El electorado no es tarado

En un artículo de 2008: “La ‘oferta política’ en el Perú. A propósito del debate sobre la reforma política” (Cuestiones de la Polis, 08.06.2008) respecto de la crisis del sistema político en nuestro país, señalé que el principal problema en el Perú no está en el electorado (los “consumidores” o “demandantes” de la oferta política) sino en los partidos (los generadores de la “oferta política”).

Esa precisión me pareció en ese momento oportuna, frente a cierto “sentido común” impuesto por algunos sectores de la opinión pública que insistían en “que ‘los peruanos no sabemos votar’ —de allí que, según esta postura, a fines de los 80 hayamos votado por un perfecto desconocido como Fujimori y que en las pasadas elecciones casi haya ganado Ollanta Humala, considerado por algunos como un ‘antisistema’— o que ‘no tenemos memoria histórica’ —amnesia que hace que elijamos a políticos que se supone estaban muertos políticamente por haber realizado lamentables gestiones cuando tuvieron la oportunidad—, lo que explicaría la pésima calidad de nuestros representantes.” Entonces señalé que esa postura era interesada y falsa. Sobre eso volveré más adelante.

Antes, Alberto Vergara, en su ensayo “Ni amnésicos ni irracionales. Las elecciones peruanas de 2006 en perspectiva histórica” (2007), como el nombre del texto lo indica, empezó a cuestionar la idea de que el electorado peruano “no tiene memoria” o es irracional; y a señalar que el problema de los electores es la pobre oferta política.

Steve Levitsky, en su reciente artículo “Elecciones y Tarados” (La República, 05.08.2014), cuyo contenido suscribo en lo fundamental, afirma algo que en una sociedad democrático liberal debería ser obvio: que el elector no es estúpido (“Ni en Cajamarca ni en San Juan de Lurigancho. Ni siquiera en San Isidro”). No obstante, como denuncia Levitsky, “lamentar la ‘ignorancia’, la ‘falta de memoria’ y hasta la estupidez del electorado peruano se ha vuelto una práctica común.” Pero resulta que no solo Aldo Mariátegui, con su concepto del “electarado” que esgrime cada vez que se elige a alguien que a él no le gusta, es cultor de esa práctica. Ese mismo desprecio hacia el electorado peruano se ha convertido en práctica corriente de muchos progresistas respecto de quienes votan por candidatos que “roban pero hacen obras”.

En ese sentido, Levitsky concuerda con Carlos Meléndez en que el votante peruano no es ni irracional ni estúpido. “La gente —concluye Levitsky— vota por muchas razones, basado en diversas identidades, intereses, y expectativas. Podemos no compartir las preferencias del electorado en Cajamarca, Puno, o San Isidro, pero negar la legitimidad de estas preferencias choca con los principios básicos de la democracia.

En esa misma línea, en su artículo “De predicadores e indios remisos” (El Montonero. 07.10.2014), Jorge Nieto Montesinos, quien creía que la teoría del electarado, esa interpretación simplona del sentido del voto de la gente, estaba sepultada, señala que lo que parecía superado ha resurgido por vías inusitadas, refiriéndose al hecho que un sector de las elites criollas progresistas ha decretado la “irracionalidad” del voto mayoritario en Lima, para “explicar” porqué la gente no vota como se supone que “debe” votar. Para ello, dicha élite ha acudido a explicaciones psicoanalíticas (racionalidad disminuida), sociológicas (informalidad e ilegalidad), de moral pública (tolerancia a la corrupción), o de simple estética (“son impresentables”).

Acusando el golpe de estas posturas que llaman la atención sobre lo poco liberal y nada democrático (Augusto Álvarez Rodrich dixit) que es ir descalificando y despreciando a los ciudadanos cuyo voto no es el que “debería ser”, el escritor Gustavo Faverón ha publicado el siguiente post en su cuenta de Facebook (07.10.2014):

“¿Qué cosa hace que los limeños elijan alcalde a Castañeda? Lo mismo que hace que conviertan al Trome en el diario más leído, a la Paisana Jacinta en un personaje popular, a Esto es guerra en un éxito televisivo, a Kenji Fujimori en nuestro congresista más votado, a Beto Ortiz o Magaly Medina en líderes de opinión, y a dos docenas de expresidiarios en los personajes más simpáticos de nuestra farándula. Vendrán los politólogos a decir que no es ni estupidez ni ignorancia ni nada de eso, sino que todo responde a una racionalidad diferente que uno no comprende porque está divorciado de las masas. El problema de los que dicen eso es que su racionalidad es deficitaria y la ejercen como una fe y no como una ciencia (y además no han comprendido lo obvio: que la lumpenización de la sociedad peruana se da simultáneamente en todas las clases sociales). Nadie dice que no haya explicaciones racionales para el hecho de que los peruanos prefiramos la basura diariamente; pero en esas explicaciones deben incluirse, de manera central, la ignorancia, la idiotez, la vacuidad, la aceptación pasiva y activa de la criminalidad y la concepción de la cosa pública como un botín. Si en vez de eso se evocan “racionalidades que no entendemos”, entonces no se está haciendo análisis político sino magia, y de la mala.”

Veamos, en su intento de negar y descalificar lo que algunos venimos advirtiendo, Faverón se reafirma e insiste en explicar que el voto que a él no le gusta ha ocurrido debido a la estupidez e ignorancia de la gente, a la lumpenización de la sociedad peruana, a la ignorancia, a la idiotez, a la vacuidad, a la aceptación pasiva y activa de la criminalidad y a la concepción de la cosa pública como botín. Habría que ver si el enfurecido Faverón opinaba igual cuando esos mismos electores (los limeños) votaron por la actual gestión de Lima Metropolitana, hace cuatro años, o la salvaron de la revocatoria, hace solo año y medio. Apostamos que no.

Otro que ha acusado el golpe es Daniel Salas, quien en su artículo “La falacia del elector racional” (Dedomedio.com, 06.10.2014), aludiendo a Levitsky y Meléndez, señala que es curioso que mentes progresistas, que reconocen que el mercado tiene fallas y puede producir resultados subóptimos, respondan que, “en el análisis político, se debe omitir todo juicio sobre las racionalidades de los electores.” Aunque Salas se cuida de calificar de “irracionales”, “estúpidas” o “taradas” a las preferencias electorales que no le gustan, expresamente declara que no puede admitir que tales preferencias sean legítimas. Para Salas es racional y moralmente ilegítimo votar por quien “roba pero hace obra” porque es premiar la corrupción y porque, además, esa autoridad elegida será un pésimo gestor.

Salas admite que “es cierto que la gente no es estúpida pero sí puede estar tremendamente desinformada, sí puede estar saturada de prejuicios y sí puede, fácilmente, renunciar al razonamiento moral.” Finalmente, concluye señalando que “es demasiado simple repetir el mantra de toda elección es racional para quedarse estacionado en esa posición, sin atreverse a dar el salto hacia una crítica que revele los medios de poder y de construcción ideológica que propician las elecciones erradas y, a fin de cuentas, la erosión de valores tan elementales para una sociedad como son la honradez y la solidaridad.

Contrariamente a lo que cree Salas, no hay nada más simple y cómodo que culpar a los electores, a su supuesta ignorancia, idiotez, desinformación o carencia de juicio moral, por los resultados electorales que se consideran negativos. Y no hay nada más clasista que hacerlo a partir de una poco disimulada autopercepción de superioridad intelectual, cultural y moral. Y no hay nada más antidemocrático que considerar ilegítimas las opciones que no nos gustan.

Sobre lo último, como advierte Levitsky, despreciar al electorado es poco democrático. Implica que algunos ciudadanos (casi siempre, de menores ingresos) no son competentes para votar (el argumento utilizado en siglos pasados para justificar las restricciones al sufragio). Además, es poco liberal, ya que niega que siempre existirán diversos intereses y opiniones, y que estas diferencias son legítimas. “Puedo no compartir las preferencias electorales de un conservador de Texas, pero al llamarlo tarado estoy diciendo que hay una opción electoral objetivamente ‘correcta’ (la mía), y que la de mi compatriota no es legítima.”

De otro lado, como muy bien señala Nieto Montesinos, atribuirle a la gente una racionalidad menor, o una irracionalidad a secas, o una racionalidad corrupta, por no haber votado mayoritariamente como se supone “debe” votar, es no entender lo que ha pasado; y, sobre todo, es “no querer entender lo que han hecho —quienes así piensan— para que eso pase. Es cómodo. Evita la crítica. Evita el balance. Evita la razón.” Nieto Montesinos concluye con un llamado de atención a esa élite criolla progresista, de la que al parecer él se siente o se sentía parte: “Si no entendemos las racionalidades que informan el voto que no nos gusta, seguiremos actuando como portadores de una civilización superior. Iniciando campañas de evangelización —operación política rentada—, o campañas de extirpación de idolatrías —perros del hortelano incluidos—, para tanto indio remiso que anda por allí votando a su libre albedrío. ¿No sería mejor asumir que somos iguales y empezar por el elemental respeto de escucharnos y entendernos?

En efecto, de la postura de culpar a los electores por su presunto voto ilegítimo no se deriva ningún lineamiento de acción política concreta y, a lo más, a algunos les sirve como catarsis y para reafirmarse en su supuesta superioridad intelectual, cultural y moral. Lo que es peor, desvía la atención del verdadero problema: la lamentable situación y desinstitucionalización extrema de los partidos políticos, que son quienes generan la oferta política, los que proponen a los candidatos en los procesos electorales. Al respecto, en nuestro artículo de 2008 señalábamos lo siguiente:

A mí me parece que tales ideas [culpar a los electores por la mala calidad de la representación política] son interesadas y falsas. Son interesadas porque lo que pretenden es trasladar la responsabilidad por la pésima calidad de nuestra clase política a los ciudadanos o electores; como si los miembros de esa clase política (partidos, parlamentarios y gobernantes en general) no tuvieran nada que ver con su lamentable performance y, más bien, como si toda la culpa la tuvieran esos ‘peruanos ignorantes’ que, ‘arriados como mulas por el voto obligatorio’, no saben votar, no ejercen un ‘voto informado’ y deciden su voto a último momento o en la cola. Y son falsas porque lo evidente, por el contrario, es que el problema de la mala calidad de nuestros políticos está en los propios políticos, por lo que, finalmente, los peruanos no tenemos por quién votar, ya que los ‘partidos’ compiten por ser uno peor que el otro, y terminamos votando por el ‘menos peor’ o el ‘mal menor’.

Utilizando una metáfora económica, los peruanos vamos al mercado a comprar papas (que, en nuestra metáfora, constituyen nuestro alimento fundamental, como el arroz para los chinos), pero todas las que encontramos están malogradas, pasadas, podridas o con gusanos; pero como de todos modos tenemos que comprar papas, escogemos las que parecen menos malas. Siendo así, la solución al problema de nuestro ‘mercado político’ no está en que los peruanos aprendamos a escoger mejores papas, sino en que lleguen al mercado papas de mejor calidad. Es decir, el problema no está en la ‘demanda política’, ni en los ‘consumidores políticos’ (los ciudadanos en tanto electores), sino en la ‘oferta política’, es decir, en los partidos políticos en tanto generadores de propuestas políticas y en tanto maquinarias que permiten el acceso a los puestos de poder político de cierto tipo de candidatos.

El miembro de la élite criolla progresista que denosta de los electores que no votan como “deben” me retrucará diciendo que su candidata era una mejor papa que la que finalmente salió elegida. Quizá, pero lo que a él le parece obvio no lo fue para la mayoría de electores. Si no obtuvo el favor de los electores en las urnas no fue porque el electorado sea tarado o corrupto, sino porque, por sus propios errores y mal desempeño, en esta oportunidad no supo llegar a la mayoría de ciudadanos.

Por eso, como recomienda Levitsky, en vez de denigrar a los ciudadanos cuyo comportamiento electoral no se entiende, sería mejor tratar de entenderlos. Desde el lado de la derecha, en vez de contentarse con la floja explicación aldomariateguista (el “electarado”), se debería estudiar por qué un sector del electorado en el interior sigue votando por candidatos radicales antisistema.

Y si la izquierda quiere volver a ser viable en el Perú, como sigue recomendando Levitsky, debería estudiar por qué los sectores populares urbanos la abandonaron y por qué votan, a veces masivamente, por el fujimorismo o por Castañeda. Explicaciones como “el clientelismo de Fujimori” o una cultura de “robo pero hace” no bastan. A ello añadimos que explicaciones a lo Faverón, de que el elector es estúpido o ignorante o que acepta la criminalidad, o que la sociedad peruana se ha lumpenizado; o a lo Salas, de que su voto es racional y moralmente ilegítimo, ayudan mucho menos.

A lo anotado por Levitsky hay que añadir otra cuestión, esta vez concerniente a todos los actores políticos, independientemente de su ubicación en el espectro político: la principal agenda política para el Perú, la más urgente, importante e ineludible, es trabajar en la institucionalización de un sistema de partidos políticos digno de tal nombre, conformado por partidos que de verdad cumplan con los roles que deberían cumplir en la sociedad; roles que hace décadas dejaron de cumplir. Sobre esto volveremos en otros apuntes.

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Comentarios

  1. Gustavo Faverón escribió:

    Las campañas sucesivas de sabotaje a la educación, y las campañas sucesivas de desinformación, y el estado paupérrimo de una prensa que nunca ha dejado su rol demonizador desde principios de los noventa, tienen consecuencias reales. Si alguien cree que el estado de nuestra educación, el hecho de ser el país menos lector de Hispanoamérica, el hecho de tener los niveles más bajos de comprensión de lectura en la región y el sistema escolar y universitario más patéticos de nuestra historia, sumados al hecho de la creciente aceptación de la criminalidad y la rampante lumpenización de la clase política son simplemente datos irrelevantes que no influyen en el comportamiento político de los peruanos, entonces no tiene posibilidad alguna de entender ese comportamiento. Nadie, incluyendo al autor de esta nota, ha hecho el menor esfuerzo por explicar lo más elemental: por qué las alternativas preferidas en Lima y muchas regiones son las que están asociadas directamente con la criminalidad. Por qué votar por delincuentes, incluso por los que además de ser delincuentes son altamente ineficientes, es la opción más recurrida. Los sociólogos brasileños y de muchos otros lugares del mundo hace tiempo incorporaron en sus estudios políticos la idea, simple, de que la concepción del estado como botín relega los factores ideológicos a segundo plano y, en la medida en que empieza a ser compartida más allá de la clase política, por el pueblo mismo, en todas las clases sociales, se vuelve el factor determinante. En el Perú, sin embargo, se niegan a aceptar esa verdad transparente e insisten en analizar el comportamiento político de criminales como si los moviera un discurso ideológico o un objetivo político, y no el botín estatal. Así no van a llegar a ninguna comprensión de nada.

  2. Julio Alvarez escribió:

    Más de un año después de escrito este artículo, invito al autor a explicar racionalmente y sin las referencias morales que no le agradan, por qué un candidato como Acuña que embarazó a una adolescente de 16 años, no sólo no baja sino que sube en las encuestas.

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