derechos hasta ahora reservados exclusivamente a los parejas heterosexuales casadas o cuya unión de hecho (concubinato) haya sido reconocida: herencia, seguridad social, pensiones, entre otros. Sin embargo, de manera expresa precisa que no se trata de un contrato matrimonial.

El cardenal Juan Luis Cipriani fue de los primeros en disparar contra el proyecto de ley y, de pasadita, contra su autor (al pretender descalificarlo insinuando su supuesta homosexualidad, lo que resulta una falacia ad hominen que uno no esperaría del alto jerarca de la Iglesia), utilizando para ello la privilegiada tribuna (o trinchera) que tiene en su programa Diálogo de Fe de RPP.

Sobre la iniciativa manifestó que “es parte de una vieja estrategia que ya se ha dado en países como España, Italia y Francia, en que se empieza poniendo el zapato en la puerta con esta ley, y se acaba pidiendo el matrimonio entre los homosexuales”.

Suponemos que en un esfuerzo de tolerancia, el cardenal manifestó que “quien quiera tener su relación tiene el derecho civil para realizar contratos”. Sin embargo, precisó, “no es necesario hacer una caricatura del matrimonio para luego destrozarlo”.

Al respecto, me sumo a quienes aclaran que esta no es una discusión religiosa; que acá nadie está hablando del sacramento del matrimonio. Se trata de una discusión jurídica, de derechos civiles, de contratos legales, y las consideraciones de orden moral basadas en la fe o en dogmas religiosos deberían estar de lado.

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