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Convivencia democrática significa “vivir” “con” el que piensa distinto o que tiene distinto idioma, cultura, raza, religión en armonía sin que los derechos de una persona avancen sobre los derechos de los demás. (Lo cual dentro de nuestro país debería ser una situación de lo más normal o corriente. Parece que hemos olvidado o tal vez no hemos logrado aprender que todos pensamos, sentimos y actuamos igual ya que todos somos seres humanos, aun cuando nuestra raza o piel, sexo, religión o ideología política sean desiguales.) Para respetar la convivencia democrática hay una obligación moral y subjetiva que es la que nos cabe como integrantes del género humano y que está basada en que todos los seres humanos deben tener un trato igualitario sin importar las diferencias de origen.

Hay otra obligación de otros órdenes que es el respeto a la ley, que no es ni más ni menos el respeto de los derechos individuales de las personas, entonces de forma objetiva el respeto a la ley en un sistema democrático viene a significar el respeto de normas de convivencia que surgen y vienen a preservar el ambiente democrático. Nadie puede ser molestado por tener diferencia de ideas, religión, raza, cultura, etc., salvo si esa persona, indistintamente de su origen no respeta las normas de convivencia democráticas. Porque justamente la ley es el sostén de la libertad de todos y cada uno y no de uno sólo en menoscabo de otro.

Los principales valores tales como: la justicia social, la paz y el bienestar, son considerados como sustentos o bases del ambiente democrático, sin embargo a pesar de ser considerados como tales, aun siguen siendo objetivos por alcanzar en nuestra sociedad. Lo cual nos conlleva a cuestionarnos ¿Por qué aun no se han logrado estos objetivos democráticos? ¿Qué nos impide el poder desarrollarnos dentro del sistema de convivencia democrático?

Bajo esta realidad, el comportamiento cívico, motivado por el civismo, es una forma poco frecuente y común en las relaciones sociales de los peruanos de hoy en día. De una manera u otra nos las hemos ingeniado para ser uno de los países más discriminadores del mundo, no solo en el aspecto racial o de género, así como también en lo cultural y económico. Refiriéndose a esta innegable verdad o realidad, en el prologo del libro “El Otro Sendero” de Hernando de Soto, publicado por el Instituto Libertad y Democracia, en 1986, podemos leer lo siguiente:

“Cuando un país del tercer mundo recupera o establece la democracia, ello significa que ha celebrado elecciones más o menos genuinas, que hay en el libertad de prensa y que la vida política se ha diversificado y que transcurre sin cortapisas. Pero detrás de esta fachada y particularmente en la organización de su vida legal y económica, las prácticas democráticas brillan por su ausencia y lo que impera es en verdad, un sistema discriminador y elitista que manejan en su provecho minorías casi insignificantes”.

Como hemos podido observar la tarea de la educación cívica, es una tarea pendiente frente a esta realidad que nos interpela a todos y cada uno de nosotros, que hacemos parte de lo que se conoce como ciudadanía. Es obligación nuestra aceptar nuestra diversidad cultural y que esta es la base de nuestra nación, y por sobre todo velar por la práctica de la convivencia democrática, donde sin importar nuestras diferencias seamos capaces de desarrollarnos en beneficio de aquellos que sin estar aquí pueden estar excluidos de un futuro mejor, lleno de justicia y paz social.

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