En el 2009, en una conferencia en la Universidad d´Estiu de Gandia, la filosofa española Adela Cortina expresó la urgencia de reflexionar sobre las raíces éticas de la democracia y la posibilidad de reforzarla como proyecto de futuro, así como el papel central de la Educación en el diseño de ese proyecto (Las raíces éticas de la democracia, publicaciones de la Universidad de Valencia 2010).
Esta perspectiva no ha sido frecuente en el análisis político de las elecciones presidenciales en el Perú, pero es necesario reconocer que detrás del comportamiento político de los candidatos, y de los ciudadanos, existen valores o principios que movilizan sus prácticas. ¿Qué valores o antivalores han inspirado las acciones de los candidatos y de sus seguidores durante la reciente campaña electoral en el Perú? Queremos examinar aquí especialmente la actuación de la candidata Fujimori, pero antes es importante recordar que estas elecciones han ocurrido en medio de una pandemia que ha provocado que se agudicen muchos males latentes en nuestra sociedad.
La pandemia ha sido particularmente dura entre nosotros. El Perú es el país con mayor número de fallecidos por causa del Covid-19 en proporción a su población. El país más frágil del mundo, el menos capaz de protegerse. El virus ha sumido a todo el mundo en una crisis sanitaria y económica, pero además, como dice el economista Jacques Attali, en una aún más grave crisis política, social, moral e ideológica porque la política se volvió incapaz de asegurar el bienestar de sus ciudadanos y de protegerlos contra la muerte (La economía de la vida, libros del Zorzal 2021). En el Perú, la inmoralidad se expresó de la peor manera: cuando parecía que el gobierno venía haciendo su mayor esfuerzo por combatir el virus, descubrimos que el Presidente, la Ministra de Salud y otros altos funcionarios se habían vacunado a escondidas con las primeras dosis que llegaron al país como parte de los ensayos clínicos de una vacuna China.
Pero esta crisis política no se manifiesta únicamente en la debilidad de algunas autoridades de gobierno para tomar las decisiones correctas. El mismo sistema político falló. En el Perú iniciamos un proceso electoral con 18 candidatos a la Presidencia y 19 partidos al Congreso. Y los dos candidatos que pasaron a la segunda vuelta lo hicieron con los votos del 10,8% (Pedro Castillo) y 7,6% (Keiko Fujimori) del total de electores inscritos (más de 25 millones). Es decir, cuatro de cada cinco votantes no tenían su simpatía.
La crisis política y moral que vivimos en el Perú ha sido atizada en los últimos meses por prácticas antidemocráticas de la candidata Fujimori. Para comenzar, su estrategia de campaña en la segunda vuelta electoral estuvo centrada en infundir miedo a la población, miedo al comunismo. Al respecto, el arzobispo de Lima, Carlos Castillo, ha declarado en una entrevista al diario La Nación de Argentina, el 30 de junio, que no está seguro de la concepción que el profesor Castillo tiene sobre el comunismo y que es una persona mucho menos peligrosa de lo que se dice. El arzobispo precisó que “no es bueno satanizar a una persona con eslóganes, como se hizo con Biden y que hay una desesperación y está azuzada por sectores que quieren que la gente mantenga el mito o la idea o el diablo de un comunismo que no existe, por lo menos, no de la forma que se agita”.
Pero más allá de que esta estrategia haya o no logrado su cometido en ciertos sectores de la población, “manipular emociones -sostiene Cortina- atenta contra el principio básico de la ética moderna, que prescribe no instrumentalizar a las personas y sí empoderarlas para que lleven adelante sus vidas de forma autónoma.” (Ob. cit. p.26). Cortina llama “democracia emotiva” a este procedimiento de manipulación de los sentimientos de los ciudadanos para conseguir sus votos y la considera una forma de conquistar el poder por cualquier medio. En el Perú, esta manipulación ha llegado al extremo de que mucha gente ha renegado de la democracia y ha solicitado abiertamente la intervención militar, propiciando la aparición de expresiones fascistas y respaldando la intención fujimorista de un “golpe lento” al gobierno recién elegido. Esto nos recuerda que sólo uno de cada cuatro latinoamericanos está satisfecho con la democracia (Latinobarómetro 2018) y que, por lo tanto, hay mucho que hacer en materia de educación ciudadana.
Pero para manipular las emociones de los votantes se requiere la ayuda de los medios de comunicación. Y la mayor parte de ellos tomaron partido abiertamente por la candidata Fujimori llegando incluso a desinformar sin escrúpulos, como cuando llevaron a un supuesto experto en criptoanálisis que pretendió demostrar “científicamente” la existencia de fraude y que pocos días después admitió estar equivocado. La intervención directa de la candidata para separar periodistas que no le eran afines (como el caso de la directora de América Noticias y Canal N denunciado por Gustavo Mohme) y la transmisión simultánea en diversos canales de sus mítines en las últimas semanas de campaña, nos recordó lo que hacía Hugo Chávez todas las tardes en Venezuela: hablar en cadena nacional durante 3 ó 4 horas. Sí, las mismas prácticas de ese gobierno populista y autoritario que tanto decían temer.
Y sucede que autoritarismo y populismo fueron los rasgos principales del gobierno de Fujimori en los años 90. Y estos son hechos y no opiniones. Se puede opinar sobre si el Perú puede o no convertirse en un país comunista. Pero existen verdades oficiales que no se pueden negar respecto a Fujimori padre: fue capturado, juzgado, hallado culpable y condenado a prisión, no sólo por corrupción, sino por crímenes de lesa humanidad. Disolvió el Congreso y fue responsable político de prácticas sistemáticas de violaciones a los Derechos Humanos. Durante la campaña, Fujimori hija nunca tomó distancia de Fujimori padre, llamó “programa de planificación familiar” a las esterilizaciones forzadas y ratificó su profundo desprecio por los pobladores rurales cuando dijo, durante el primer debate entre los candidatos en Chota, “he tenido que llegar hasta aquí”, marcando de ese modo una distancia entre Lima y las regiones que, a la larga, haría la diferencia de votación que le dio el triunfo a Castillo.
Y finalmente, Fujimori se negó a reconocer los resultados. Denunció un fraude sin mostrar pruebas -y reconociendo incluso que no las tenía-, acusando falsamente a ciudadanos de diversas regiones de falsificar firmas e impugnando miles de actas de las zonas donde ganó Castillo. Todas las impugnaciones fueron rechazadas por el Jurado Nacional de Elecciones, los observadores internacionales coincidieron en que el proceso electoral fue correcto, Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea felicitaron al sistema electoral peruano por haber realizado elecciones libre y limpias y la OEA, como era previsible, no recibió a sus emisarios que viajaron inútilmente a Estados Unidos a tocar su puerta. Y por si alguien seguía “creyendo” en Fujimori, aparecieron audios de Montesinos desde la cárcel planeando comprar votos de los miembros del Jurado Nacional de Elecciones y así se reveló su conexión con el fiscal Arce (uno de os cuatro miembros del JNE), acusado de estar ligado a los “cuellos blancos”, que estaba maniobrando para dilatar el proceso electoral.
El arzobispo de Lima, en la entrevista mencionada, ha expresado que “en este momento sin duda hay sectores que no quieren que el señor Castillo pueda gobernar. Pero no es legítimo considerar esto si ganó la elección, porque hay una votación que es límpida, que está bien hecha, como han felicitado organismos e instituciones internacionales. Ya quedó demostrado que no hubo fraude”. Y sobre la innecesaria dilatación ha dicho: “de acuerdo al conteo, está claro que Castillo ya ganó. Hay que esperar la proclamación del Jurado Nacional de Elecciones, pero, por razones de tipo subjetivo algunos están retrasándolo, algo que es evidentemente una cosa amoral”. Sin moral: aquellas personas que carecen del sentido de la moral. El arzobispo fue prudente pues las acciones descritas en este breve recuento se aproximan a la inmoralidad.
¿Qué “valores” morales están detrás del comportamiento mostrado por la candidata Fujimori? En realidad se trata de antivalores: manipulación, es decir, trato utilitario de los ciudadanos -como masa acrítica y no como iguales-, mentira y desinformación sistemática, discriminación al otro, al diferente, alta tolerancia a la corrupción e intolerancia frente a las instituciones y las reglas del juego democrático. Todo esto adquiere mayor sentido si recordamos que la señora Fujimori se le sigue un proceso judicial por lavado de activos y está acusada de liderar una organización criminal para delinquir.
¿Esto ha sido un berrinche de una candidata que no sabe perder? ¿Está tratando de evitar ir a la cárcel? No solo eso. Esto ha sido fundamentalmente un ataque contra las instituciones del Estado. Nuestra democracia se ha salvado, por ahora, de ser aniquilada. Hemos tenido la suerte de tener en esta coyuntura representantes inteligentes e íntegros en la dirección de los poderes del Estado, especialmente al Presidente Sagasti.
Pero el plan del fujimorismo no termina con la proclamación de Castillo y tratarán de hacer inviable, por cualquier medio, el nuevo gobierno, tal como ocurrió con el expresidente Kuczynski. Ya han avanzado bastante al sembrar ideas falsas y dudas sobre las instituciones públicas. Aunque han perdido las elecciones han ganado terreno en la lucha simbólica por el poder y es allí donde también hay que actuar.
En ese sentido, Adela Cortina nos propone crear una democracia comunicativa, aquella en que los ciudadanos intentan forjarse una voluntad común en justicia básica, a través del diálogo y la amistad cívica. Parece difícil pensar en amistad cívica en estos momentos de tanta polarización política, pero se trata de una construcción colectiva para el mediano plazo. Y Cortina nos recuerda a Rousseau, cuando hablaba de la “voluntad general”, aquella a la que se llega cuando los ciudadanos piensan en el bien común. Sí, la misma “voluntad general de los pueblos” que pronunciará San Martín hace doscientos años y donde la libertad no sea la idea individualista de “hago lo que yo quiero” que está detrás todo comportamiento antidemocrático, sino una forma de autonomía responsable de una voluntad común.
Por eso la Educación se convierte en central ahora y en el futuro inmediato: “porque es necesario formar ciudadanos autónomos y solidarios -dice Cortina-, capaces de formarse un juicio sobre lo justo, preocupados por descubrir junto con sus conciudadanos qué es lo justo, empeñados en la tarea de ponerlo por obra en la vida cotidiana.” Contra la desinformación y la manipulación política necesitamos desarrollar habilidades socioemocionales en niños, niñas y jóvenes que los hagan, críticos, autónomos, dialogantes, respetuosos de la diversidad social y cultural, íntegros y solidarios. Y tenemos que poner el mayor esfuerzo en esta tarea.