La Dolce Vita

Imagen tomada de aquí

Fue salvífico. Luego de que me miraste con tus ojos cafés de oso protector, tomé conciencia de lo bonito que brillabas cuando el sol te iluminaba suavemente, como esas tardes magníficas que alumbran con pedacitos de luces de colores y que saben a pan con mantequilla y leche con milo. No sé por qué se me ocurrió preguntarte qué parte de mi cuerpo te gustaba.Y te hice sonrojar. Y tu sonrojo me hizo sonrojar. Y mi lagrimita te comenzó a saludar quedita, tímida la muy inoportuna. “Pues nunca lo había pensado” me dijiste. Y yo me quedé más avergonzada aún. Una segunda lagrimita asomó más aventurera que nunca, y yo la disimulé, dizque con la elegancia de un elefante bailando ballet.

Entonces interrumpiste ese silencio amarillo con sabor a pan con mantequilla y con la calma de un maestro zen me dijiste “Me gustas toda tú”. Una tercera lagrimita hizo su aparición triunfal, como la diva. Era una Yvette Gilbert en pleno apogeo… la muy pícara.

Me subí al siguiente escalón, y luego al siguiente para parecer más alta que tú -y también porque la gloria sabe más bonita desde arriba- y te dije que la parte que más me gustaba de ti estaba en tu espalda, específicamente en la terminación de tu cuello, justo ahí donde siempre creí que podía escuchar el tun tun tucu tun tun de tu corazón. “Esa es mi parte favorita de ti”, te dije.

Disfruté un poquito más del silencio amarillo, de las escaleras, de tu polo azul marino con sabor a mar, de tus cabellos ensortijados -siempre despeinados-, de tus ojos hermosos y cafetaleros de oso protector y del olor a lonche de mi niñez. Te abracé y te di un besito en la frente, con la ternura que tú siempre me inspiraste.

Luego desperté.

La verdad es que nunca me volviste a dirigir la palabra desde aquella vez. Y nunca más lo harías – salvo en mis sueños-.

Fue salvífico.

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