Derecho PUCP: 100 años de cara al futuro
Cuando a inicios de los ochenta terminé el colegio y buscaba qué estudiar -teniendo solo en claro que mi vocación tiraba hacia las letras y no a las matemáticas- una de mis primeras referencias fue la PUCP. Sabía que mi segundo puesto en un colegio público me abría las puertas a cualquier universidad, pero fue la PUCP la que me cautivó no solo por su trayectoria académica sino también por sus espacios abiertos, perfecto para alguien como yo a quien le gustaba sentarse a leer y pensar. Y si bien Derecho era mi principal opción de estudios, no estaba del todo convencido si esa era la carrera a la que debía destinar mi vida profesional.
Una vez culminados Estudios Generales -donde los ambientes era buenos y las pláticas aún mejores- pasar a Derecho fue algo chocante, no solo porque mi generación fue una de las últimas que estudió en las famosas “casetas”, sino porque tuve el honor de jalar el curso de Introducción al Derecho, que dictaba entonces Marcial Rubio Correa. Ya en Letras el curso de similar nombre -requisito previo para pasar a la Facultad- me había dado la impresión de que Derecho era una carrera muy cuadrada, casi paporretera, donde lo principal era aprenderse de memoria códigos y leyes, mientras que otras carreras como Sociología y Antropología te permitían pensar en el país y en los graves problemas que entonces se empezaban a vivir.
Por suerte para mí, mi dilema existencial sobre la carrera de Derecho se resolvió gracias a dos encuentros: uno, con el Taller de Derecho, que contaba apenas con un par de escritorios pero donde pude conocer a mucha gente interesada en pensar el derecho más allá de lo estrictamente legal; y dos, inscribirme en el curso de Introducción a la Sociología del Derecho, que dictaba entonces Jorge Price Masalías y que me brindó las herramientas conceptuales sobre lo que hacíamos en el Taller de Derecho. Luego otros profesores como Javier Neves, Enrique Bernales, Ana Teresa Revilla y Mario Zolezzi, me ayudaron con sus cursos a mantenerme dentro de la carrera y no migrar hacia otras vecinas, las que visité luego de graduarme para ampliar mi visión crítica hacia el legalismo en el derecho.
Hoy que la Facultad cumple 100 años, sé que la Facultad ya no es la misma en la que viví y estudié hace más de treinta años. En mis recientes visitas encontré una hermosa infraestructura y salones bastante modernos, pero también un mayor burocratismo y una mayor distancia entre profesores y alumnos. Las luchas estudiantiles tampoco están marcadas por la presencia de Sendero, o por el enfrentamiento entre derecha e izquierda, sino más bien por el reconocimiento de una mejor calidad en la enseñanza y por algunos temas nuevos, como la lucha contra la discriminación o el acoso sexual. Asimismo, tanto la Facultad como el conjunto de la PUCP tienen un aire más elitista, mucho más incluso que el que ya había en mis épocas donde las burlas eran que los muros de la PUCP te alejaban de la realidad social (aunque no tanto como ahora, claro).
Pero, incluso en este contexto, espero que ese espíritu crítico y cuestionador sobre el Derecho que me permitió mantenerme y amar esta carrera siga vivo en y para las nuevas generaciones. En este mundo global, en constante cambio y en perpetuas crisis, mantener la idea de un Derecho centrado en la ley y en una enseñanza paporretera no sirve de nada. Y así como el Derecho debe adaptarse a las nuevas circunstancias para poder sobrevivir y no transformarse en un mero algoritmo o ecuación económica -cuando no en una mera falacia-, la Facultad también debe adaptarse para que sus nuevos profesionales puedan crear y recrear ese derecho que hoy se necesita para enfrentar los cada vez mayores problemas que enfrenta el país y la humanidad en general. Que estos primeros 100 años nos sirvan para avanzar hacia ese futuro.