You walk away

Foto tomada de Flickr de Brad Sloan

 

Mis palabras hablan de mi pobreza y de mi desnudez. No cuento aún con hipótesis de investigación para ofrecerte. Mis manos tiemblan mientras te espero.

Me encomendaron buscarte, sin saber quién eres, quiénes son, en el momento justo cuando las aristas de mi entorno se esfumaron y me quedó sólo opacidad. Cuando menos ‘yo’ me sentía, y más ‘yo’ emergía, dijeron ahí:

“Hoy los ves. Trae esa joya”

Y me imaginé como Scherezade nuevamente. Es una estación recurrente en mi vida. Toda su vida y su misión dependen de su memoria, imaginación, de cómo las huellas de sus historias puedan atraer al Califa. ¿Podría hacerlo yo?

Guardo secretamente la fe de que los encuentros con los discretos maestros del oriente siempre se dan. Momentos aparentemente fortuitos encuentran su inacabado sentido en el espejo de la Historia.

Creencia errada o acertada, las encarnaciones de estos maestros siempre se han dado en los cuerpos de los que tienen cabellos blancos, mirada profunda e infinitas arrugas. ¿La vida los hizo maestros o nacieron así?

Con ella pasó lo mismo. La vi mientras venía caminando en dirección a mi. Su andar pausado y sus joyas turquesas, que hacían juego con sus ojos, me atrajeron por la belleza. No fue sino hasta dos días después que me senté a su lado en la cena.

¿Cómo corroboré que ella era una maestra y que había vivido y amado mucho? No lo sé. Lo sentí solamente.

Una sonrisa sincera es la promesa de la amabilidad futura. De un saber sincero y humilde envuelto en amor.

Ya no busco escribir como Nélida. Quisiera escribir como quien fui. Podría estar aquí esperando al maestro escondido, con el corazón henchido de emoción… Como aquella vez que me tocó pelear en batalla honorable con el maestro Lee: fui golpeada infinitas veces por alguien a quien admiraba. Y fui feliz.

Así me encuentro ahorita, esperando al beduino que me dará la joya sin que se lo pida. Su edad es el primer tamiz que paso para decir que no es maestro… Pero me puedo equivocar.

“La vida, para los corazones insobornables, siempre estuvo pendiente de un hilo”

Me quedé perdiéndome en sus pupilas infinitas – como en los tiempos de Sergio –. Alguna vez escuche decir que el tamaño de las pupilas denotaba lo mucho que el alma había vivido y amado. ¿Será cierto que los maestros tienen las pupilas infinitas?

Tus pupilas eran infinitas cuando me mirabas. Quizás me escuchabas demasiado. Quizás yo huí demasiado rápido.

Pero el Califa no es un Maestro. Y el beduino tampoco lo es. Recuérdalo.

Y trae la joya.

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