A Ariadna la Maga
por contarme esta bella historia,
por permitirle a esta loca
entrar a su lar.

Este post va para ellos y ellas.
Cuentan las magas que las águilas de cabeza blanca cuando llegan a los cuarenta, tienen las plumas deslucidas, las garras encorvadas, la mirada mustia, las ganas sin ganas. Cuentan las magas que cuando el águila quiere morir debe dejarlo todo, abandonarse a la tierra y cerrar sus ojos para dormir eternamente. Pero si quiere vivir otros cuarenta años más, cuentan las magas que el águila tendrá que golpearse fuertemente contra las rocas, hasta destrozar su pico, pues debajo de ese pico añoso hay otro nuevo que tiene que emerger. Y se golpeará hasta destrozar lo viejo para que salga uno nuevo. Una vez con un pico reluciente, empezará la más cruel autotortura que puede haber: se desgarrará una a una las garras, pacientemente como si tuviera mil años para hacerlo, hasta que salga la nueva garra lustrosa y fuerte. Ya proveído de un pico y unas garras nuevas, el águila empezará a sacarse una a una las plumas viejas, una a una, hasta quedar en carne viva. De tanto sufrimiento y de tanto dolor, llorará lágrimas de sangre, día tras día mientras dure esta metamorfosis… y así sus apagados ojos de tanto llorar relucirán nuevamente el brillo que perdieron.
Exhausto el animal descansará un poco y luego se echará a volar en busca de su presa.

Cuando escuché la historia del águila, pensé en esos y esas de cierta edad que llegan con las ganas muertas, la mirada esquiva, la sonrisa ya no plena. !Qué pasa si quieren vivir más, cuarenta o cincuenta años más! Tendrán pues que despellejarse como el águila de cabeza blanca, someterse a un cruel dolor para emerger y revivir, y después de esa cartasis, nuevamente resurgir para abrazar a un cuerpo o una ideología, creer en un dios o hacer una oración, armar un mundo nuevo y fajarse por él.

Hoy día, 14 de febrero quiero brindar por esos locos suicidas del carajo que se besan en los parques, por esos locos y locas de “causas perdidas”, por esos románticos empedernidos que siempre tienen brillo en los ojos pues solo hacen lo que su corazón les dicta.

Fogoso y arrogante, un águila de cabeza blanca podrá cantar y danzar como este muchacho:

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