Democracia y procesos electorales. Lecciones desde la experiencia mexicana

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El 10 de marzo pasado, se me dio la oportunidad de ser el conferencista de la sesión inaugural del ciclo de conferencias DIÁLOGO ELECTORAL 2010, organizado por la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), para tratar el tema “Democracia y procesos electorales”.

Mi presentación tuvo dos partes. En un primer momento diserté, a partir de la experiencia mexicana, sobre la relación entre democracia y elecciones; en la segunda parte traté sobre los procesos electorales que se vienen realizando el nuestro país entre 2010 y 2011.

Seguidamente, presento el video de la referida primera parte; así como la transcripción de mi disertación.

Refiero que México, antes de constituirse en una democracia auténtica, era un dolor de cabeza para los estudiosos. Si bien, luego de la revolución mexicana, se conformó un régimen formalmente democrático, que contaba con las instituciones propias de la democracia como la separación de poderes o las elecciones; en realidad no cumplía con las características fundamentales del sistema democrático. Por ello, nuestro escritor Mario Vargas Llosa se refería al régimen político mexicano como la dictadura perfecta, ya que parecía una democracia, pero en verdad era una autocracia.

Esto tenía que ver con la instauración de un sistema al que se denominó “régimen de partido hegemónico”; vale decir con el dominio total del sistema político que logró tener un solo partido: el Partido Revolucionario Institucional (el PRI), que controlaba todos los espacios de poder, el Parlamento, los gobiernos estatales de la Federación. Había elecciones, pero nunca ganaban los partidos de oposición. Incluso algunos partidos que se presentaban a las elecciones eran promovidos por el propio PRI. Esta situación empieza a cambiar a partir de 1977, en que se inicia la denominada “transición política”, que es un proceso que nos ayuda a explicar la relación entre democracia y procesos electorales.

En el antiguo régimen mexicano había elecciones, pero estas no eran justas, transparentes ni competitivas. Era imposible, o casi, que gane cualquier opción alternativa al PRI. En todo caso, los partidos de oposición tenían espacios de poder muy pequeños; y básicamente servían para justificar el sistema; para que se pueda decir que “hay democracia porque hay elecciones“.

Los cambios empiezan cuando, gradualmente y a lo largo de más de una década, ocurre un conjunto de reformas a nivel de la legislación electoral que permiten una participación más real. Pero este proceso se consolida con un actor fundamental: la Organización Electoral (los organismos electorales).

José Woldenberg

Antes de la reforma, las elecciones eran organizadas por la Secretaría de Gobierno (que es algo así como nuestra Presidencia del Consejo de Ministros), es decir, por el Poder Ejecutivo. No eran, por tanto, elecciones confiables. En tal sentido, un aspecto crucial de la transición pasaba por establecer un árbitro electoral totalmente imparcial. Es así que, por un lado, surge el Instituto Federal Electoral (IFE), una institución equivalente a nuestra ONPE, encargada de organizar los procesos electorales y que era autónomo en su conformación; y, por otro lado, se crea lo que ahora se denomina el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TRIFE), encargado de resolver las controversias electorales, de alguna manera semejante a nuestro Jurado Nacional de Elecciones. Sin estas instituciones la transición política mexicana no hubiera tenido éxito, conformen han sustentado diversos analistas mexicanos.

Parafraseando a José Woldenberg, México tuvo durante muchas décadas la hegemonía de una sola formación política, el PRI, y experimentó un proceso de transición política que se encausó fundamentalmente en la arena electoral, es decir, descartando de plano cualquier alternativa violenta, y que se caracterizó por su gradualidad y progresividad, así como por la constante negociación entre las fuerzas políticas. [José Woldenberg, La construcción de la democracia, México D.F: Plaza y Janes México, 2002, p. 375]

Ahora bien, precisamente, una democracia es superior a cualquier autocracia porque permite la solución civilizada de las controversias políticas, sin apelar a la violencia, al golpe de estado, a la revolución o cambio violento de la sociedad, a través de un mecanismo llamado elecciones.

Pero no basta que haya elecciones, sino que estas deben cumplir determinados estándares: ser limpias y confiables. Sin embargo, los mexicanos no confiaban en las elecciones antes de la reforma, porque sabían que era una pantomima o un montaje. Es recién a partir de la confianza en que se va a respetar la voluntad popular, que los mexicanos empiezan a construir su democracia.

Luego del conjunto de reformas, se transforma el sistema político mexicano. Un régimen pluripartidista y competitivo ha sustituido a un sistema de partido hegemónico. Actualmente se han consolidado tres fuerzas políticas claramente diferenciadas: el viejo PRI, el Partido Acción Nacional (el PAN), que es la derecha mexicana, y el Partido de la Revolución democrática (el PRD), de izquierda, cada uno de los cuales tiene el respaldo, aproximadamente, de un tercio del electorado, y que conforman un sistema de tres partidos en que sí hay competencia; frente al anterior sistema, en que había un PRI hegemónico y varios partidos pequeños que, en realidad, no contaban para nada.

Luis Carlos Ugalde

Otro de los cambios es que el hiper-presidencialismo, el excesivo poder del Ejecutivo se ve disminuido, y los otros poderes del Estado, el Parlamento y el Poder Judicial, adquieren relevancia.

¿Cuál es la realidad política mexicana actual? En palabras de Luis Carlos Ugalde, ahora en México, la autoridad de los gobernantes emana del voto libre y secreto de los ciudadanos; la pluralidad política entre poderes y niveles de gobierno es la regla; el sistema de partidos ahora es competitivo; todos los partidos reciben financiamiento público para organizarse y competir en los comicios; los procedimientos electorales son limpios y confiables; el sistema de justicia electoral es respetado y sus resoluciones acatadas; los candidatos pueden expresar con total libertad sus ideas y plataformas políticas. En suma, la democracia electoral es el único método aceptado por los actores políticos para dirimir sus diferencias y competir por el poder. [Luis Carlos Ugalde, “Nuevos desafíos”, en: 15 años IFE. Viviendo la democracia, México. D.F: Instituto Federal Electoral, 2005, p. 9]

Woldenberg complementa lo manifestado por Ugalde, señalando que ha cambiado y sigue cambiando la naturaleza del poder político en México en un sentido democratizador, porque el régimen electoral permite que el ciudadano de a pie, con su voto, decida quién gobierna. Las elecciones, no la violencia, han demostrado ser la verdadera llave del cambio político en México. [José Woldenberg, Op. Cit., p. 30]

Esta es la experiencia de México, y a partir de la misma les quiero transmitir esta idea: qué tan importante es lo electoral para la democracia. No todos los regímenes políticos que tienen elecciones son democráticos (por ejemplo en Cuba, que es un régimen autocrático por donde se lo mire, hay elecciones); sin embargo, no puede haber un régimen democrático que no tenga elecciones, y elecciones que además tengan determinados estándares.

Así pues, democracia y elecciones están vinculados: no puede haber democracia sin elecciones, aunque puede haber elecciones y no haber democracia.

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ACTUALIZACIÓN (24/set/2010): Copio los enlaces de algunos textos sobre la transición política mexicana:

Jaime Cárdenas Gracia, TRANSICIÓN POLÍTICA Y REFORMA CONSTITUCIONAL EN MÉXICO, México D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México – Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1994.

Ganadores del quinto certamen de ensayo Francisco I. Madero, GOBIERNOS DIVIDIDOS: LA EXPERIENCIA MEXICANA RECIENTE EN LA CONFORMACIÓN PLURIPARTIDISTA DE LOS ÓRGANOS DE GOBIERNO, México D.F.: Instituto Federal Electoral, 2001.

José Woldenberg, “LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA MEXICANA”. (Conferencia de la Universidad Internacional de Florida).

Irving Berlín Villafaña, “TRANSICIÓN POLÍTICA Y VISIBILIDAD COMUNICATIVA. MÉXICO, PROBLEMAS Y REGIONES”, Revista Latina de Comunicación Social, número 59, de enero-junio de 2005, La Laguna (Tenerife).

Juan Manuel Duarte Dávila, LA TRANSICIÓN MEXICANA, EL CAMBIO POLÍTICO EN EL ESTADO DE NUEVO LEÓN, (Tesis de Doctorado), Universitat Autònoma de Barcelona, febrero de 2002.

Antonio Camou, “MÉXICO. UNA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA LARGA Y SINUOSA”, Nueva Sociedad N.° 145, Septiembre-Octubre 1996.

Rodolfo Uribe Iniesta, DIMENSIONES PARA LA DEMOCRACIA. ESPACIO Y CRITERIOS, Cuernavaca, Morelos: Universidad Nacional Autónoma de México – Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, 2006. Especialmente ver el capítulo 1: “LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA”.

Lorenzo Meyer, “LA PROLONGADA TRANSICIÓN MEXICANA: ¿DEL AUTORITARISMO HACIA DONDE?”, Revista de Estudios Políticos (Madrid), No. 74, Octubre-diciembre, 1991, pp. 363-387.

Jorge Cadena Roa (coordinador), TRANSICIONES A LA DEMOCRACIA: VISIONES CRÍTICAS, México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México – Dirección General de Estudios de Posgrado, 2004.

Silvia Gómez Tagle, “MÉXICO: LOS RIESGOS DE LA CONSOLIDACIÓN DEMOCRÁTICA”, Nueva Sociedad, Edición Especial, marzo de 2006.

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Comentarios

  1. Mexico escribió:

    Excelente artículo.

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