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RESILIENCIA

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Aníbal Quiroga León ([1])

A Gloria y Hernán, ellos saben por qué…

Sin duda que la crisis mundial de la actual pandemia del Codiv19 se va a superar. ¿En cuánto tiempo? No se sabe, pero ya en el Siglo XXI y con el avance de la ciencia, será en menos tiempo que la solución de otras pandemias que atacaron a nuestra humanidad. Y no solamente las enfermedades desconocidas y masivas, sin cura aparente, sino también las grandes guerras -mundiales y focalizadas- que se han llevado de encuentro a millones de seres, bien combatientes, bien inocentes civiles en medio de un territorio, una ideología o una religión.

Pero el ser humano siempre se ha repuesto. Ciudades enteramente devastadas se han
reconstruido, la economía ha mejorado y la industria de emergencia (sea militar o sanitaria) luego servido para el desarrollo industrial, económico y de salubridad. Eso se llama “resiliencia”, cuya definición más común es la capacidad de recuperación frente a la adversidad para seguir avanzando a mejor en el futuro. En algunas circunstancias, difíciles o con severos traumas, permiten desarrollar nuevos recursos y habilidades que estaban latentes en nuestra potencialidad pero que desconocíamos hasta enfrentar la crisis.

Hace 100 años vivíamos la secuela de una grave postguerra que trajo la muerte de lo mejor de nuestra juventud, muchas familias enlutadas, grave crisis económica, militar, política y de desarrollo que nos postró por casi 30 años luego de haber tenido a un enemigo saqueador (la Biblioteca Nacional, p.e.) y de tener casi 3 años de invasión (desfilando por la Plaza de Armas), amén de terminar con nuestro territorio cercenado. También sufrimos otras desgracias, como los terremotos del 40 y del 70, por solo citar dos, graves epidemias de gripe, sarampión, viruela y cólera, por citar algunas, y gobiernos tiránicos marcadamente ineficientes. La cereza la puso los casi 20 años de terrorismo vesánico que trajo muchas muertes y nos tuvo en vilo trabajando sin luz con generadores en tiendas y oficinas. Y de todo nos hemos repuesto ingresando al Siglo XXI con una relativa estabilidad económica y una sustancial mejora en la calidad de vida. ¿Resiliencia? Claro que sí; y de comer nicovita en las barriadas, hoy por lo menos ese margen paupérrimo se ha superado con esfuerzo, ingenio, proactividad y mucho costo social de nuestros antepasados, abuelos, padres y de los que pasamos los 50 años.  Los milenials no conocieron de eso, solo bebieron de la bonanza, hasta que llegó esta pandemia.

Nos toca enfrentar esta adversidad. Una enfermedad desconocida, de contagio omnipresente, sin más cura que el propio sistema inmunológico de cada quien y de marcada letalidad. Para luchar en parte contra eso, nos han confinado en casa y nos prohíben salir. Los trabajos se pierden, los negocios se arruinan y el futuro para muchos se presenta sombrío y deprimente. ¿Me pagarán? ¿Podré pagar? ¿Me ayudarán?

Pero al igual que ayer, y que antes, y de lo que venga en el futuro, saldremos adelante. Encontraremos fortalezas en aquello que parecen debilidades, oportunidades en lo que parecen masivas quiebras y en el mediano plazo nos volveremos a estabilizar.  Así ha pasado siempre. Así pasará. Claro, nadie dice que no cuesta dejar lo logrado, ni resignarse al balance de lo perdido. De la actual incertidumbre, duda y temor, sacaremos valor, certeza y nuevas oportunidades.  Así somos los seres humanos.

Pero algunas lecciones deberán aprenderse: no se puede descuidar la salud pública -nunca la salubridad del Estado podrá ser reemplazada por la privada-, los profesionales de la salud deben estar siempre bien pagados y tratados (no solo con oportunistas y asustados aplausos y lágrimas de cocodrilo), y las FFAA-PNP deben estar bien remuneradas, entrenadas y capacitadas porque son elementos esenciales en la seguridad de la sociedad.  Y nuestros políticos, ¡ay los políticos!  Esos, deberían ser mejores.

([1]) Jurista. Profesor Principal PUCP